Diría Ramón María del Valle-Inclán "Mi estética actual es transformar con matemática de espejo cóncavo las normas clásicas". La visión del mundo que nos presenta el autor gallego es una realidad distorsionada pero que no dista demasiado de lo que podemos encontrarnos en nuestro día a día. La lucha por un hombre por sobrevivir ante el mundo hostil que le rodea puede ser una hazaña difícil de superar. Las peripecias de este maravilloso poeta ciego por las calles más turbias del Madrid de los primeros años del pasado siglo nos mostrará bien a las claras la genialidad de una obra Universal, pero también nos mostrará lo actual que resulta.
Nuestro encuentro con esta obra de arte comienza cuando éramos niños y parábamos a vernos deformados en los espejos del callejón del Gato. Años más tarde descubrimos la historia que había detrás de esos espejos que no eran más que el reclamo para sus clientes de una antigua tienda del siglo XX. Conocimos y leímos a Valle-Inclán, y aprendimos que la deformación que veíamos en nosotros mismos en los espejos representaba también las incorrecciones de la sociedad. Dando Valle-Inclán paso a un nuevo género literario, el esperpento. Esta demoledora historia es una caricatura de la sociedad de la época, siempre vista desde estos espejos que deforman lo que reflejan, pero que nos muestran "a su manera" la cruda realidad.
Pero ¿En quién se habría inspirado el autor para construir un relato que, aún a día de hoy, tiene vigencia? Quedaba clara su inspiración en Alejandro Sawa con las líneas que el autor gallego escribió a su buen amigo Ruben Darío: "Querido Darío: Vengo a verle después de haber estado en casa de nuestro pobre Alejandro Sawa. He llorado delante del muerto, por él, por mi y por todos los pobres poetas. Yo no puedo hacer nada, usted tampoco, pero si nos juntamos unos cuantos algo podríamos hacer. Alejandro deja un libro inédito. Lo mejor que ha escrito. Un diario de esperanzas y tribulaciones. El fracaso de todos sus intentos para publicarlo y una carta donde le retiraban la colaboración de sesenta pesetas que tenía en El Liberal, le volvieron loco en sus últimos días. Una locura desesperada. Quería matarse. Tuvo el final de un rey de tragedia: loco, ciego y furioso".
Con estas líneas, vemos como era inevitable mostrar el paralelismo, que todos cuentan, entre Alejandro Sawa y Max Estrella. Valle-Inclán tenía una forma propia de ver el mundo y así lo mostró en la que es considerada su obra más importante, pero también la más representativa de los años veinte del pasado siglo. No se representaría hasta la década de los setenta, y como anécdota cabe señalar que en la época, el esperpento no fue un género del todo bien recibido.
La obra relata las últimas horas de la vida de Max Estrella, un poeta ciego, ya anciano, venido a menos, que gozó en otro tiempo de reconocimiento y que fue respetado por todos. Le acompaña siempre don Latino de Hispalis en su divagar por el Madrid nocturno más sórdido, oscuro y marginal. Son magistrales todos y cada uno de los diálogos, poniendo en tela de juicio la situación social y política de una España en decadencia, una parábola sardónica sobre un país canalla, infame y opresivo, como fue la España del 1920, desgarradora y desconsiderada por el pueblo y llena de corrupción, donde no había, según el autor, "espacio para el genio ni para el trabajador". El asombroso parecido con la actualidad da escalofríos...
En su obra no inventa ningún vicio de la sociedad española, deforma los ya existentes. Los personajes vienen a componer una suerte de marionetas, personajes reales que él caricaturiza de manera grotesca, ya que tal y como exponía el propio autor "España es una deformación grotesca de la civilización europea". Todo lo mostrado en este sórdido Madrid de principios del pasado siglo es un apabullante crisol de la sociedad de la época, y con el paso de los años podemos afirmar que se ha convertido en una radiografía de lo que somos. Todos y cada uno de los personajes nos resultan familiares, aunque los veamos "deformados" a través de los espejos cóncavos con los que el autor los caricaturiza. Un catálogo que nos presenta lo peor de nosotros mismos, pero que también nos muestra una manera de entender la vida, una forma de vivir, un continuo juego por eludir todo aquello sea "normal". Una hermosa parábola de un mundo que deberíamos intentar ver más a menudo a través de los lentes del esperpento. Lo que sería capaz de escribir Valle-Inclán sobre la sociedad de nuestros días, quizás más excéntrica y grotesca que la que le tocó vivir al autor gallego.
Alfredo Sanzol, con su destreza habitual, ha encajado las piezas de tal modo que el texto parece estar escrito en la actualidad. Si bien hay textos por los que el paso del tiempo parece no pasar, bien es cierto que sólo alguien con la maestría de este autor tan singular, podría transmitirlo de un modo tan sublime. Sanzol pasa por ser uno de los referentes teatrales de nuestra época, por lo que el resultado al acercarse al mundo de Max Estrella no podía más que dejar la sensación de haber asistido a un evento único, una pieza en la que todo encaja a la perfección, con rasgos del propio director que se dejan ver entre las líneas del texto original. Autor que gusta de jugar con el teatro de un modo artesanal, sus montajes se caracterizan por una soltura en la acción, una estructura de teatro clásico, con un empaque del que ha hecho su seña de identidad.
Con una amplia carrera repleta de éxitos, ha sido galardonado con el Premio Nacional de Literatura por la deliciosa "La respiración" y el Premio Valle-Inclán de Teatro por la maravillosa "La Ternura" (que se puede disfrutar de nuevo estos días en el Teatro Infanta Isabel). Entre sus innumerables éxitos destacan "La dama boba" (que regresará esta temporada al Teatro de la Comedia), "La calma mágica", "En la luna", "Esperando a Godot" o "La valentía", con la que triunfó la pasada temporada en el Pavón Teatro Kamikaze.
Sanzol ha optado por dar presencia a la palabra y a los majestuosos diálogos, sin olvidar una cuidada estética que presiden unos enormes espejos (de los que más tarde hablaremos), y nos permitirá disfrutar de un juego de luces y claroscuros que nos mantendrán atónitos ante la belleza formal del montaje. El montaje resulta majestuoso ya que cada una de las piezas son ensambladas con maestría, cada escena encaja a la perfección, cada personaje está tratado y diseccionado al máximo, cada nueva propuesta escénica (con una genialidad cada una de las distintas escenas) nos traslada a un universo distinto, lleno de personajes de lo más peculiares.
El director se acompaña de un elenco a la altura del maravilloso texto, en el que cada uno de los personajes está esculpido hasta el más mínimo de los detalles. La firmeza con la que los actores interpretan varios papeles con la misma contundencia nos demuestra el buen hacer de Sanzol, que siempre cuida mucho a los actores, sacando lo mejor de ellos en cada momento. Este majestuoso elenco está encabezado por Juan Codina, dando vida a un Max Estrella impecable. La perfecta dicción en todo momento, incluso en los diálogos más acalorados con personajes de todo pelaje (y por tanto con continuos cambios de registro), hacen de este Max un ser importante pese a su decrepitud, elegante pese a su vestimenta mugrienta, señorial pese a sus andares cansados. Codina convierte a su personaje en el hilo conductor, motor y centro de todo este montaje, en el que todo parece girar a su alrededor. La actuación soberbia con la que nos deleita el actor, cómodo en todas y cada una de las estancias y situaciones que suceden a lo largo de las más de dos horas de la función, no decaerá su intensidad ni su energía en ningún momento de la obra. Su mirada perdida nos hace aún más vulnerable al personaje y aumenta la credibilidad de una interpretación cargada de matices.
Pero este gran personaje no se entendería sin el arropo de su inseparable don Latino de Hispalis, que interpreta de manera excelsa Chema Adeva, manteniéndose en un estratégico, necesario y carismático segundo plano, como así sucede en el texto original. Este compañero fiel, que es a la vez lazarillo y confesor, tiene una infinidad de matices que Adeva consigue mostrarnos con cuentagotas, cada uno en el momento más inesperado. El perfecto Sancho que acompaña a su admirado hidalgo, al que tiene un enorme respeto y que no duda en encumbrar frente a quien dude de su grandeza. Una interpretación a la altura de su compañero de batallas, pero siempre dejando el foco de la escena en Max y "manteniendo en orden lo que le rodea". Adeva parece haber interiorizado a la perfección la propuesta de Valle-Inclán, tomándola como propia.
El resto del elenco muestra su capacidad interpretativa al saltar de un personaje a otro con la destreza de quien sabe que nada puede salir mal. Un grupo de expertos actores que dibujan personajes de lo más variopinto, formando un esperpéntico cortejo a las órdenes del poeta, en su ir y venir por la canalla y sórdida noche madrileña. Natalie Pinot interpreta a Madame Collet, mujer de Max Estrella, y será el contrapunto, sobrecogiendonos por su dulzura y su calma, muy lejos del resto de personajes que se pavonean en este entramado de situaciones grotescas. Una interpretación que nos da la pausa y la tranquilidad dentro de la vorágine general. Destaca la bonita pareja que hace con Lourdes García, que se mete en a piel de Claudinita (la hija del matrimonio), lo vulnerables que parecen en un entorno tan hostil y como la niña defiende a la madre, creando una especie de oasis de bondad ante lo que las rodea. En otro momento de la obra, Lourdes dará vida a La Lunares.
La sola presencia de Jorge Kent en escena ya impresiona, pero sus movimientos y diálogos en el papel de sereno son de lo más impactante y divertido de la obra. Aparece por primera vez en el papel de Zaratustra, en una escena genial en la librería. Su porte, ya de por si imponente, se engrandece ante la figura encorvada de Max Estrella. Como Ujier, como sepulturero o como Basilio Soulinake siempre nos ofrece interpretaciones sobresalientes.
Completa el elenco un interesante grupo de actores de actrices, hasta completar un total de dieciséis artistas de primer nivel. El siempre sobresaliente Jesús Noguero nos divierte en su papel de borracho, se pone serio como Capitán Pitito y saca sus mejores registros en los papeles de Don Filiberto y, sobre todo, el Marqués Bradomin. Por su parte, Josean Bengoetxea tiene dos papeles en lo que demuestra todo su saber hacer, nos divierte como Pica Lagartos y nos intimida como el Ministro de Gobernación. Además interpreta papeles de sepulturero, del retirado y de un guardia.
Paloma Córdoba salta entre papeles masculinos y femeninos, interpretando al chico de la taberna, la trapera, el pelón y a uno de los jóvenes modernistas. Paula iwasaki está espléndida en el papel de Enriqueta La Pisa Bien, y también interpreta a una vieja, la vecina y la secretaria. Kevin de la Rosa está increíble en su interpretación de modernista, dando dinamismo y agilidad con su cuasi estridencia, que descargarán la tensión de una obra de tanto calado.
Gon Ramos pasa de preso a albañil, Paco Ochoa interpreta a Don Peregrino, el tabernero y dos papeles menores como sepulturero y guardia. Ascen López es la que más papeles interpreta a lo largo de la obra, con un total de seis, entre los que destacan Merceditas, la portera o una periodista. Ángel Ruiz interpreta a Rubén Darío, Serafín el Bonito y el empeñista. Guillermo Serrano es el Rey de Portugal, un modernista y un guardia. Para terminar, Jorge Bedoya compagina sus interpretaciones al piano, en secuencias meticulosamente escogidas, con papeles de modernista o el pollo pay pay.
Uno de los puntos fuertes de este montaje, además de todo lo mencionado, es la interesante escenografía diseñada por Alejandro Andújar (que se encarga también del majestuoso y lúgubre vestuario). Andújar nos sitúa en el Madrid más castizo, pero también en el más noctámbulo. La ingeniosa propuesta con la que nos deleita nos dejará perplejos desde el inicio de la obra. Una serie de grandes espejos serán los elementos esenciales de la escena, que se irán moviendo al son marcado por Max Estrella, creando espacios de lo más singulares. Para dar más sordidez a este Madrid trasnochado es esencial la cuidada iluminación diseñada por Pedro Yagüe, y el espacio sonoro obra de Fernando Velázquez. Un equipo técnico y artístico a la altura de una de las obras más importantes del siglo pasado, y que permanece de total actualidad.
Teatro: Teatro María Guerrero
Dirección: Calle Tamayo y Baus 4.
Fechas: De Martes a Domingo a las 20:00,
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