La crisis y sus diferentes consecuencias dejaron miles de personas en la estacada. Pero también hubo quien, sabiendo lo que estaba pasando, jugó con nosotros para que pareciese todo lo contrario. Las distintas perspectivas de este oscuro periodo del que no acabamos de salir, son tan diferentes como las personas que lo sufrieron. Despidos, desahucios, emigración forzosa, sanidad bajo mínimos, escuelas superpobladas... el exterminio de muchas familias de que la noche a la mañana pasaron de ser clase media a vivir en la calle y no tener trabajo, teniendo que volver al hogar familiar en el mejor de los casos.
Hay ciertos temas que deben tratarse con la crudeza y la desnudez que merecen. Directos, sin anestesia, al mentón, para que duela. Este conjunto de pequeñas historias nos muestra distintos aspectos relacionados con nuestro futuro más cercano (incluso de nuestro presente más doloroso), para mostrar todo lo que deja atrás una crisis. Pequeñas historias que nos hablan de personas que lo pierden todo, que se encuentran al borde del abismo debido a decisiones tomadas por otros, por culpa del dinero robado por otros y que hemos tenido que pagar todos, recortes impuestos desde arriba para dejar en la cuneta a los de abajo. Y estos temas, aunque nos duela, deben hablarse de forma directa, desnuda, sin edulcorar, porque si no hablamos claramente de algo tan importante (y que ha cambiado tanto nuestras vidas) no podremos aprender de los errores, aunque imagino que ninguno de los culpables de todo esto pasará por la sala a ver la obra.
Este contundente montaje que nos hace viajar por el lado más oscuro de la crisis y por tanto de nuestra sociedad, se basa en un demoledor texto de Vanesa Montfort (autora del éxito literario "Mujeres que compran flores"), en el que no se muerde la lengua y no deja títere con cabeza. Un texto duro, en el que se llama a las cosas por su nombre. Historias desgarradoras, que pese al tono cómico de alguna de ellas nos golpean con fuerza con cada realidad, con cada momento en el que vemos como la vida puede ser muy frágil, como todo puede desmoronarse en un momento.
La compañía 181 grados Teatro ha sido la encargada de llevar a cabo este collage de la crisis, de una forma tan apabullante como sencilla. Nos involucran de principio a fin en algo de lo que formamos parte, nos sentimos aludidos en todo lo que se dice, ya que de una manera u otra podemos vernos reflejados en todo lo que pasa, ya sea por conocer a alguien en esa situación, por haber leído y escuchado miles de casos similares, pero nunca nos lo habían mostrado de una forma tan directa, tan concisa, tan desnuda, capaz de atravesarnos el alma sin concesiones. Roberto Cerdá ha sido el encargado de dirigir esta bomba de relojería, con un resultado admirable, tanto en el contenido como en la forma de llevarlo a cabo.
Este interesante montaje se divide en cinco historias, a cada cual más contundente y desgarradora. Cinco visiones de lo que nos ha ocurrido, cinco abismos a los que da miedo asomarse, por diferentes causas, pero que entre todas nos dan una visión bastante acertada de lo que fue la crisis para distintos estratos de la sociedad. Mientras unos caían y se hundían poco a poco, otros seguían creyendo todo lo que decía la versión oficial: "hemos vivido por encima de nuestras posibilidades", "Hemos tenido que prescindir de usted porque no nos quedaba otro remedio", "nadie le obligó a pedir esa hipoteca"... mentiras que por mucho repetirse han llegado a parecer verdad, pero que cuando nos adentremos en esta "Tierra de tiza" veremos que no es así.
La obra comienza casi sin darnos cuenta, porque desde que entramos en la sala ya nos quedamos sorprendidos por lo que está pasando en el escenario. En él vemos a un hombre dibujar unos muebles en una pared, mientras una mujer escribe frases demoledoras en otro lugar de ese negro muro (gran símil con lo que es el futuro para estos personajes). De repente una joven (interpretada por Rebeca Matellán) aparece corriendo y tras mirar con pena al hombre (interpretado por Ramón Ibarra) se acerca a él. Ella aún tiene fuerzas para luchar e intentar cambiar las cosas, él, mientras termina de dibujar lo que fue el salón de su casa en la pared de la calle (su nuevo hogar), ha sucumbido a lo que le han contado, pensando que todo lo que le ha pasado ha sido por su culpa. Demoledora escena, con diálogos contundentes sobre la caída al vacío de una persona que se deja ir ante la adversidad.
Sin tiempo para reponernos de esta historia vemos a una mujer deambular por la escena. Bebe, toma pastillas, se la ve perdida, desolada. Esta sola, con una caja donde caben todos los recuerdos de su vida, y un móvil que sólo le dará malas noticias. Tiene treinta mensajes en el contestador y cada uno de ellos irá descomponiéndola un poco más, hasta llegar a destrozarla. Su trabajo, sus hijos, su matrimonio, su casa, todo se desvanece poco a poco sin que ella pueda hacer nada. Lejos de buscar ayuda se va hundiendo más y más en su propio dolor. Angustiosa escena, que nos agarra el corazón y nos corta la respiración de principio a fin. Una conmovedora y desoladora historia, contada con elegancia, fuerza y "dolorosa" belleza. La actriz Rosa Manteiga nos pone contra las cuerdas, con una interpretación tan arriesgada como soberbia.
Tras esta preciosa, aunque demoledora historia, nos habla desolado un hombre (interpretado por Pedro Almagro) sobre su agonía. La hipoteca no les deja respirar, no salen de su casa por miedo, por la inquietud que les supone la situación de no poder pagar y quedarse en la calle. Una casa que se convierte en una cárcel, una losa que más que alegrías da disgustos. La angustia de tener tu vida pendiente de un hilo, de ver que nada depende de ti, que tu futuro está en manos ajenas y que no puedes hacer nada por no ahogarte cada día un poco más. Tras la contundencia de la escena anterior, esta baja un poco el nivel, aunque sigue golpeándonos con la contundencia de las anteriores. La escena, a modo de monólogo del angustiado marido la mayor parte del tiempo, no termina de enganchar como las demás.
Tras estas dolorosas historias, el montaje da un giro radical, y aunque mantiene su acidez, su mala leche y su verdad, el tono con el que trata las historias es mucho más cómico, algo que se agradece por lo duro de los primeros sketchs. Ante nosotros aparece un mediático visionario (interpretado por un divertidísimo Pedro Almagro) que entra en su programa de televisión esperando la primera de sus llamadas. Pero, como no podía ser de otra manera, esa primera llamada le cambiará la vida. Una misteriosa mujer (soberbia y genial como en todas sus intervenciones Rebeca Matellán) le pone en evidencia desde el primer momento, haciendo que caiga de su pedestal y mire la realidad a la que está a punto de enfrentarse. Divertida y punzante, el cambio de registro de la obra es radical pero manteniendo la esencia. En ningún momento podemos bajar la guardia porque los dardos siguen volando desde la escena.
Con la sonrisa en la boca comienza la que se convierte en una delirante bomba de relojería, una escena tan redonda que sería merecedora de una obra propia (me pasó con alguna otra también). Un político (un manipulable personaje que nos recuerda mucho a un expresidente, interpretado por Ramón Ibarra), que se presenta ante nosotros en chaqueta y calzoncillos, empieza a ensayar un discurso que debe dar ante la prensa, bajo la supervisión de su directora de comunicación (sublime Rosa Manteiga en un registro opuesto al que nos mostró antes). La comparecencia de prensa se presenta incómoda, ya que todo lo que debe decir son malas noticias. La manera en la que Manteiga va manipulando cada una de las frases que debe decir Ibarra es simplemente genial. Esta escena nos enfrenta a lo mentiroso que puede llegar a ser el lenguaje, según como se utilice. Las breves apariciones de Rebeca Matellán como la técnico de sonido son divertidísimas, llevando a un final en el que todo salta por los aires.
Capítulo aparte merece la intervención de Julia Eme en la obra. Esta ilustradora nos va dibujando cada una de las historias que vemos, trazando los gruesos esbozos de la crisis. La belleza con la que crea sus dibujos hace que por momentos perdamos en hilo de la historia para centrarnos en sus creaciones. Una maravilla ver como crea de la nada auténticas obras de arte, las cuales aparecen de forma efímera, para desvanecerse al tiempo que acaba la escena. La artista dibuja, escribe demoledoras sentencias, ilustra sobre esa negra pared los dolorosos sucesos que se narran. Sin lugar a dudas es uno de los puntos más potentes y bellos de este montaje, que nos obliga a disociarnos para poder estar pendiente de la escena mientras no perdemos detalle de las creaciones de la ilustradora.
Además del maravilloso trabajo de Julia Eme, que se hace dueña absoluta del espacio escénico, hay que hablar de la imponente composición musical que sobrevuela en todo momento la obra, realizada por Mariano Marín. Hay que destacar también las voces en off que en determinados momentos se convierten en un personaje más de la obra. Destacan las voces de actores tan importantes como Lola Casamayor, Luis Bermejo, Lidia Otón, Ernesto Arias o de la cantautora Marta Gómez. La iluminación, básica para marcar el tono de cada una de las piezas, ha sido diseñada por Enrique Chueca.
Teatro: Sala Cuarta Pared
Dirección: Calle Ercilla 17.
Fechas: De Jueves a Sábados a las 21:00.
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