Resulta difícil en ocasiones algo tan sencillo como pedir perdón, ya que esto supone reconocer que te has equivocado, que has cometido un error, que el otro estaba en lo cierto. Pero ese gesto de sinceridad y humanidad puede ser mucho más importante de lo que pensamos, porque además de ayudarnos a superar escollos que nos impiden avanzar, puedes ayudar a otras personas que quedaron marcadas. Ser valiente y saber perdonar es tan importante como atreverse a ser sincero y pedir perdón, la vida sería más sencilla si nos perdonásemos y asumiésemos nuestros errores y culpas.
Historias sencillas, con alma, nos trasladan a lugares comunes, que no por reconocidos nos resultan cómodos. Situaciones "cotidianas" que nos ponen frente a frente con personajes y vivencias propias, escenarios que nos son familiares y nos remueven aún más por la cercanía. Mostrar el lado oscuro de las personas, los miedos y las fobias, es un ejercicio de valentía del que muchos deben aprender y que nos ayuda a todos a recapacitar sobre lo que somos y lo que deberíamos hacer. Pedir perdón no debería costar tanto...
Tengo que reconocer que no soy objetivo a la hora de hablar de la compañía Perigallo Teatro, que me conquistaron con dos de sus anteriores trabajos, "La mudanza" y "Espacio disponible", maravillas con las que han cosechado innumerables éxitos, sobre todo entre el público, que ha aclamado ambas. Esta compañía (aunque se podría hablar más de familia por la cercanía y cariño que transmiten) es sinónimo de saber hacer. La semana pasada vi que programaban su nuevo trabajo y no dudé en asistir raudo y veloz. Cuando las cosas se hacen con mimo y cariño, casi de forma artesanal, los resultados llegan directos, desde el primer momento, sin necesidad de ningún alarde y haciendo magia de las pequeñas cosas, de la vida misma.
Los fundadores de la compañía son Javier Manzanera y Celia Nadal, artistas polifacéticos que escriben, producen y actúan, dejando la producción a personas "que complementen nuestra forma de trabajar, aportando sus diferentes visiones del teatro". Sus trabajos son intimista, con una delicada composición, tanto de personajes como de lugares. Trabajos realizados desde las entrañas, para hablar de sentimientos y de cotidianidad desde la sencillez, sin buscar pomposos caminos que lleven a enturbiar la historia que se quiere contar. Una forma de hacer las cosas que se caracteriza por la honestidad y el humanidad de cada una de sus piezas.
Para este nuevo proyecto han contado con Antonio C. Guijosa en la dirección, que repite con ellos tras "Espacio disponible", y que para la compañía "es aire fresco y visión contemporánea del teatro actual". El trabajo de Guijosa es minucioso, intentando sacar el máximo partido a cada escena, pero marcando bien las pautas y los ritmos tan diferentes en cada momento. Cada personaje evoluciona de una manera a lo largo de la obra, y el director ha sabido marcar cada uno de esos cambios, cada matiz de la historia, en un interesante juego de historias que se entrelazan para acabar convergiendo en un mismo lugar. La complicidad creada entre el director y los autores hace que haya sabido plasmar perfectamente la esencia del texto en el que "nos adentramos en ese hueco de nuestro recuerdo en el que todavía vivíamos sin estrategias para progresar", un cruce de caminos que lleva a dejar atrás muchos lastres del pasado, y que el tandem formado por Guijosa y Perigallo ha sabido mostrar de manera muy humana, con personajes y situaciones que nos transmiten la cercanía necesaria como para hacer nuestra la historia.
"Pídeme perdón ( o como volver a la casa de Mariano" es un gran texto, sencillo y contundente, directo y mesurado, que nos va contando la historia de sus tres protagonistas salteando el drama con la fina comedia, en un tono tan bien llevado que no sentimos ninguna brusquedad en los continuos cambios. Tres historias que se entrelazan para mostrarnos los lugares que comunes que se viven durante la infancia, pero también los miedos que quedan ocultos y nos acompañan hasta la madurez. Aquellos juegos de la infancia en los que se perdonaba, pero que poco a poco iban calando hasta dejar huellas difíciles de borrar. Una mirada atrás que duele a la vez que nos enternece, historias de maltratados y maltratadores en una época en la que todo se nos graba con suma intensidad.
La historia de la que nos habla Perigallo nos une a tres personas dolidas con la vida pero que no se resignan, que pese a sus miedos y sus mochilas cargadas de culpas saben avanzar dignamente, aunque a veces piensen en tirar la toalla o en marcharse lejos. Pese a sus complejos, les plantan cara con valor y se esfuerzan por resolverlos, son responsables de sus taras e intentan actuar en consecuencia, en busca de su propia felicidad. En este proceso de curar las heridas se cruzarán con personas a las que les unen más cosas de las que pensaban, tienen deudas pendientes y se necesitan mutuamente para seguir avanzo, para romper con los lastres que les impiden avanzar.
La obra narra la historia de tres personas a las que les ha golpeado la vida, son víctimas de la vida que ellos mismos eligieron, pero a la vez han sido los verdugos de sus compañeros de viajes. Antuán, un actor en horas bajas debido a un cúmulo de circunstancias que le han quitado las ganas de pelear, Flor, una ex policía que ha escapado de la ciudad en busca de la calma, y Pedro, un policía en aparente paz pero que reprime demasiadas cosas desde hace tiempo, estos tres personajes al borde de todo y en medio de nada se verán abocados a ayudarse y complementarse para poder salir adelante. Toman conciencia, piden perdón, piden ayuda y socorren al que sufre a su lado para poder seguir viviendo, para poder seguir jugando en la "calle de Mariano".
Los miembros de la compañía Celia Nadal y Javier Manzaneda se meten en la piel de Flor y Antuán, mientras el papel de Pedro corre a cargo de Pedro Almagro. Los tres hacen un trabajo excelente, lleno de matices y una inteligente evolución a lo largo del montaje. Los tres personajes se van desnudando ante nosotros, para que capa a capa, vayamos descubriendo de donde viene ese dolor, ese miedo, esa angustia que les impide volar y ser libres. Los tres actores se compenetran a la perfección, algo que ya sabíamos de sus otros montajes en el caso de Celia y Javier, pero la novedad de Pedro Almagro no hace peligrar esa química y esa ternura que destilan todas sus piezas. La sensibilidad de cada escena y la cercanía de cada una de las interpretaciones ayuda a que esa maravillosa química que desprenden los actores nos llegue, nos invada, hasta hacer nuestros los personajes, todos ellos entrañables y con gran fragilidad interior.
Manzaneda es un actor inconmensurable, siempre que le he visto me impresiona la verdad que destila en cada frase, en cada movimiento. En este montaje, con un papel mucho más poliédrico que en otras ocasiones, vuelve a estar maravilloso, bailando entre la bravura y la desesperación, nos deja una interpretación que nos hace reír pero también nos pone un nudo en el estómago. Su actor en horas bajas que roba unas alas porque se siente humillado, es un personaje abocado al desastre pero con una gran humanidad, al menos en la actualidad. Las preciosas alas que lleva Manzaneda han sido creadas por María Cortés (encargada del vestuario) y simbolizan maravillosamente las ansias del personaje por ser libre.
Si majestuoso está Manzaneda, su inseparable Celia Nadal no se queda atrás, con un precioso y preciso papel, cargado de emoción y sentimiento, en el que pasa de ser la más feliz del mundo en su nueva casa a la más angustiada por sus recuerdos en un momento, en una escena en la que muestra todo un abanico de matices dentro del mismo personaje. La actriz domina este tipo de roles, llenos de sensibilidad, pero en esta ocasión también le toca sufrir, enfadarse, discutir... y pedir perdón. El tercero en discordia, Pedro Almagro, hace una interpretación que no desentona nada con la de sus compañeros, que en este caso es mucho debido a la química que desprenden sus compañeros. Almagro nos muestra un personaje acobardado, incapaz de imponerse ante nadie ni de tomar grandes decisiones, pero por otro lado es el gran apoyo de Flor. Un gran papel en el que el actor muestra gran solvencia.
El montaje se resuelve con una sencilla escenografía, diseñada por Mónica Teijeiro (habitual de los montajes de la compañía) y realizada por Eduardo Manzaneda y Pepe Hernández, que nos resulta un poco abstracta en un primer momento, pero que a lo largo de la historia se va moldeando sobre si misma para convertirse en los distintos lugares que transitan los personajes. La composición escénica deja sugeridos los espacios, pequeños bocetos que el propio espectador debe terminar de componer. Lugares que se intuyen, para no quitar protagonismo a lo que ocurre en ellos, priorizando acción y texto. En este lugar toma gran importancia la iluminación, de la que es responsable Pedro A. Bermejo, capaz de crear texturas y ambientes muy diferenciados en un espacio de tonalidades tan apagadas. Para completar la parte más técnica habría que hablar de la música de Daniel García Centeno y la voz en off de Maruxiña Cao y Sara Rosique, y de los audiovisuales diseñados por Carlos Gutiérrez. Ambos trabajos hacen subir en intensidad y emoción el montaje en momentos determinados, sirviendo de gran apoyo al desarrollo de la historia.
Teatro: Teatro Lagrada
Dirección: Calle Ercilla 20
Fechas: Viernes y Sábado a las 21:00, Domingo a las 20:00.
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