No se nos ocurría algo mejor para empezar esta reseña que anonadados nos dejó en el Abadía. El montaje es especial, nos habían comentado. No os la podéis perder, nos dijeron. Y que mejor manera de pasar una tarde lluviosa en el calor del teatro. En el calor del Abadía. Si bien el escenario con sus mesas de oficina, sus sillas, su guitarra… no inducía al calor, poco a poco, y con un respeto tremendo, esta obra nos fue dando calor, color, y sobre todo reflexión, tal y como pedía y quería Nao.
Y tal como nos contaba él ¿Se puede juzgar el arte? Complicada respuesta para una certera pregunta. Se puede amar el arte, y transmitirlo, tal y como lo hicisteis anoche, y también se puede y debe transmitir al mundo para que lo conozcan. Para que vuelen con vosotros, con las gaviotas.
Realidad y ficción, dos mundos que en esta obra se difuminan para entrelazarse y formar una única historia, más sólida y contundente que las otras por separado. Dos mundos, dos visiones, la de Carlos y la Fernando (los dos autores que firmamos estas líneas), que se unen para hacer este relato sobre una pieza singular, en la que todo se une, en la que los límites no se acotan, se traspasan constantemente para invadir y retroalimentarse de la energía del otro. Dos puntos de vista de una misma realidad, o dos realidades vistas por los ojos de un mismo foco (el del espectador). Todo en este montaje resulta tan singular como real, el tránsito continuo entre el relato y la vida nos hace partícipes a todos nosotros de la historia, y a la vez nos traslada a ese lago donde todo ocurrió.
Mónica, Irene, Roser, Xavi, Nao y Pau, con sus nombres, sus trayectorias, sus vidas, nos embarcan en una casa junto al lago , con sus miradas, con sus silencios, con sus frustraciones y anhelos, como cualquiera de nosotros, como nos decía Irene cuando empezó en todo esto, pensando que los actores y las actrices eran de otro planeta. Pero resulta que sí, que viven entre nosotros, lloran y ríen, se caen, se levantan, todo todito como nosotros… como en la gran obra maestra de Lubitsch, con su Ser o no Ser, con ese canto al teatro donde tomó prestada la prosa de Shakespeare (¿No somos humanos? ¿Es que no tenemos ojos, manos, órganos, sentidos, proporciones, afectos, pasiones? ¿No nos nutre la misma comida, nos hieren las mismas armas, sujetos a las mismas enfermedades? ¿Curados con los mismos remedios, calentados y enfriados por el mismo verano e invierno? Si nos pincháis, ¿no sangramos? Si nos hacéis cosquillas, ¿no nos reímos? Si nos envenenáis, ¿no nos morimos? Y si nos ofendéis, ¿acaso no nos vengaremos?).
Y en esta casa junto al lago viven unos artistas, nuestros actores y actrices, y se establecen las relaciones, los conflictos, la vida real, el lago, la gaviota, la búsqueda, la reflexión, el frío, la pasión, el miedo, el humor… todo ello en un contexto cotidiano, con ropa cotidiana , con almas cotidianas en un no cotidiano escenario. El que nos está tocando vivir. Quizás en estos tiempos tan difíciles, esta abstracción de la obra de Chéjov sea aún más relevante, coja un mayor sentido. En esta realidad pandémica que nos toca vivir, en la que la realidad supera a la ficción de tantos relatos apocalípticos, la naturalidad con la que se aborda este texto nos llena de verdad, de realidad, de sentimiento, de amor al teatro y a la vida.
El teatro se funde con la vida, bebe de ella, se nutre, se empapa de vida, junto al lago. Como la vida misma, como los amores, a veces correspondidos, normalmente no, con las búsquedas continuas de los vínculos, de la seguridad, con idas y venidas en un devenir de sensaciones, de viajes al lago o a Malasaña, de vidas transparentes, de palabras a compartir. “Si alguna vez necesitas de mi vida, ven y tómala”. La vida como un relato, o un relato de vida. Porque la vida no deja de ser eso, un relato con momentos dulces y amargos, con viajes que nos llevan a lugares inhóspitos y otros que nos sumergen en duras luchas por alcanzar aquello que deseamos.
Ellos son Irene Escolar, Nao Albet, Mónica López, Xavi Sáez, Roser Vilajosana y Pau Miró, pero también Irene, Nao, Mónica, Xavi, Roser y Pau, mitad actores y mitad personajes, mimetizando ambos mundos para conseguir una realidad mucho más sincera, o una ficción mucho más profunda. Actores, actrices, hombres y mujeres que se reúnen para hablarnos de la vida y el amor, de los miedos y de los sueños, de los propios y de los ficcionados por Chéjov, que al final tienen muchos puntos en común, muchas aristas comunes, muchos matices que lejos de pertenecer a uno de los dos mundos son parte de la esencia humana.
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