Una silla envuelta en una sábana blanca nos recibe. Olvidada, acumulando polvo. Desmemoriada. “Esto es lo que les voy a contar…” Esta es la historia de esa silla, de esas mujeres, de ese sinsentido no tan lejano que aconteció en este nuestro país dicotómico, de la dualidad de la que nos cuesta tanto despegarnos. La historia de las rapadas, con su propia denominación de origen, para que todo el mundo sepa su procedencia. POR ROJAS Y POR PUTAS.
Y un candil, que ilumina el recuerdo de luz en la memoria.
Esta es la historia de estas mujeres, desde el final de la guerra y la posterior dictadura hasta nuestros días. La historia de dos mujeres, madre e hija, que nos cuentan en un ambiente rural manchego, nada almodovariano, más bien lorquiano, su empeño en recuperar la memoria de los suyos, arrebatada en cualquier cuneta, en cualquier fosa común de tantas y tantas, donde no éramos dueños de nuestros destinos, donde dignidades y apariencias luchaban de la mano para sobrevivir un día más.
Repasemos la historia, volvamos a los 40. La dictadura también impuso un castigo de género: despojar a las mujeres y las niñas del cabello, RAPARLAS, un acto que iba acompañado de un ritual público de humillación. Cuando eran detenidas se les obligaba a beber ricino, un poderoso laxante que provocaba diarreas, y se las paseaba por las calles para que defecasen mientras caminaban. En ocasiones, se las acompañaba de la banda del pueblo, o eran obligadas a cantar ellas mismas. Entre tanto, sufrían insultos y a veces pedradas y otras agresiones por parte de sus vecinos y vecinas. Se trataba de un castigo ejemplar para las mujeres que según los vencedores se habían salido de su papel “natural” al haber ejercido una política activa en el bando de los republicanos. La humillación como correctivo social.
En general, las “rojas” para el franquismo fueron aquellas mujeres que se habían comprometido en la defensa de la República o la revolución, pero también simplemente esposas e hijas de “rojos”, de vencidos. Las mujeres se convirtieron en una pieza más de la guerra, en un terreno de combate. El rapado del cabello y las purgas de ricino no fueron las únicas formas represalias. Ellas, como los hombres, fueron torturadas, recluidas en cárceles, forzadas a trabajar, fusiladas, enterradas en fosas comunes y sometidas a múltiples formas de exclusión social, además de las agresiones sexuales, abusos y violaciones a las que fueron sometidas.
La Sección Femenina de la Falange se ocupó de reeducar a las mujeres en el papel social que los vencedores de la guerra habían diseñado para ellas: el de reproductoras y esposas dóciles alejadas de las luchas sociales, para que incluso pudiesen servir de freno a la participación política de sus maridos. Y esto, insisto, no fue hace tanto, pero volvamos al Pasillo Verde, esta entrañable y nobel sala que está apostando por el teatro, por el placer de hacer teatro y sentirlo como reflejo social.
Volvamos dentro, que a pesar del calor sofocante, me ha entrado frío con esta triste revisión histórica de este nuestro país.
Volvamos a la historia de Juanita y de Libertad, o de Angustias, según sople el viento. Madre e hija, manchegas que ven pasar el tiempo y la vida, que viven en el recuerdo permanente, en la pena, en la lucha, en la reivindicación. “Me han quitado el pelo, pero la dignidad sigue intacta”.
Francisco Gómez-Porro dirige en esta tragedia española a Isabel Sánchez y Sara Hidalgo en un ejercicio de memorias y silencios, de miradas y secretos, de muertos y vivos, de miedos y vergüenzas. Hay ternura en escena entre ellas, buena interacción, respeto, comunicación. Complicidad y verdad en su devenir atemporal.
Kikiriki, por puta y roja me veo aquí.
Mención también a Sierra Díaz del Campo y Juan Carlos Rivera, que aportan ese dolor y ese contrapunto a nuestro dúo cabecero.
Si bien hay demasiados cortes que dificultan el ritmo y el sentir de la obra, así como los cambios innecesarios de la escenografía, estas rapadas nos dan a conocer un pedazo de historia, que es necesario saber para que no se vuelva a repetir como ya pasó con anterioridad.
Parece que va en nuestro ADN volver a cometer errores del pasado. Sería bueno también revisar todas estas cuestiones desde otros puntos de vista. Quizá sería la forma real de entender al otro y de focalizar en una misma dirección las distintas miradas.
Con el recuerdo, el simbolismo y el mensaje de no olvidar nunca, volvemos al calor asfixiante de la calle. Curiosamente dentro hacía frío.
Vengan al teatro. Vivan la cultura. Seguro y segura.
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Teatro: El Pasillo Verde Teatro
Dirección: Paseo de la Esperanza 23-25.
Fechas: Del 16 al 23 de Junio. Jueves a las 21:00.
Entradas: Desde 12€ en elpasilloverdeteatro.
Ficha artística
Intérpretes: Isabel Sánchez, Sara Hidalgo, Sierra Díaz del Campo y Juan Carlos Rivera.
Autor y director: Francisco Gómez-Porro.
Testimonio: Concha Fernández.
Voz: José Ocaña
Música: Colette Mourey.
Sonido y luminotecnia: David Durán
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