Hay pocos textos en el mundo del teatro que vayan tan estrechamente vinculados con la imagen de su intérprete. Este es el caso singular de este maravilloso texto de Miguel Delibes, que desde hace varias décadas lleva interpretando la incombustible Lola Herrera. El texto ha ido madurando con la actriz, se ha ido metiendo en su piel, de manera que nos es difícil hablar de esta obra sin asociarlo a ella. El texto ha permanecido, pero ella ha ido llevándolo cada vez más a su terreno, haciéndolo cada vez más suyo.
En el mismo instante que supimos que se reponía este clásico del siglo XX interpretado por Lola Herrera corrimos a señalar las fechas en el calendario. Porque esta gira de despedida en un evento teatral como habrá pocos. Es historia viva de nuestro teatro, una de las piezas más importantes y más representadas en nuestras tablas, que comienza a despedirse de la que ha sido su actriz fetiche, con la que ha conseguido alcanzar en lugar en la Historia que ocupa. Será una despedida lúcida y tierna, como ha sido cada una de las veces que Carmen Sotillo se ha despedido de su querido Mario. Pero en nuestro caso no habrá ningún reproches, sólo el agradecimiento por dejarnos disfrutar una vez más de esta joya.
Al entrar en la sala hacemos un ejercicio de solemnidad propio del lugar al que accedemos, el velatorio de Mario. La imponente presencia del ataúd en el medio de la escena evoca respeto, nos recuerda que nos van a hablar de algo tan duro como la muerte de un ser amado, aunque se haga con la delicadeza y el temple de Lola Herrera. La solemnidad del espacio escénico impone desde el primer momento. Pese a saber lo que va a ocurrir, aunque conozcamos perfectamente el texto, cada nueva función de este montaje nos merece un enorme respeto, por la grandiosidad de cada uno de los elementos que la forman.
Miguel Delibes publicó en 1966 esta maravillosa obra, que se convirtió en una de las joyas de la narrativa española contemporánea. La obra se llevó por primera vez a las tablas en el Teatro Marquina, en el año 1979. Lola Herrera (premio Max de honor en 2016) ya dio vida en esa primera adaptación a Carmen Sotillo, la viuda que hace balance de su matrimonio. Ahora, más de tres décadas después, vuelve a meterse en la piel de la abnegada viuda, esa que cambió para siempre su carrera, para despedirse definitivamente de ella y de Mario. Como ocurrió en el primer montaje, la adaptación corre a cargo de Josefina Molina, mientras que José Sámano (que también participa en la adaptación del texto) repite en la producción.
Corre el año 1966 cuando Carmen Sotillo recibe la noticia de que su marido ha fallecido de manera inesperada. Tras el ajetreado día en el que pasan por el velatorio familia y amigos, que poco a poco se han ido retirando, ella decide quedarse a pasar esa última noche velando sola el féretro de su marido. Tras convencer a sus hijos de que desea quedarse a solas con su esposo, se inicia uno de los episodios más bellos y sinceros de la literatura plasmada en escena. Carmen comienza con su marido un diálogo (más bien monólogo con intención de diálogo) en el que poco a poco va desnudando su alma, para mostrarnos su personalidad, la de su marido, y los momentos más relevantes de su matrimonio.
La mujer, aún contrariada por lo ocurrido, comienza a desgranar lo que ha sido su vida, entre reproches a su marido y a si misma. De una forma poco ordenada, va contando anécdotas según aparecen por su mente. Detallista en cada recuerdo, va llenando la escena de tópicos de la época, de las relaciones siempre complicadas entre una mujer con carácter y su marido. Carmen nos desvela cosas, se abre a sincerarse con su marido hablándole de sentimientos, dando por una vez su opinión sobre las cosas, algo que hasta entonces no había hecho.
La obra de Delibes va más allá del propio texto en si. Traspasa las líneas escritas para convertirse en un documento de lo que eran aquellos años. Las relaciones de pareja, la sumisión de la mujer en favor de su marido, las realidades económicas, sociales y políticas de aquella época, incluso temas más íntimos como sus inquietudes sentimentales o sexuales, que sirven de espejo de lo que era la sociedad de la posguerra. Delibes nos muestra de forma más o menos velada como era la forma de vida de la sociedad española en aquellos oscuros años.
Pero esta obra se ha convertido en un clásico contemporáneo porque nos habla de los temas que nos tocan a todos, de temas universales que son eternos, que no dependen de la época ni del lugar en el que transcurran, sino que nos sentimos identificados en todo momento con aquello que escuchamos. Temas inherentes al ser humano como pueden ser la culpa, la soledad, la incomunicación con la pareja, el amor, los miedos o el sentido de la vida, están presentes en este texto en mayor o menor medida, temas que Delibes trata desde un espacio concreto pero habla de verdades y realidades que nos tocan a todos, seamos de donde seamos.
Y como no, la grandeza de Lola Herrera en el papel de Carmen Sotillo es memorable. La interpretación de la actriz nos conmueve, nos duele, nos hace reír, pero sobre todo nos hace vibrar con un personaje sincero y una intérprete que se ha adaptado a ella como un guante, llegando a ser un mismo ser. La belleza de cada palabra nos remueve, cada gesto nos estremece, cada mirada nos penetra de tal manera que no podemos dejar de sentir el texto como nuestro, como si fuese nuestra propia madre la que nos está contando su vida. Una actriz, un personaje, un texto, todo confluye en una misma esencia que Lola Herrera sabe desmenuzar y manipular a su antojo de principio a fin, en un alarde absoluto de interpretación.
Poco a cambiado este montaje desde su primera versión, allá por finales de los setenta, y aún menos a nivel escénico. El ataúd sigue presidiendo, como no podía ser de otra manera, la escena. Una escenografía sencilla, diseñada por Rafael Palmero, que se completa con un escritorio y algunas sillas alrededor del féretro. La iluminación de Manuel Maldonado es clave para crear un espacio por momentos lúgubre (como cualquier velatorio), por momentos acogedor (como reflejo de la intimidad de la escena). La obra se desarrolla al ritmo que marca Carmen Sotillo, pero acompañada en todo momento por la música de Luis Eduardo Aute.
Teatro: Teatro Bellas Artes
Dirección: Carrera Marqués de Casa Riera 2
Fechas: De Martes a Viernes a las 20:00, Sábados y Domingos a las 19:00.
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