Las disputas familiares suelen dejarnos marca. Las distintas concesiones que cada uno hace para luchar por sus propios sueños y las responsabilidades que se adquieren dentro de la unidad familiar pueden llegar a marcar tu vida. Una decisión poco acertada, una situación que nos sobrepasa, un entorno familiar que nos atrapa más que ayudarnos a evolucionar, puede ser la delgada línea que nos separe de nuestros sueños. Una vida condicionada por una decisión errónea, consciente o no, pero definitiva para lo que será el devenir de tu vida, con todos los miedos y rencores que eso conlleva.
Ya al entrar en el teatro nos encontramos ante un decorado que nos habla de lo que vamos a ver. Sillas apiladas, trastos viejos, un arpa, objetos que han marcado la vida de una familia y están deseando contarnos todo lo ocurrido. Un espacio que rezuma pasado y melancolía, que está ocultando una gran historia, rencores guardados en los cajones, sofás que recuerdan escenas que marcaron a la familia, pero sobre todo el reencuentro con todos los fantasmas y los demonios que habitan una casa, ese lugar al que siempre debemos regresar, aunque sólo sea para curar las heridas que han quedado abiertas.
Después de dos años del rotundo éxito en Barcelona, Silvia Munt estrena esta prodigiosa obra que nos habla de los daños causados en la gente humilde una crisis económica como la que sacudió a Estados Unidos, conocida como La Gran Depresión. El texto del gran Arthur Miller (traducido por Cristina Genebat), uno de los mayores dramaturgos del pasado siglo XX, nos habla de los desechos que deja una crisis que uno no puede controlar, como las personas se enfrentan a las situaciones de maneras muy diversas, llegando a poder ver realidades muy diferentes de un mismo hecho. El autor de clásicos tan relevantes como "Muerte de un viajante", "Panorama desde el puente", "Las brujas de Salem" o "Todos eran mis hijos", supo en todas sus obras mostrarnos el lado más oscuro de la sociedad, la cara oculta, los bajos fondos, las cloacas de una sociedad, como es la estadounidense, acostumbrada a hablar más de sus éxitos que de sus derrotas.
La consagrada Silvia Munt ha mostrado su devoción por Miller en infinidad de ocasiones, y de este interés nace una propuesta cargada de intensidad, en la que cada uno de los personajes están milimétricamente diseccionados, todos ellos cargados de una profunda carga, que deben dejar atrás después de todo lo que ha ocurrido. La intensidad de la obra nos muestra una dirección actoral muy medida, en la que ha conseguido sacar lo mejor de cada uno de los intérpretes. La propia directora hablaba así del autor y su forma de abordar los personajes: "Arthur Miller tiene una obsesión que convierte en don, de forma magistral: radiografiar lo más íntimo del ser humano. Como un experimento de cirujano, va trepando con delicadeza en el más recóndito de los pliegues más escondidos de nuestras decisiones vitales, enseñando aquello más profundo y revelador de forma inexorable. Y, como en un nítido espejo, nos vemos reflejados de una manera u otra, intentando digerir el porqué de todo".
A las portadas de los periódicos sólo trascienden las cifras de las crisis, tanto en la del 29 (que es la que aborda esta obra) como más recientemente la de 2008 se habló de los bancos, de las corporaciones, de los grandes imperios que se venían abajo. Pero estas crisis dejan muchos más damnificados, que no aparecen en las portadas más allá de ser un número más en las devastadoras consecuencias de estas crisis. Silvia Munt comentaba "Sea el crack del 29 o el del 2008, las crisis económicas hacen tambalear los fundamentos de nuestro sistema, dejando consecuencias devastadoras. Las cuestiones más esenciales surgen de la adversidad, poniendo a prueba nuestra sociedad y a cada uno de nosotros".
Esas personas que lo pierden todo, que nunca tendrán repercusión, son las verdaderas víctimas de todo esto. Los desahucios, los despidos masivos, los cierres de las pequeñas empresas, todo esto lleva consigo un desamparo que no afecta solo a la persona que lo sufre, sino a todo su entorno. A estos damnificados es a los que se refiere la obra. A aquellos que optan por salvarse y a aquellos que deciden arrimar el hombro. A los que luchan y a los que se acomodan. A esa gente que les cuesta un mundo llegar a fin de mes. Todos esos son derrotados de una situación que ellos no manejaron, los inocentes que pagan los platos rotos de los poderosos, y los que tardarán mucho más, si es que lo consiguen, en recuperarse. "¿Como reaccionaríamos ante la precariedad económica dentro de una misma familia? ¿Qué aprendemos, si es que aprendemos alguna cosa, de estas situaciones? ¿Cuál es el precio de nuestras decisiones?" fueron algunas de las preguntas que sirvieron de punto de partida a Munt para plantear el montaje.
La historia nos sitúa en el trastero de una vieja casa familiar que está a punto de ser derribada. Los dos hermanos dueños de la casa han quedado allí para intentar vender todos los muebles que quedan en la casa. Por circunstancias de la vida llevan dieciséis años sin hablarse, pero cuando la vida les da un ultimátum deben quedar para resolver los temas que les atañen a los dos sobre la casa familiar. Han quedado con un tasador que les dará un precio por los muebles, y así podrán pasar página y cerrar para siempre la puerta de esa casa que les trae tantos recuerdos y tantas deudas pendientes. Además de los muebles, la casa está llena de imágenes, recuerdos y reproches de toda una vida, con lo que no será tan fácil "vaciarlo todo".
Víctor (Tristán Ulloa) es el primer en llegar a la casa, embriagado de la melancolía y los recuerdos que llenan sus paredes. Le acompaña su mujer Esther (Elisabet Gelabert) en un intento de que pase este duro trago de la mejor manera posible y consiga un buen precio por los muebles.Tras la llegada del tasador (Eduardo Blanco) y cuando parece que el acuerdo se cerrará sin muchos problemas, aparece Walter (Gonzalo de Castro), el hermano mayor. La vida les separó hace muchos años y se han ido distanciando cada vez más. Mientras Víctor es un humilde policía a punto de retirarse, Walter es un cirujano de gran éxito que vive en la gran ciudad. Con la llegada del primogénito empiezan a florecer todas las rencillas que han ido creciendo con los años, todos reproches sobre las decisiones que cada uno de ellos tomaron en un determinado momento, y lo que habría podido pasar si ambos hubiesen actuado de manera distinta.
La maestría con la que el elenco nos muestra a cada uno de los personajes nos deja estupefactos. Cuatro intérpretes que dan una auténtica lección de como se debe desgranar cada una de las aristas de cada uno de estos personajes poliédricos, de los que van mostrándonos sus distintas capas según avanza la obra. Esta dura reflexión sobre el paso del tiempo y las cicatrices que va dejando la vida nos conmueve desde el principio, gracias a unas interpretaciones sobresalientes, que nos mantienen el corazón en un puño en todo momento. El duelo de los dos hermanos, en su lucha por dar su versión de lo que ha sido su vida, nos sobrecoge y nos deja helados, con el ebullición que va tomando el espacio, que se convierte en una auténtica olla a presión.
"Miller hace el ejercicio perfecto colocando cuatro personajes en un mismo espacio y unidad de tiempo y...¡consigue el milagro! Lo irreversible de nuestras decisiones, la fuerza de nuestras convicciones, la fragilidad ante el paso del tiempo, la inercia, la capacidad de estimar, la supervivencia, se debaten dolorosamente dinamitando el minúsculo equilibrio sobre el cual estamos instalados". Con estas palabras, Silvia Munt nos hace una radiografía de lo que es la obra.
Tristán Ulloa da vida a Víctor, un personaje melancólico y dolido por todo lo que paso en aquella casa. Intenta acabar con ello de la mejor manera posible, negociando de forma rápida con el tasador, con el que entabla una entrañable relación. El policía sufre por el simple hecho de volver a ese lugar en el que su vida se paralizó. La llegada de su hermano, al que culpa de la mayoría de sus desgracias, es el detonante que le hace ponerse a la defensiva, intentando sacar fuerzas de flaqueza para enfrentarse a su hermano. Ulloa nos hace sufrir al verle como cada minuto que pasa en esa casa se asfixia un poco más. Una interpretación superlativa en la que el gallego nos muestra un ser dolido, agobiado por la vida que ha llevado, y que sabe que se encuentra ante el momento en que debe ajustar cuentas.
Por su parte el triunfador de la familia, Walter, es interpretado por Gonzalo de Castro. Dentro del ambiente lúgubre y apagado, su aparición destila alegría, su pose transmite seguridad, y su conversación dista mucho, al menos al principio, de ser una persona que busque el conflicto. La vida de Walter ha sido muy distinta a la de su hermano, aunque también ha tenido sus momentos malos. Su iniciativa y seguridad le llevó a tomar decisiones que cambiaron para siempre el rumbo de toda la familia. Es el prototipo de triunfador, con una vida llena de lujos, que intenta esconder sus miserias con dinero. Pero él también tiene su versión de la historia, y de porque actuó de aquella manera que su hermano le reprocha. De Castro está muy solvente en este cirujano que llega con un carácter conciliador pero que pronto pasa al ataque. Los combates entre los dos hermanos son sublimes, un reparto de golpes en los que dos muerden la lona en distintos momentos.
Esther, interpretada por Elisabet Gelabert, es la mujer de Víctor y ejerce de árbitro en este combate en el que todo vale. Ella también estña descontenta con su vida y piensa que con la venta de los muebles todo puede cambiar. Lo que ella no sabe es que los dos hermanos tienen muchos más reproches que lanzarse de los que ella está dispuesta a soportar. La actriz comienza con un tono conciliador, animando a su marido, siendo amable con Walter, e intentando que ambos se pongan de acuerdo en la manera de hacer las cosas. Pero según van saliendo a la luz todos los secretos que ambos se tenían guardados, se va desintegrando al ver que todo lo que pensaba que podía cambiar a partir de ese día se desvanece.
Por último tenemos al personaje del tasador, con el que Eduardo Blanco nos da una lección de lo que es una interpretación. Nos maravilla desde el mismo instante en que entra en escena, y nos tiene hipnotizados cada vez que aparece en escena. Una actuación conmovedora, triste, angustiosa, pero ante todo soberbia. Juega con nosotros como juega con Víctor para sacarle el mejor precio por los muebles. Sus tembloroso movimientos, su parsimonia al actuar, la claridad con la que cuenta las cosas, nos lleva a apreciar a un personaje que en el fondo sólo quiere aprovecharse de una situación límite.
La escenografía melancólica diseñada por Enric Planas, con Joana Martí como ayudante, nos mete de lleno en ese lugar al que los hermanos deben ir a cerrar una puerta que lleva demasiado tiempo abierto. Un decorado oscuro, en el que se respira pasado y melancolía, con unos pocos elementos que destacan entre aglomeración de sillas que se agolpan a uno de los lados. Un arpa, el sofá que utilizaba el padre y una lámpara, que sirve también de perchero, son los únicos elementos que dan un poco de singularidad a un espacio tan decadente. Para continuar con este bucólico ambiente, la iluminación de Kiko Planas (AAI) es tenue y cálida, enfatizando un espacio que parece llevar cerrado mucho tiempo.
Pero si algo destaca dentro del tema técnico con las proyecciones que al comienzo y al final de la obra inundan el escenario. Diseñadas por Raquel Cors y Daniel Lacasa, las imágenes son de una belleza descomunal, sobrias y elegantes. Por último el sonido de Jordi Bonet nos traslada a tiempos pasados, con anuncios y vinilos de otra época.
Hay obras que por algún extraño motivo te llegan más adentro. Puede ser por la puesta en escena, por el texto, la dirección, las interpretaciones... Pero cuando todo ello se conjuga de forma extraordinaria el resultado es apoteósico y el resultado quedará grabado en tu memoria para siempre. Eso mismo es lo que nos pasó con esta obra, que te atrapa desde el mismo instante que entras en la sala, para no soltar nunca más.
Un texto que nos habla de la vida tras una debacle como una crisis, pero también de la generosidad humana, de la singularidad de cada uno a la hora de buscar su destino, y de los peajes que podemos pagar a lo largo de nuestra vida que nos van llevando por determinados caminados. Una de las historias más redondas que hemos visto en los últimos tiempos, con cuatro interpretaciones maravillosas, que nos dolerán, nos angustiarán y nos sobrecogerán, porque todos en algún momento hemos tenido que tomar decisiones que han llevado nuestra vida por caminos que nunca podremos saber si fueron los correctos.
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Teatro: El Pavón Teatro Kamikaze
Dirección: Calle Embajadores 9.
Fechas: De Martes a Sábados a las 20:30. Domingos a las 18:00, Domingos 14, 21 y 28 a las 19h.
Entradas: Desde 20,00€ en teatrokamikaze. Del 12 de Octubre al 6 de Enero.
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