Entrábamos en la sala con un tarareo, recordábamos aquella canción de Pablo
Guerrero que ansiaba libertad y aires nuevos “Hay que doler de la vida, hasta
creer, que tiene que llover, a cántaros”.
Así es como Jean-Luc Lagarce titula su obra póstuma, estrenada un
año antes de su muerte. Un autor que falleció de SIDA en los 90, década en la
que el SIDA era mortal, y eso el autor lo sabía, y lo refleja en su obra. “Siempre
he querido morir en noviembre, si pudiese elegir...”
La versión realizada por Miguel Torres, impulsor de Teatro
Lagrada, es una versión valiente, ya que se trata de un texto profundo, de unos
monólogos permanentemente enfrentados , de generaciones oscuras a la espera no
se sabe muy bien de qué. Del paso del tiempo y las heridas que provoca, de la
propia vida teñida de luto cuando el luto es lo que hay fuera y dentro. Sin
búsqueda de respuestas y silencios encogidos de rabia sin llanto.
Las repeticiones continuas, la escasez de acciones y la
confrontación generacional dotan a la obra de un ritmo pausado que pone el foco
en la palabra, de verbo bien estructurado, que nos sumerge en una atmósfera
triste, costumbrista.
En ocasiones la ruptura de la cuarta pared por parte de algún
personaje agiliza ese ambiente oscuro y lúgubre. Es aquí donde el personaje de
la hermana mayor interpretado por Eva Bacardit, que espera como agua de mayo la
llegada de la lluvia, nos transporta a un pasado angosto y desolador, lleno de
secretos y confesiones a medio hacer. De huidas a la ciudad en busca de amores
pasajeros que tiñan de color sus días. La madre, interpretada por Isabel
Pascual está llena de rabia contenida hacia la vida que le ha tocado vivir, y a
la vez metida en su papel de cuidadora y protectora . La abuela , la más vieja
, Ana Pilar Santos , que se rebela ante la situación, que ya no puede “
consentir más sin devorarse “, que planta cara a la madre, pero que a la vez la
apoya y la compadece. La mediana , Alba Martínez, que añora su vestido rojo y
los bailes con su hermano ausente,que es tachada de frívola por buscar ser algo
más que la hermana de, o la hija de… y la más joven, Cristina Rodríguez, que
sabe más de lo que parece, pero que nadie la toma en cuenta . La pequeña ha de
oír, ver y callar.
De fondo, un escenario oscuro, tenue, creado por Elías Torres, Ana Cobo y Goyo Calatayud, a modo de ring en un imaginario combate generacional donde al final todas callan y todas esperan y desesperan.
De fondo, un escenario oscuro, tenue, creado por Elías Torres, Ana Cobo y Goyo Calatayud, a modo de ring en un imaginario combate generacional donde al final todas callan y todas esperan y desesperan.
Una realidad que nos transporta a una Bernarda Alba donde la
figura femenina se somete al hombre, a un hombre ausente que marca las
sucesivas generaciones de mujeres de una familia al uso de “las de antes”.
El hijo, esposo y padre que discutió con el hijo, nieto y hermano
que no volvió, y que volvió para morir. Para seguir con la sequía, con el
hermetismo, con la cerrazón. Para seguir con una espera, que a veces funciona
de excusa perfecta para la no acción, para la permanencia en el papel que les
ha tocado. Y de fondo, el qué dirán. Las apariencias. La hipocresía que tiñó de
negro todos esos años donde todos se conocían, aunque en el fondo no se conocía
nadie.
Una puesta en escena atrevida donde las cinco mujeres permanecen
calladas, acumulando rabia y desesperación. Esperando de una vez que venga la lluvia para tal vez mojarse,
empaparse de vida, y comenzar a vivir. Emociones difíciles de transmitir.
Sueños difíciles de alcanzar.
Quizá termine lloviendo, quizá vuelva la lluvia,
quizá se acabe esa sufrida espera…, pero ¿Algo cambiará?, quizá tenga que llover, a cántaros.
Dirección: Calle de Ercilla, 20
Fechas: 6, 7, 8 y 9 de diciembre
Entradas: Canal de venta Entradium y Atrapalo y en la propia sala. Venta anticipada 13 euros.
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