Teatro: El ombligo de la reina. Teatro Lara

La singularidad nunca debería avergonzarnos, sino todo lo contrario. Nunca la diversidad fue tan visible como en nuestros días (aunque algunos quieran hacernos involucionar) y por eso debemos hacer gala de ello, potenciar la singularidad y no esconderla, y mucho menos avergonzarnos de ella. Las personas deberían más valiosas cuanto más diferentes y no obligarlas a cumplir unos cánones establecidos para permanecer dentro de lo establecido y pasar desapercibido... 
QUE ABURRIDO!!!!





"El ombligo de la Reina" es una comedia cargada de intenciones, con una atmósfera que nos recuerda a Berlanga y Almodovar, con ambientes que bailan entre la realidad y los sueños, con personajes que nos sorprenderán por su singularidad y situaciones que nos harán retroceder a nuestra niñez, pero también viajar al pueblo, ese oscuro lugar en el que todo se juzga y nadie quiere ser juzgado. 


La actriz y directora Celia Morán debuta en la dramaturgia con esta comedia que se estrenó en Nave 73 a comienzos de año y que en Junio llegó a la sala off del Lara. En apenas un año ha estrenado "Aquí jodí, pero usted no tiene la culpa" y "Tatuaje", dejando entrever el potencial que tiene y marcando unas lineas maestras sobre lo que le interesa y el modo de hacerlo. Historias más o menos cotidianas que nos sitúan en pequeños pueblos manchegos en los que todo es posible, pero todo cuesta mucho por la propia idiosincrasia de la gente. Premiada en el Festival de Teatro Entre dos aguas (celebrado en el Teatro de las aguas) en las categorías de mejor dirección, actriz principal y música original, este cuento de superación a mitad de camino entre el patito feo y "Pequeña Miss Sunshine", nos hará disfrutar a la vez que nos conciencia sobre la necesidad de proteger a cada uno desde su diversidad y permitir que cada uno viva su vida a su manera.




La autora, recién licenciada en dirección y dramaturgia en la RESAD, nos presenta una interesante historia sobre la diversidad y el amor, sobre la inclusión y el rechazo, sobre la necesidad de aceptar a cada uno tal y como es. Para Morán "tiene ecos del pasado pero habla de algo muy presente, es rural y concreto, pero a la vez universal, es tan disparatado que cualquiera podría reconocerse. Pero sobre todo, está hecho con el cariño de los recuerdos y la fantasía, y con un equipo cargado de una sensibilidad especial". Con esta declaración de intenciones podemos asegurar que estamos ante una autora que sabe de lo que habla, que vuelve a su infancia para recoger la esencia de aquellos años y vuelve a la actualidad para posar esos recuerdos en un pueblo (manchego, gallego o andaluz) en que la censura empieza en la propia familia, incapaces de buscar la belleza de la singularidad y obsesionados siempre con el maldito "Que dirán".



Toda la historia gira en torno a una fiesta de pueblo en la que se expone a las chicas que acaban de cumplir quince años. Una exposición a la que unos padres no se atreven a llevar a su hija, no por principios éticos sobre la dudosa validez de la celebración, sino porque se avergüenzan de que es una niña distinta, soñadora, diferente. La niña que ha sido recluida en su casa de las afueras del pueblo vive la proximidad del evento con mucha emoción, sin saber las ideas reales de sus padres. Ante la idea del ridículo que piensan que puede hacer su hija en la fiesta, deciden comprarse una mujer artificial para que vaya a la fiesta en lugar de Azalea (su verdadera e ilusionada hija). Una madre con muchos prejuicios y un padre que nunca termina de decir nada, la pareja perfecta para hacer todo lo posible porque el pueblo no les señale

Para la autora esta exposición gratuita a la que se somete a las niñas es uno de los principales focos de la obra, un montaje que intenta "denunciar estas fiestas donde se expone a las niñas con vestidos caros y todo el mundo tiene que tirar la casa por la ventana para decir tengo una hija bella y en edad casadera. Habrá niñas perfectas y otras diferentes como Azalea, que también son perfectas, pero no encajan en lo que debería ser una chica diez. Esto parece un pensamiento muy antiguo, pero es algo que sigue pasando en los pueblos". Hay que poner en valor que "cada naturaleza es singular y hay que aceptar a cada uno tal y como es, ojalá nos demos cuenta de una vez de que la diversidad es lo más maravilloso de la sociedad".


La obra pretende hablar de lo singular y lo cotidiano, en un entorno marcado por las tradiciones que ahogan a los padres, los silencios que les obligan a vivir escondidos, una dualidad de transgresión frente a tradición, de lo diferente frente a lo común, de la maldita espada de Damocles que es el entorno en el que nos desarrollamos, que en muchas ocasiones no nos deja emprender nuestro camino y nos hace vivir en una mentira, o escondidos como en el caso de Azalea. La singularidad de los personajes de las hijas, lejos de alejarnos de ellas, nos identifica dentro del entorno hostil que les rodea. La realidad se mezcla con los sueños de la niña, lo que hace de la obra un amalgama de diversos lugares, una surrealista fábula que nos hará reflexionar sobre cosas que creemos superadas pero no lo están tanto en determinados ámbitos, como puede ser el rural.


La autora muestra este arraigo por la tierra desde el comienzo de la obra, dando intencionadamente a todos los personajes nombres de flores (Madre Selva, Brezo, Comino, Tila y Azalea) porque "están anclados en la tierra y lo que tienen que hacer durante la obra es cortar esas raíces y salir de allí, esas que les atan al pequeño pueblo manchego en el que viven y que son profundas, tanto que a veces duelen". Personajes que viven arraigados en su tierra, pero que también se ven absorbidos por ella, juzgados y observados por un entorno que no deja que nadie escape del redil. Es más habitual de lo que pensamos, familias que viven tal y como indica la mayoría, sin llegar a ser nunca ellos mismos. "Un mundo donde hay silencios, todo está velado y es ritual, pero también es cotidiano. Los personajes son exagerados, pero a la vez te están hablando de discapacidad, de integración social, de feminismo, de identidad de género y de transexualidad". 



Esta contundente historia se cimienta en las interpretaciones de un elenco que se compenetra a la perfección. Aida Mercadal en el papel de Azalea es capaz de transmitir ese mundo interior tan particular de la niña, creando un personaje al que le da muchos y muy diversos matices, lo que hace del personaje una caja de sorpresas que no deja de sorprendernos. A su lado está Tila, su hermana artificial, que al igual que ella es muy singular. Interpretada por Julio Armestro, la máquina va siendo cada vez más persona, en una evolución muy interesante del personaje y que Armestro va matizando levemente en cada escena, con gran sutileza.


En el lado contrario están los padres, que se piensan muy listos pero en el fondo viven presos de su entorno. Madre Selva es impulsiva y siempre está pendiente de lo que pensará el resto, mientras utiliza a su marido para todo aquello que necesita. Olga Redondo es la encargada de dar vida a esta madre obsesionada con las apariencias. A su lado está Brezo, interpretado por Juan Carlos Mestre, un padre indeciso, que nunca acaba una frase ni toma una decisión importante por miedo a que alguien le señale. Y por último tenemos a Comino, el particular amigo imaginario (o no tanto) de Azalea, que da vida José Juan Sevilla (o José Ramón Arreondo, según la función).



En un ambiente tan pueblerino, la autora opta por dejar libre nuestra imaginación y prescindir de todo elemento escénico que podamos asociar con algún lugar en particular, ya que este pueblo es el símbolo de muchas cosas, de muchos lugares donde el diferente es apartado y criticado. Por ello la escenografía, diseñada por Elena Alejandre y Pili de Grado, es bastante sencilla, dejando todo el protagonismo al armario en el que aparece Tila, que va adquiriendo diversas utilidades a lo largo de la función. Para crear la atmósfera buscada, ese lugar seco y áspero, oscuro y lúgubre, es básica la iluminación diseñada por Guzmán Pérez y Elena Alejandre, que buscan matizar los espacios de ensoñación con los de realidad, los íntimos con los públicos. Para crear esta diversidad de lugares, marcados por pequeños matices, el compositor musical Pablos Cediel, que también se encarga del sonido, dota a las distintas atmósferas de diferentes texturas marcadas por las palmas, tanguillos o castañuelas, que nos hacen vincular cada escena a un determinado lugar. 




  • Una obra divertida e ingeniosa en su forma y muy instructiva en su contenido, hablando de temas cruciales desde una perspectiva cómoda para el espectador, que poco a poco va descubriendo lo difícil que es vivir atado, oculto, sin poder mostrarte como eres, en un ejercicio muy interesante de cómo debe potenciarse la diversidad y la singularidad de cada uno, sin criticar y aplaudiendo que cada uno pueda ser y actuar como quiera, sin que por ello debamos juzgarle. Todos somos diferentes y cuanto mayor sea esa diversidad más placentero será disfrutar de conocer a la gente que te rodea. Menos ataduras y más libertad para que cada uno se exprese como sea.
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    El ombligo de la Reina
    Teatro: Teatro Lara
    Dirección: Calle Corredera baja de San Pablo 15
    Fechas: Miércoles a las 20:15.
    Entradas: Desde 12€ en teatrolara, ticketea, atrapalo. Del 19 de Junio al 24 de Julio.


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