El mal de la piedra en Sala Mirador

El 1 de abril de 1940 se proclamó un decreto que describiría el futuro mausoleo del Valle de los Caídos como un homenaje a los "héroes y mártires de la Cruzada" que "legaron una España mejor", es decir, a los que lucharon y murieron por Franco durante la Guerra Civil, como deja claro la orden firmada por el dictador en 1940. No para la reconciliación, ni para ambos bandos, como reinventó más tarde el franquismo.

En 1959 Franco hizo llevar unos 34.000 muertos de ambos bandos, unos caídos por Dios y por España, otros mano de obra esclava que había trabajado en la construcción del Valle, bajo las normas del Patronato Central de Redención de Penas por el Trabajo y otros tantos, traslados de miles de cuerpos de republicanos represaliados.

Además de la momia de Francisco Franco y los restos del fundador de la Falange Española José Antonio Primo de Rivera, hay alrededor de un tercio de los muertos enterrados allí, que lo están de forma anónima y sin el conocimiento de sus familias. 
Las esculturas y la basílica del Valle de los Caídos, se están deshaciendo poco a poco, como así lo hace una ideología que somete al paroxismo y la abulia social, que no permite avanzar en la verdad, justicia y reparación de todas las víctimas del franquismo.
Para las estatuas y la gran cruz del Valle se usó una piedra caliza de Calatorao, una cantera situada en este municipio aragonés, que era fácil de trabajar y se suponía dura y resistente a la humedad y los cambios climatológicos. Lejos de ser así, el conjunto monumental se está deshaciendo y hace tiempo que caen fragmentos de La Piedad (como el antebrazo de Cristo, que se desplomó), de las esculturas de Los Evangelistas o de la base de la enorme cruz. Los expertos lo alertaron en 2011 y se ha hecho poco más que poner parches para evitar accidentes. El túnel se talló en un risco granítico, roca que tiene fisuras y por la que se cuela el agua de lluvia, que ya ha inundado en alguna ocasión parte de las fosas comunes.
Este es el contexto donde se desarrolla en la actualidad la obra “El mal de la piedra”, en la entrañable y siempre comprometida Sala Mirador de Madrid, epicentro de la inmigración en nuestra ciudad.
 Allí, una restauradora trabaja para diagnosticar ese mal pedestre que mantiene la Basílica enferma. Debido a una trifulca que ocurre en el exterior entre seguidores de memoria histórica y un grupo de neonazis, la restauradora queda encerrada y ha de convivir unas horas con un singular guardia de seguridad, con postura neutral ante el conflicto. Y así, con música de cañerías, una cruz plasmada en la pantalla, una escalera, una mesa de trabajo y un busto de Franco a restaurar, nos recibe esta obra. Este mal de la piedra sin fisuras en sus cimientos teatrales.
 Una obra sólida en su estructura que nos hará reflexionar sobre la visión que sus protagonistas nos trasladarán en su desarrollo, en las entrañas de la tierra, en la mayor fosa común de España, con distintas percepciones de una misma realidad, cuya herida aún no se ha acabado de cerrar, y que unos y otros se empeñan o nos empeñamos en sanar, dignificando a las victimas y familiares represaliados por el franquismo. 
¿Me llamó? … así inicia una conversación de alrededor de hora y media entre el guardia de seguridad con la restauradora, subida en una escalera con la mirada fija al dictador.
Con acento argentino, sinceridad en las palabras, en los sentimientos y en la mirada, Iván Steinhardt ( el guardia ) y Romina Pinto ( la restauradora ) nos trasladan a nuestro pasado más reciente. 
 A esa búsqueda de respuestas que todavía nos seguimos haciendo sobre lo que ocurrió, ya no el cómo pudo suceder, si no el por qué, después de tantos años, sigue vigente esa etiqueta de las dos Españas, de fachas y rojos, de izquierda y derecha, de puños cerrados y abiertos, de tanto sinsentido…
Y se establecen las ideologías, allí, en el Valle, el decantarse por un bando, el seguir pidiendo justicia unos y seguir negando la realidad, los otros. El empeño de seguir recordando unos y el deseo de olvidar ciertas cosas por parte de los otros. El seguir así per secula seculorum, por parte de todos. Si bien, habríamos todos de entender, que un país que no reconoce su historia y no es capaz de sanar heridas, dignificar a sus muertos nunca será una sociedad verdaderamente democrática.
 Esta compañía argentina, interpreta la obra de Blanca Domenech de una manera real, sincera, demoledora en ocasiones, conciliadora en otras, pero siempre con respeto. Mucho respeto a las ideas, a las creencias y a la propia historia de tanta sangre derramada entre hermanos, entre personas que hablaban el mismo idioma, pero que no consiguieron entenderse. Iván Steinhardt nos ofrece una visión en un principio neutral, cuadriculada, nada emocional, y basada en hechos, en pruebas irrefutables, refrendada por tanta literatura leída durante sus veinte años de trabajo de seguridad, encerrado por decisión propia en aquel agujero, con poca vida exterior y mucha vida interior que poco a poco va sacando. “Y esta puta cafetera que no funciona”… El personaje va evolucionando a un detective que ha de matar el tiempo con reflexiones certeras y búsquedas cercanas en su limitada realidad. De casa al trabajo y del trabajo a casa.

Este guardia de seguridad inexpresivo emocionalmente nos lleva paradójicamente a una reflexión emocional e interior potente y real. Su personaje desprende verdad desde su primera frase hasta el final. Una maravillosa interpretación capaz de emocionarnos.
Como contrapunto, la restauradora. Romina Pinto, emocional, viva, apasionada de su trabajo, histriónica en ocasiones, cínica en otras, siempre vital. Con una posición clara, con unos ideales sólidos que quizá se vayan desmoronando , como la propia basílica, como su propia vida. Miranda y su realidad. Sus ideales. ¿Sólidos, frágiles ? “Maldito lugar.” La piedra es débil, nuestras ideas quizá también.
               

Gracias a los dos. Una gran labor de dirección actoral a cargo de Tony Lestingi, que ha sabido sacar de estos dos grandes actores todo lo que necesitan sus personajes.
Destacar también la labor de escenografía, iluminación y sonido que logran crear ese ambiente opresivo, trepidante a veces, o tranquilo cuando se necesita, que ayuda tanto a los personajes como al espectador a introducirse rápidamente en la trama y en el pasado. Fantasmas del pasado que renacen entre piedras frágiles, simbolismos que se van desmoronando tras el tiempo, tras las propias ideas. Reflexiones duras de escuchar que pueden ayudar a de una vez por todas pasar página. Todo esto y mucho más en la Sala Mirador. Una mirada al presente desde las entrañas de nuestro pasado. Yo que ustedes lo comprobaría.

El mal de la piedra
Teatro: Sala mirador
Dirección: Calle Doctor Fourquet 31
Fechas: Del 19 al 29 de septiembre de 2019. Funciones: J19, V20, S21, D22, J26, V27, S28 y D29
Entradas: Desde 14€ en lamirador
         

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