La música es el hilo conductor de nuestras vidas. Una banda sonora a la que asociamos nuestros momentos más felices, pero también los más tristes. Las canciones son elementos a los que recurrimos para divertirnos, pero también cuando lo estamos pasando mal. Nos hacen reflexionar sobre nuestra propia existencia y nos transmiten sensaciones increíbles, pocas cosas hay que nos aúnen tanto como la música. Pero ¿sentimos de verdad las canciones? ¿nos dejamos llevar por ellas o las queremos simplemente como un mero acompañamiento a nuestra vida?. La música es magia, hace vibrar nuestra alma y nos puede llegar a transformar.
Todos escuchamos música, la vida sería demasiado aburrida sin ella. Da igual la procedencia, la edad, el sexo, todos en mayor o menor medida vivimos conectados a los sonidos que nos transmite la música, a esas melodías que hace que todo cambie a nuestro alrededor, que puede hacer que un día cambie por completo. Un análisis más profundo nos lleva a relacionarlo con algo mucho más primario, el ser humano como tal necesita de la música. Sentirla, vivirla, dejarte llevar por ella hasta que te domine y sea tu propio cuerpo, y no tu parte racional, la que exprese lo que sientes ante determinada canción.
Cada nuevo proyecto en el que se embarca el bonaerense Pablo Messiez es todo un acontecimiento. En este caso ha creado un texto que nace de su pasión por la música, basándose en personajes y situaciones de las obras de Chejov, construyendo un montaje que nos invita a parar, a dejar que la música nos invada, a reencontrarnos con la escucha. Messiez es un gran amante de la música (estudió de niño piano y violín) y por eso habla de "desentrañar qué nos remueve la música, cómo y por qué cambia nuestro estado de ánimo". El autor, desde la poética que impregna cada uno de sus trabajos, nos invita a "detenernos en el misterio de escuchar el mundo y la musicalidad de las palabras". Un trabajo que en sí mismo parece una gran partitura, lista para una minuciosa y sentida escucha.
Esta producción de El Pavón Teatro Kamikaze vuelve a sacar a relucir toda la belleza poética que caracteriza a Messiez, que asume también la dirección (con Javier L. Patiño como ayudante de dirección y sobretítulos) de un montaje hecho para sentirlo, para dejarse llevar y lanzarse a una propuesta que nos cautiva desde que entramos en el teatro, sorprendiéndonos a cada paso, a cada canción, a cada nueva vuelta de tuerca con la que nos empuja a ese universo tan particular que siempre dibuja en sus obras. Este prolífico autor ya nos sorprendió con sus maravillosas direcciones en montajes sublimes como "La piedra oscura", "He nacido para verte sonreír", "Bodas de sangre" o "Todo el tiempo del mundo", cargadas todas ellas de una sensibilidad que nos hipnotiza, que nos embriaga hasta dejarnos llevar por universos de lo más particulares.
Messiez nos invita a sentir la música, a dejarnos llevar por la sensación de cada sonido, de cada estrofa, sin hacer mucho caso a nuestro cerebro, y guiándonos solamente por el corazón, por nuestro cuerpo, capaz de reaccionar ante cada uno de los sonidos que escuchamos en nuestra vida de una manera diferente. Dejemos que el autor nos guíe, de la mano junto a sus actores, por una experiencia en torno a los silencios, los sonidos, la música y nuestros instintos más primarios. Ya el año pasado nos mostró su amor por la música en la deliciosa "La otra mujer (un concierto)", pero ahora va más allá, haciéndonos partícipes de lo que él siente por la música.
Desde el mismo momento que nos adentramos en la sala del teatro comenzamos un viaje a las entrañas mismas de lo que es la música, una aventura de la que seremos protagonistas (si queremos, si nos dejamos llevar), pero ante todo una bella historia, plagada de momentos inolvidables, imágenes impactantes y escenas que nos dejan sin palabras (porque muchas veces no son necesarias) para rendirnos a la belleza de lo que está transcurriendo ante nosotros. Antes incluso del comienzo de la obra, ya nos vemos seducidos, sorprendidos o al menos inquietados por unos curiosos personajes que deambulan por el proscenio. Pero con el comienzo de la obra todo se torna en belleza, en color y en música, aunque muchas de las escenas contengan una alta carga dramática.
La historia nos traslada a un peculiar espacio diseñado para la escucha de las canciones, en el que sus propietarios pasan los días disfrutando de canciones. Esta familia es heredera de un famoso cantante, pero también de un suceso traumático que los marcó a todos para siempre. Es en este lugar diseñado para la escucha donde consiguen evadirse consiguen no pensar en los episodios que marcaron sus vidas, dejando que sea la música la que les transmita su poder, dejando fluir sus cuerpos al son de cada uno de los acordes. Unas canciones que pueden salvarles, aunque con la llegada de unos desconocidos parece que pueden hundirse definitivamente.
La banda sonora que les acompaña va desde Lou Reed a Jacques Brell, de Lola Flores a Edith Piaf, pasando por ABBA, Violeta Parra, Nina Simone e incluso una jota (en el que es uno de los momentos más surrealistas de la obra), llenando nuestros oídos de las más variadas canciones y sonidos, en un recorrido que nos llevará por diversos estados de ánimo y por experiencias de lo más singulares.
Toda esta magia que despliega Messiez en este montaje no sería posible sin el maravilloso elenco que desde la primera escena nos transmite a la perfección toda la sensibilidad poética que transmite el texto. Rebeca Hernando, Juan José Rodríguez, Íñigo Rodríguez-Claro y Mikele Urroz son los habitantes de extraño espacio, los "escuchantes" que han descubierto la manera de vivir las canciones de otra manera, haciendo que te invadan, que penetren en tu interior para que sea tu propio cuerpo el que reaccione a los estímulos sonoros. Los "invasores" de este santuario de la escucha son Carlota Gaviño, Javier Ballesteros y Joan Solé, que por diversos motivos rompen con la tranquilidad del lugar, para acabar participando de ella. Unos actores que nos lleva a lugares desconocidos, para descubrir las entrañas de las canciones... y de sus propias vidas.
Un elenco que se deja el alma en cada escena, que se resquebraja y se desnuda ante nosotros para que podamos ver su alma, y así poder entender mínimamente todo lo que este montaje nos quiere transmitir. Intensidad absoluta desde el primer momento, cada escena es dinamita pura, un collage de preciosas imágenes en las que ver, sentir y escuchar todo lo que estos increíbles actores nos transmiten. Porque no es fácil mantener esa intensidad sobre el escenario, esa precisión de movimientos, esa fuerza desbocada, esa tensión que se palpa en cada escena, transmitir toda la poesía que lleva en su interior el texto. No debe ser nada fácil estar más de dos horas en este estado de máxima excitación, de máxima exposición, pero ellos lo logran de manera magistral.
La apabullante fuerza de Juan José Rodríguez, la rabia y el dolor contenidos de Rebeca Hernando, la melancolía y la pena de Íñigo Rodríguez-Claro, la inocencia y la frescura de Mikele Urroz, la sencillez y ternura de Carlota Gaviño, la demoledora seguridad de Javier Ballesteros y la fresca e hilarante presencia de Joan Solé, hacen de este elenco algo único, que nos duele, nos seduce, nos divierte, nos perturba, pero sobre todo nos emociona, por su manera de transmitir todo lo que les está pasando a sus personajes durante la obra. Cada uno de los personajes pasa por momentos de rabia, de dolor, de furia, de amor, y todo se va encajando a la perfección, al compás de las diferentes canciones, hasta conseguir una obra tan compleja como bella en su forma.
Toda esta ebullición de emociones vienen contenidas en un peculiar espacio. La escenografía diseñada por Alejandro Andújar (responsable también del vestuario) nos introduce en un caja, un espacio de gran belleza pero de difícil definición, en el que puede ocurrir cualquier cosa, un espacio que se abre ante nuestros ojos al poco de comenzar la obra, para que podamos entrar en ese acotado lugar que los protagonistas utilizan para la escucha (el espacio permanece siempre abierto hacia el público, para hacernos partícipes de lo que allí sucede). Este espacio tan singular queda realzado con la iluminación de Paloma Parra, colaboradora habitual de Messiez, que consigue matizar la atmósfera de cada una de las escenas. Pieza clave en este montaje es el diseño sonoro, realizado por Joan Solé, que nos abraza y nos envuelve en todo momento.
Teatro: El Pavón Teatro Kamikaze
Dirección: Calle Embajadores 9
Fechas: De Martes a Sábados a las 20:30, Domingos 19:00.
Entradas: Desde 16€ en TeatroKamikaze. Del 6 al 21 de Septiembre.
El 19 de Septiembre habrá encuentro con el público tras la función.
El 19 de Septiembre habrá encuentro con el público tras la función.
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