Teatro: Madre Coraje y sus hijos. Teatro María Guerrero

Las guerras, esos sádicos negocios que dejan muchas víctimas y de lo que se aprovechan gente sin escrúpulos para hacer negocios y enriquecerse. Siempre que hay un conflicto de este tipo hay mucha gente que sufre, que lo pierde todo (incluso la vida), pero existe un pequeño grupo de personas que desean que la guerra continúe para hacer negocios, para aprovecharse del mal ajeno y así enriquecerse. Siempre hay dos caras de una moneda, incluso en las situaciones más dramáticas.

Esta versión de una de las obras más universales de Bertolt Brecht, profundamente antibelicista, nos golpea de frente, nos muestra sin tapujos las miserias de la guerra, así como lo ruines que podemos llegar a ser en situaciones extremas. El conflicto, ese espacio en el que todos quieren sobrevivir pero pocos se enfrentan a él de forma directa. Muchas son las personas que solo miran por si mismos y por sus propios intereses, un duelo por la supervivencia dentro de un conflicto en el que la mayor parte de la gente está por imposición, por lo que el ansia por huir, por salvarse a toda costa, es aún más extremo. La batalla como espejo de una sociedad en la que sólo prima el individuo, en la que todo vale para conseguir los objetivos.


Ernesto Caballero se despide como director del Centro Dramático Nacional con esta pieza del que considera "el Shakespeare del siglo XX. Es una cumbre como dramaturgo, como poeta y como persona de escena. El teatro tal y como ahora lo concebimos no se entiende sin la aportación de Bertolt Brecht". Sobre esta obra, clave en el teatro del pasado siglo, dice que "probablemente hoy sería vilipendiada en las redes sociales desde el confort moral que nos procura hacer clic desde un móvil. Brecht nos alerta acerca de los mecanismos de supervivencia de los seres humanos y de la posibilidad de modificar estructuras que la fuerza interesada de la costumbre hace pasar por naturales". Una obra tan polémica como emblemática de un autor que cambió para siempre los conceptos del teatro, con obras como esta que siguen, por desgracia, muy vigentes en nuestros días.

Caballero cederá su puesto al frente de la institución pública a otro referente como Alfredo Sanzol, que no lo tendrá fácil después de la gran labor realizada por el autor madrileño. Echando la vista atrás, Caballero dice estar orgulloso de "un proyecto de largo alcance en el que ha prevalecido el impulso y la difusión de la dramaturgia contemporánea". En este período se han creado el Laboratorio Rivas Cherif, para la investigación teatral, o el festival Una mirada diferente, como referente de compromiso con la accesibilidad. Además, el director ha estrenado durante estos años casi una decena de obras, con éxitos como "Vida de Galileo", "Rinoceronte", "El laberinto mágico" o "La autora de las meninas".


El director, que también ha realizado la traducción junto a Miguel Sáenz, hace un impecable trabajo, fiel a la estética del propio autor, a sus ideas sobre el teatro, un montaje que sería muy del gusto del autor alemán. En él nos apropiamos de un espacio vacío, en el que incluso se ven los laterales del escenario, desnudando la escena para llenarla exclusivamente con aquello que queremos contar. Los números musicales, que extrañan al no ser excesivamente elaborados, es otra característica que valoraba el autor, que lejos de crear nada impostada, prefería que fuesen los propios actores los que cantasen, sin necesidad que realizar grandes y pomposos números. Caballero ha optado por la música de la pieza original, compuesta por Paul Dessau. Incluso la aparición de los textos (Brecht utilizaba a personas que pasaban con un cartel, Caballero se ayuda de la tecnología) para marcar el inicio de cada actor es un claro guiño a la obra original.


La obra es demoledora y contundente, en un sórdido y continuo claroscuro se nos muestran todas las desgracias de la guerra, todo tipo de personajes de distinto pelaje que se cruzan en el camino de esta madre coraje, que hará todo lo posible por sobrevivir, sin importarle mucho con quien hacer negocios. El montaje es crudo, pero con momentos de gran belleza tanto visual como conceptual. Escenas de gran carga dramática se entrelazan con momentos de alegría, la lealtad da paso a la traición, la ternura a la violencia. Estamos ante uno de los montajes más complejos (y completos) que se puedan ver, a pesar de su aparente sencillez escénica. La historia gira en torno al carruaje en el que vive la familia de Ana Fierling (la madre coraje, interpretada por una descomunal Blanca Portillo) por el que se van sucediendo las distintas escenas, todos esos momentos de gran crudeza a los que debe enfrentarse cualquier persona en una guerra. Pero Caballero consigue mantener la historia en una delgada línea, moviéndose entre el drama más atroz y la comedia, que nos ayuda a relajar de los momentos más crueles.



La obra gira, como ya hemos comentado, en la figura de Anna Fierling, una astuta vendedora que con su carromato (que es su vida, su casa y su negocio) deambula por extraños parajes durante la Guerra de los treinta años (aunque en este montaje parece por momentos estar deambulando por nuestros días). La mujer, con sus tres hijos como compañeros de viaje, vende a todo el que se encuentra en su camino, sin importarle lo más mínimo a que bando pertenezca, abasteciendo así a católicos y protestantes por igual. La guerra es su mayor negocio, se mueve deprisa en ese mundo de caos y las penurias de la gente le dan grandes beneficios. Su camino empieza a ser un campo minado en el momento en el que sus hijos Eilif (Samuel Viyuela) y Caradequeso (Ignacio Jiménez) deciden afrontar su propio camino lejos de ella. Pero ella seguirá, contra viento y marea, haciendo negocios con quien se le ponga delante, sin dejar nada tras de si más que dolor por la gente que se ha quedado por el camino. Incluso cuando pierde a su hija Kattrin (impresionante interpretación de Ángela Ibáñez), ella no desfallece, porque esta es su vida y tiene que seguir hacia adelante. El texto se convierte en una crítica feroz a la guerra y a todos esos desalmados que las habitan, personas sin alma ni escrúpulos, que solo piensan en sobrevivir y hacer negocio, incluso en situaciones límite. Un descarnado relato sobre la guerra y su calaña más baja, aquellos que pretenden sacar provecho de ella y avivar el fuego para que la guerra no pare, ni su negocio tampoco.


Este montaje es un gran trabajo de elenco, en el que por encima de todos destaca Blanca Portillo en el papel de Anna Fierling, pero perfectamente secundada en su viaje por Ángela Ibáñez como Kattrin. Actores de gran talla se desdoblan en varios papeles sin inmutarse, creando infinidad de matices en cada uno. Es el caso de actores de la talla de Jorge Kent, Janfri Topera o Paco Déniz. En el caso de Jorge Uson y Paula Iwasaki tienen papeles de mucha relevancia pero en ocasiones apoyan con alguno casi testimonial para alguna escena. Completan el elenco Ignacio Jiménez, Samuel Viyuela, David Blanco, Raquel CorderoBruno Ciordia.


Blanca Portillo asume uno de sus papeles más intensos y complejos interpretando a esta mujer luchadora y sufridora, capaz de vender su alma al diablo con tal de seguir avanzando. Y como era de esperar vuelve a sorprendernos con una descomunal actuación, que va creciendo en contundencia y precisión según avanza la historia. La actriz se va creciendo a lo largo de la obra, como le ocurre un poco a su personaje, que se crece ante la adversidad. Un papel difícil como pocos (por su intensidad y su peso histórico) al que Portillo sabe imprimir su carácter, su saber hacer, para conseguir una de las actuaciones de su carrera (con lo que eso significa), con un final que nos deja helados y sirve como colofón a la obra y a la historia de esta mujer luchadora que ve como van matando a sus hijos pero ella debe continuar hacia adelante.




Junto a la fuerza de Portillo aparece en todo momento Ángela Ibáñez, en el papel de Kattrin, que nos sorprende con una interpretación cargada de emoción y ternura. Esta singular actriz (que ya enamoró a todos en "Cáscaras vacías") nos tiene el corazón en un puño durante toda su actuación. Con una maestría inusual a la hora de transmitir con su cuerpo y su expresión todo lo que el personaje necesita, consigue que nos emocione una chica indefensa y expuesta, a la que todos vemos sufrir y obedecer a su madre, hasta que el destino le ofrece su momento de gloria, en una de las escenas cumbres de la obra. 

Junto a ellas dos destacan, por encima del resto, Paula Iwasaki, Jorge Usón, Paco Déniz y Jorge Kent, que aunque sólo tiene papeles secundarios, con su sola presencia acapara el foco de la escena. Iwasaki está tremenda en el papel de Yvette, una prostituta que se busca la vida de cualquier manera con tal de sobrevivir. Una actuación soberbia, en la que nos regala un personaje sufridor, pero que al mismo tiempo intenta disfrutar de cualquier mínimo detalle. Una luchadora, un personaje que se mueve entre la comedia y el drama, con grandes matices de la actriz en cada momento. Jorge Usón, impresionante como siempre, interpreta al predicador, un hombre que intenta sobrevivir y se une a las aventuras de la madre coraje en un mutuo acuerdo de salvar el pellejo. Brillante y con una gran vis cómica, hace una interpretación muy interesante, cargada de emoción y sentimiento. Por último Paco Déniz está muy divertido en el papel del cocinero ligón que seduce a Portillo. Una gran interpretación cargada de humor y mala leche.



Pero si imponente es el trabajo actoral, no le va a la zaga la parte técnica. Una poderosa puesta en escena, con una escenografía diseñada por Paco Azorín (Fer Muratori como ayudante) en la que nada es lo que parece, y en torno al elemento común del carromato van apareciendo y desapareciendo los distintos elementos con los que se complementa en cada caso la escena. Sencilla pero contundente, no deja de sorprender en cada nuevo giro con el que Azorín pone en pie los distintos decorados. Pero sin lugar a dudas lo más impactante del despliegue técnico son las luces que suben y bajan, con las que el propio escenario cambia de dimensión, como la propia escena, que varía de intensidad y pasa de grandes espacios a lugares más íntimos. La iluminación creada por el propio Ernesto Caballero y Paco Azorín (Sergio Torres como ayudante de iluminación)nos traslada del campo de batalla a una pequeña oficina, del pueblo al campo, de lo general a lo particular. Tremendamente visual y efectista el panel del fondo, en el que se proyectan los textos que dan paso a cada uno de los actos y nos va poniendo en contexto las distintas etapas del conflicto. El espacio sonoro y la música corren a cargo de Luis Miguel Cobo, creando un ambiente bélico muy peculiar, en el que todo parece cargado de plomo y del polvo que deja la batalla. Por último Gabriela Salaverri (con Sofía Nieto Recio como ayudante) es la encargada de un vestuario que nos deja un poco desconcertados, al transitar entre el siglo pasado y nuestros días.


 
Poco más queda por decir de esta interesante versión de uno de los mayores clásicos del teatro del siglo XX. Una de las obras de la temporada, cargada de intensidad y técnicamente espectacular, con una historia que nos muestra lo peor del ser humano, cuando del propio conflicto surgen aquellos que quieren aprovecharse para crecer. No piensen que está tan lejos de lo que nos ocurre en estos días en nuestro país. Como se suele decir "A río revuelto, ganancia de pescadores", algo que está muy de moda en estos días de conflicto constante. Por todo ello, no deberían dejar de ver una obra que además de remover conciencias tiene unas grandes interpretaciones y es visualmente muy poderosa.
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Madre Coraje y sus hijos
Teatro: Teatro María Guerrero
Dirección: Calle Tamayo y Baus 4
Fechas: De Martes a Domingo a las 20:00.
Entradas: Desde 3€ en entradasinaem. Del 27 de Septiembre al 17 de Noviembre.


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