La nueva temporada alza el telón en el Teatro Bellas Artes con un montaje esperado, de esos que llevas viendo en la red pero que no acababa de aterrizar en Madrid. Son tiempos difíciles, y como tales la vuelta a la normalidad nos cuesta. Estamos ante la oportunidad de ver cómo hacemos frente a esto entre todos, como conseguimos doblegar a un enemigo invisible que nos acosa, sin dejar de ser nosotros mismos y de vivir como lo hacíamos hace unos meses. Este montaje nos muestra la lucha de un hombre por mantener su integridad, su forma de vida, por encima de cualquiera y sin importarle lo que pueda llegar a perder en el camino por el hecho de ser él mismo.
Estamos ante una propuesta que nos sorprende desde su inicio. Por la temática, la vida del monarca Eduardo II, todos supondríamos que nos íbamos a encontrar con un montaje clásico de drama histórico, en el que se narrasen los logros y desventuras del rey, con todo lo que ello conlleva en lo que a estructura y dramaturgia se refiere. Pero esta pieza rompe con todo eso para centrarse en una relación de amor que es el detonante de toda la historia, la cual engendra odio, luchas de poder e infinidad de complots en torno al enamorado Eduardo. Todo esto podría ser un relato mil veces contado si no fuese por que estamos hablando del amor por otro hombre, lo que enfatiza mucho más lo polémico de la relación extramatrimonial.
Esta producción de La nariz de Cyrano (aún recordamos su imponente "Cyrano de Bergerac"), Contubernio (productora de la serie "La que se avecina") y Pentación, llega al Bellas Artes para demostrarnos que a veces el amor puede superar cualquier ambición de poder, pero también para ser conscientes de lo peligroso que puede ser el mundo para alguien que prefiere vivir a su manera por encima de las reglas establecidas y lo políticamente correcto. El texto de Alfredo Cernuda es brillante, de una textura que nos deja degustar los distintos matices de la ambición, las distintas actitudes de los poderosos para deshacerse de aquel que no quiere bailar a su son. Un texto para reflexionar, sobre un personaje histórico que prefirió mostrarse como era a vivir agachado ante los dictámenes que regían su posición como monarca y la sociedad de la época.
Para Cernuda "es curioso que unos hechos ocurridos en 1327, siete siglos más tarde, tengan tanta vigencia. Cualquier periódico o programa de noticias, nos asalta a diario con las deudas de los estados, con el atentado sangriento de alguna facción terrorista, o con la negación de unos derechos a personas que simplemente tienen gustos diferentes. La gente que ha leído "Ojos de Niebla" resalta que podría ser un drama actual sólo con cambiar los nombres de los personajes. En resumen, "Eduardo II Ojos de Niebla" es nuestra historia, nuestra vida, lo demás... lo demás es literatura". El autor, actor y director, reconoce que "recrear la vida de Eduardo II fue un regalo inmenso; lo que a simple vista se sucede como un drama histórico, rápidamente se transforma en una obra de amor, de odio, de lucha por el poder, en definitiva, en un ejemplo maravilloso y cruel de las pasiones humanas".
El montaje que dirige Jaime Azpilicueta (con Maximiliano Lavía como ayudante) se desarrolla desde el primer momento como una batalla de egos, de sentimientos y de traiciones. El director plantea un sencillo montaje estructurado en escenas que nos muestran distintos episodios de la historia del complot que sufre el monarca Eduardo II a manos de su esposa, la reina Isabel, de la nobleza representada en la figura de Mortiner, el Barón de Wigmore, y de la Iglesia. Todos ellos no pueden entender el amor incondicional que siente por Hugo LeDespenser, y por diversos motivos (ideológicos en el caso de la Iglesia, de odio por parte de Mortimer y de celos por parte de Isabel) se confabulan para hacerle abandonar el trono cueste lo que cueste. Intrigas políticas, el poder oculto de la Iglesia, la seducción del noble a la reina, todos los ingredientes se convierten en una compleja bomba de relojería que hará saltar todo por los aires, sin dejar ningún prisionero. Y por si este entramado no fuese conocido por todos, también aparece el banquero judío, uno de los personajes más interesantes del montaje, que es capaz de dejar dinero a unos y a otros con tal de enriquecerse.
La obra gira en torno a la figura de Eduardo II al que da vida el siempre solvente José Luis Gil. Un personaje atormentado, pero que lucha contra su destino y por ser fiel a sus sentimientos, a costa de perder todo su poder. La figura de Gil se engrandece a medida que el rey va sucumbiendo ante las amenazas de sus conspiradores, para acabar con una actuación soberbia en el desenlace de la obra. Una actuación que, como el propio personaje, crece en el momento en que decide desinibirse y ser él mismo. Un personaje que va creciéndose ante la adversidad, lo que le da a José Luis Gil la fuerza para desplegar todo su poderío. Junto a él, en el papel de la reina Isabel, tenemos a Ana Ruiz, que cumple en un papel muy encorsetado, en el que calla más de lo que dice. Su frialdad a la hora de traicionar a su marido, sus gestos altivos ante los nobles o la complacencia con la que acepta el desenlace de los acontecimientos, la convierten en una odiosa villana, que como todos los conspiradores pone por delante sus propios intereses a las leyes.
Dentro de los papeles secundarios, destaca la actuación del gran Manuel Galiana, dando vida al comerciante judío que no se casa con nadie y negocia con todos sin importarle quien tenga razón, y mucho menos valorar las afinidades que tenga con cada uno. La interpretación de Galiana es primorosa, adueñándose de la escena en todo momento. Es el perfecto villano, que por su mala leche y su forma tan cínica de actuar, acaba seduciéndonos a todos. Una actuación impecable de un actor descomunal. En los otros papeles tenemos a Ricardo Joven en el papel del clérigo, que antepone sus creencias religiosas a la vida de las personas, y Carlos Heredia, dando vida al noble Mortimor, que seduce a la reina para conseguir medrar y llegar al trono que ostenta Eduardo.
La escenografía, presidida por el trono del rey, ha sido diseñada por Juan Manuel Zapata, que a lo largo del montaje va desplegando pequeñas joyas hasta el impactante final, pasando de la austeridad escénica a un momento final cargado de simbolismo. Parte fundamental del ambiente lúgubre que impregna a toda la obra es la iluminación diseñada por Juan Ripoll, que hace un interesante juego de luces y penumbras muy acorde con el oscurantismo de las conspiraciones que se narran. Hay que destacar también la música original de Julio Award, que nos meten en todo momento en situación, aportando el climax preciso a cada escena. Por último hay que nombrar las proyecciones de apoyo a la escena, creadas por Álvaro Luna.
Capítulo aparte merece, como en toda obra de época que se precie, el diseño del vestuario creado por sastrería Cornejo, que aporta la dosis de elegancia y poderío propios de la época. Interesante en este aspecto es ver como el rey se muestra en la mayoría de las escenas más austero que el resto de nobles, y por supuesto mucho menos opulento que el clérigo.
Teatro: Bellas Artes
Dirección: Calle del Marqués de Casa Riera 2.
Fechas: Del 9 de Septiembre al 25 de Octubre. De Miércoles a Viernes a las 20:30. Sábados a las 19:00 y 21:30. Domingos a las 19:00.
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