Troncoso dio aire
fresco en la esfera teatral, puso en primera línea lo que todo el mundo intenta
evitar, lo raro, lo feo, lo que incomoda y se esconde bajo las alfombras de las
ciudades, en la parte trasera de cada
avenida, de cada barrio. Sin pretensiones, desde lo pequeño e íntimo. Realismo en estado puro, el costumbrismo
mirando a la cara de cada espectador, un golpe de suerte, una coincidencia
cambiaba el rumbo de personajes que transitan por el esperpento, pero parece
que habría que inventar un nuevo género para significarlo. Con tintes de La
Zaranda sí, venía a la cabeza Gaulier, también. Pero era sin duda un nuevo
universo en el que nos sumergimos y con el que pudimos irnos de crucero y
volver a una antigua academia de baile.
En este caso hemos podido subirnos a la cresta de la ola con una propuesta diferente, realismo mágico en escena en el Espectáculo coproducido por el 38º Festival de Otoño de la Comunidad de Madrid. Un juego de identidades, las luces y sombras del ser humano, la miseria como concepto existencial. Lo superficial, el ego, la envidia y el ser únicamente cuando uno es visto por el resto y sin la mirada del otro, ser nada. Troncoso crea a los personajes como constructos vacíos para jugar con ellos y sus identidades acompañándose de un elenco que entiende a la perfección su lenguaje y su mundo creativo.
Victoria es en esencia una mujer grande, buena, generosa, cuidadora, nadie la mira. Victoria para el resto es nadie, la fregona, la invisible. Pero hay alguien que solo tiene ojos para ella, que lloraría su muerte, que a su pesar hasta estaría dispuesto aplaudir su muerte. Ella no sabe verlo, no sabe verle, ni verse a ella misma. Ese hombre es, Hassim, para ella su Jacinto interpretado por José Bustos en un impecable trabajo con una carismática creación de personaje.
Victoria quiere ser otra, para que la miren, para sentirse parte. Alicia Rodríguez es una estrella que destila humildad y oficio que en el papel de Victoria, quisiera ser Stella interpretada por Ana Turpin, que se siente una Diosa en la cresta de la ola porque el resto la mira, por un golpe de suerte, por la magia o por razones, como en la vida, que nunca alcanzaremos a entender, pero ¿quién es Stella sin el reconocimiento del resto? Nada. La destreza de Turpin genera una sensación tóxica en el espectador que sabe que de toparse con ella nos trataría como a todo aquel que está a su lado, que nos destruiría sin escrúpulos, porque su grandeza está unida a la ruina del resto, no hay por mas que conocer a Eugenia interpretada por Belen Ponde de León, una mujer que tampoco se reconoce, el paso del tiempo ha hecho que lleguen otras mas guapas, mas jóvenes. Nunca se planteó quien era realmente, un halo de superficialidad constante en su decadente vida, hasta llegar a ser ruina, hasta perder el orgullo, si algún día lo tuvo, Ponce transmite como nadie conceptos invisibles haciéndolos verdad. Del melodrama al surrealismo a golpe de taconazo.
Súbanse a la cresta de la ola. No lo olviden, la cultura es segura.
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