Desgarradas las entrañas por unas ansias de libertad que no parecían ser propias de una mujer, cualquier atisbo de cambio, cualquier voz que se alzase en pos de la libertad era cosa de hombres. Tiempos grises los de una granadina con la osadía de enfrentarse al régimen establecido. La Década Ominosa, tiempos teñidos del hastío generado por la represión y las persecuciones.
No te preocupes Mariana. Ellas, nosotras, no teníamos que inmiscuirnos en asuntos tales. Mariana se preocupaba y tanto que se preocupaba. Un grito sonoro a que lo personal es político. Mujeres como Mariana lo supieron ver, la libertad es inherente al ser humano independiente de su condición o género.
Federico García Lorca la homenajeó como solo él podía hacerlo, desde la delicadeza del que ama sin condición a una tierra, a un ideal y a las voces que son silenciadas. Ella muerta a garrote vil por ser valiente, por no traicionarse ante todo a ella misma entendiéndose parte de un todo. Federico, fusilado el 18 de agosto de 1936 a comienzos de la guerra civil.
Javier Hernández-Simón dirige una obra poco representada, una historia amarga, que extrae la duda constante en el espectador. La típica pregunta que nos hicimos al leer por primera vez Mariana Pineda. ¿sus pasiones son puramente amatorias o se extrae de una lucha política de calado? . Hernández-Simón fiel al texto, nos permite entender que ambas cosas, que inexorablemente están unidas. No es posible disociar a Mariana, partirla en dos. Ella es vehemente en su yo mas íntimo en cada una de sus actuaciones, en su proceder vital.
Simón se acompaña de Laia Marull en el papel de Mariana Pineda, una creación de personaje exquisita en la que nos mostrará, las inseguridades y los miedos, la soledad y el desamor pero también el arrojo y la fuerza para seguir sin perder la esperanza hasta el último segundo.
Puertas que se abren y cierran, personajes que aparecen, un pretendiente, un amante que nunca llegará y del que solo guarda la esperanza y varias promesas. Mariana le espera, como Penélope esperaba a Ulises.
Un elenco que encaja a la perfección y nos llevan de la mano por la desidia de una época de cerrazón y oscurantismo. Silvana Navas, Sara Cifuentes, José Fernández, Oscar Zafra, Alex Gadea, Marta Gómez , Fernando Huesca, Aurora Herrero nos regalan pequeños momentos en los que Marta Gómez como asesora de movimiento ha creado coreografías con un importante sentido estético.
La libertad en todas y cada una de sus aristas, la pasión en cada poro de su piel. Un alo racional cubre la escena, mostrándonos a una Mariana política, sin duda con un cariz fundamentalmente lorquiano construido desde un todo emocional. Manos que bordaron la bandera que ahogó su ser, pero que no pudo acabar con su dignidad y la honra que exhalaba, un grito sonoro a dejar huella, en sus hijos y en las que vinieran después. Mejor morir que arrodillarse y traicionar a los otros, cobardes que aun con sus mismas aspiraciones, no tuvieron el coraje de defenderla.
La escenografía trabajo de Bengoa Vázquez nos muestra la sangre, la angustia, el encorsetamiento, un telar convertido en una tela de araña que acabará por dar muerte a Mariana. Una suerte de catarsis simbólica construida a la perfección en la que luces y sombras se darán cita de la mano de Juan Gómez-Cornejo y Jon Aníbal enfatizando la asfixia, ralentizando la espera. Beatriz Robledo en el trabajo de vestuario nos sitúa en un siglo XIX convulso, que nos permite identificar y situar clases sociales y nos acerca mas si cabe al personaje.
Una obra para sentir la intrahistoria, a los pueblos y su gente, con rostro, con nombre y apellido. En este caso, Mariana. Mariana Pineda.
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