Acudir al teatro a ver una pieza de Nao Albet y Marcel Borrás siempre es una experiencia vital muy poderosa, ya que no sabes con que te van a sorprender, ya que son absolutamente imprevisibles, y justamente en eso reside su talento. Una vez asumido el reto, nos adentramos en este universo mágico que nos proponen, sabiendo que el viaje será potente y que todo puede pasar. En esta nueva peripecia nos hablan de originalidad y de plagio, en una parodia de lo que es el propio mundo del teatro, con la genialidad de imitar los carteles de las obras más reseñables de la temporada del Centro Dramático Nacional. Y todo esto, además de un coche aparcado en el hall del teatro, lo vemos antes incluso de comenzar la función. Como era de esperar, nos espera toda una experiencia, allá vamos!!!
Estamos ante unos creadores originales, contundentes, libres, que se atreven con todo y no le tienen miedo a nada. La historia pasa a un segundo plano para sumergirnos en ese mundo tan particular en el que todo nos sorprende, nos divierte, nos alucina. En esta ocasión llegan al Teatro Valle-Inclán para poner patas arriba el mundo del arte y cuestionar la originalidad de una obra maestra. Pero si esto os parece que puede ser un argumento al uso, estáis muy equivocados, porque en este montaje se camina sobre la delgada línea que separa una copia de una falsificación, en donde el talento se mezcla con el fraude, donde la inspiración solapa las ideas propias con las ajenas. Cuando acudes a ver un montaje de estos dos locos geniales sabes que te expones a cualquier cosa, a vivir una locura, que no sepas ni puedas intuir en ningún momento por donde te van a salir.
Nao Albet y Marcel Borrás ("HAMLE.T. 3", "Skaters", "Democracia") se han convertido por méritos propios en referentes del teatro más vanguardista e innovador que se realiza en estos tiempos en nuestro país. Cada nuevo montaje de esta pareja de genios locos es todo un acontecimiento. Pasaron como un torbellino por los Teatros del Canal con su portentoso montaje "Mammon" que dejó alucinado a todo el que tuvo la suerte de ir a verlo (reconozco que no sabía nada de ellos y a día de hoy sigo hablando del montaje como uno de los que más me ha impactado) y la pasada temporada hicieron lo propio con su delirante "Atraco, paliza y muerte en Agbanäspach". Gamberros, ingeniosos, extravagantes, originales, diferentes, todos estos adjetivos encajan perfectamente con esta pareja que ha venido a dinamitar las bases del teatro, para reconstruirlo sobre las bases de una nueva concepción, en la que todo tiene cabida.
Esta producción del Centro Dramático Nacional, escrita y dirigida, como suele ocurrir en todos sus montajes, por Albet y Borrás (con Anabel Labrador como colaboradora habitual en la función de ayudante de dirección), es una vuelta de tuerca más a su particular visión del teatro. En esta ocasión van un paso más allá, con una función en la que nos hablan de plagio, de copia, de robar ideas, pero en la que vuelven a jugar con nosotros para hacernos partícipes de todo ese engaño, de esta gran mentira que es el teatro y de toda la reflexión que nos plantean sobre la originalidad y la imitación. Trepidante, embriagadora, fascinante, la obra no deja de sorprendernos de principio a fin, con situaciones de lo más surrealista, con historias tratadas desde lugares muy distintos para crear un collage majestuoso. Una ingeniosa y asombrosa propuesta cargada de energía, en la que no hay lugar para el desaliento y todo transcurre con una poderosa energía que nos lleva en volandas a lo largo de sus tres horas de montaje, en las que pasaremos por todo tipo de estados de ánimo, al ritmo que nos marcan estos prestidigitadores de la escena.
Los denominados "enfants terribles" del teatro catalán nos proponen en esta ocasión un juego de realidad y ficción, una propuesta que se cuestiona los límites de la originalidad y la copia, del plagio y del talento que reside en la propia repetición de algo creado por otro. Una idea descabellada (como suelen parecer de entrada todas las que llevan a cabo) en la que transitan por una difusa línea que separa la realidad y la ficción, en la que no llegamos a diferenciar cuando están teorizando sobre la vida y el teatro, o directamente nos están llevando a terrenos dudosos para hacer comedia desengañada y genial (la escena del coloquio es pura fantasía). Una obra que tensa esa cuerda que separa realidad y ficción, llevándolo todo a una exageración que difumina que la posibilidad sea real y a la vez engrandece la propuesta.
Nao y Marcel reconocen que "la semilla de este espectáculo surgió durante una temporada en la que no parábamos de ver en los escenarios teatrales las mismas ideas repetidas, como si las creadoras y los creadores se hubieran puesto de acuerdo vía grupo de Whatsapp. Castillos hinchables tipo feria, recreaciones de La lección de anatomía de Rembrandt o cabezudos al estilo fiestas del pueblo. ¿Por qué ocurría todo aquello? La posibilidad de que detrás de dichas repeticiones hubiera un complot pergeñado entre los artistas para reírse de nosotros (incultos espectadores) nos satisfacía mucho más que la triste realidad". A buen entendedor, pocas palabras bastan. Y por si fuese poco, ya en la web del teatro dejan claros ejemplos de este tipo de montajes "poco originales".
Con este potente punto de partida tratan de plantear temas de gran complejidad, haciéndose preguntas como si todo esto es el fin del arte tal y como lo conocemos. Desde la realidad edulcorada por la que transita toda la obra, estos genios van intercalando géneros, solapando temáticas, subiendo la apuesta de lo que puede ser un plagio o una copia, desplegando ante nosotros todo su ingenio y dejándonos miles de interesantes ideas sobre las que hablar, tanto en el descanso de la obra (cuando aún lo tenemos todo deslavazado) como al salir del teatro (con miles de emociones recorriendo nuestra mente). Como ocurre en todos sus montajes, la historia se va desvirtuando a lo largo de la obra, para atrapar toda nuestra atención desde diversos puntos de vista y dinamitar los cimientos del teatro que podemos considerar más académico, para desde ahí darnos su punto de vista sobre el teatro, la vida, el arte, la singularidad, la verdad o la identidad.
Pero vamos a centrarnos un poco y contaros de que va la obra, aunque a efectos del disfrute de la misma no sea lo más importante. André Fêikiêvich es un falsificador de arte empeñado en captar la perfección de las obras maestras que falsifica. Fêikiêvich es un virtuoso, nada se le resiste, y con esa capacidad para copiar con precisión todo lo que se propone, se va obsesionando con ser cada vez más preciso, lo que le llevará a explorar todos los límites imaginables del plagio y la copia. Los engaños y actos fraudulentos de hacen que levante odios y pasiones a partes iguales. Hay quien le idolatra y quien ve en él un peligro que se debe eliminar. A este segundo grupo pertenece Boris Kaczynski, un reconocido y prestigioso connoisseur de arte, que hace todo lo posible por atraparlo y en esa búsqueda se da cuenta que las pistas que sigue han sido falsificadas hasta el punto de no poder distinguir la realidad de la falsedad.
En esta peripecia escénica que es todo el montaje, destaca un elenco de lo más variopinto, que se desdobla en múltiples personajes, que hablan diferentes idiomas, que son capaces de todo para que la fiesta no decaiga y el montaje siga retorciéndose sobre si mismo para terminar encajando todo a la perfección. Además de Nao Albet y Marcel Borras, veremos en escena a Naby Dakhli, Thomas Kasebacher, Joe Manjón, Johnny Melville, Diana Sakalauskaité, Laura Weissmahr y Sau-Ching Wong. El elenco funciona a la perfección, con unas cuidadas coreografías (creadas por Nao, Marcel y Sau-Ching Wong) y un trabajo físico bestial, en el que aparecen y desaparecen, mueven la escenografía, cargan con el peso del atrezzo, tocan instrumentos musicales y se desdoblan en un sin fin de personajes, todo ello con una meticulosa precisión.
Y si imponente es el trabajo del elenco, que decir de la parte técnica. Como en anteriores trabajos, Nao y Marcel trabajan a lo grande, su imaginación no tiene límites y crean unos espacios escénicos que se desdoblan, que crecen a lo largo de la obra. La escenografía diseñada por Adriá Pinar es majestuosa, imponente, llena de elementos que van cambiando la configuración del espacio para componer los distintos lugares por los que transcurre la historia. Fundamental en este cambio de universos, de lugares tan distantes, de la iluminación de Cube BZ (María de la Cámara y Gabriel Paré), capaces de conseguir pasar de lo más tenebroso a lo más lúdico, de lo festivo a lo solemne, de lo misterioso a lo decadente. Y no podemos dejar de hablar del espacio sonoro y la música, diseñados por Nao Albet, que dotan a cada momento de un empaque singular, sabiendo captar la esencia de cada escena y dándole un sonido diferente.
En definitiva, lo han vuelto a hacer. Veníamos avisados después de ver sus trabajos anteriores, que cualquier montaje de Nao Albet y Marcel Borrás es inclasificable y que estamos ante una nueva concepción de hacer teatro, pero aún así salimos emocionados, alucinados por la originalidad de la propuesta. Porque por mucho que hayas leído el argumento, por más que sepas que en cada nueva propuesta ponen todo en entredicho (incluso las bases mismas del arte, del teatro, de la vida), al entrar en su mundo salimos dados la vuelta. Engañados y felices. Vacilados y orgullosos de haber caído de nuevo en sus trucos. Una pareja que no deja de sorprendernos, de divertirnos, de hacernos disfrutar, de involucrarnos en todo lo que nos proponen, dando igual lo loco que sea y la duración que tenga. Estamos, sin lugar a duda, ante uno de los montajes de la temporada. Larga vida a estos dos jóvenes que viven al margen de todo y les gusta hacerlo todo a lo grande.
Fechas: Del 12 de Mayo al 25 de Junio. Martes a Domingo a las 19:00. Encuentro con el público: 25 de Mayo. Funciones accesibles: 8 y 9 de Junio. Duración: 3 h 10 min con descanso incluido.
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