Tan solo el fin del mundo. Naves del Español

El regreso a casa, la vuelta a nuestros orígenes para cerrar todas las heridas que dejamos abiertas con nuestra marcha, o que se abrieron por ese motivo. La vida nos va dejando marcas, rencores, deudas pendientes, que llegadas el momento resultan difíciles de resolver. La familia como germen del amor y de la vida, pero también de los más oscuros traumas, del comienzo de todo pero también como lugar al que regresar, principio y fin, epicentro de todo, la solución a nada.

La pieza es una desgarradora propuesta que nos habla de reencuentros y de la falta de comunicación en una sociedad como la actual, en la que cada uno solo se escucha a si mismo y lo que quiere escuchar. Pero también es una historia de despedidas, del intento de recuperar el tiempo perdido, de la necesidad de cerrar las heridas abiertas, antes de una muerte inminente. Y todo ello se nos agolpa en esta casa familiar que es una bomba de relojería a punto de estallar, en la que todos parecen vivir una vida que no les gusta, con una pesada mochila a la espalda cargada con todos los anhelos, los sueños que se esfumaron, todo lo que pudo ser y se perdió por el camino.



Esta inquietante coproducción del Teatro Español y Teatro Kamikaze nos sitúa frente a las tensiones de una familia, los miedos y los reproches, los deseos y las frustraciones. Pero sobre todo nos muestra la incapacidad de todos ellos para comunicarse, es la crisis de la comunicación, del lenguaje, de la transmisión del mensaje, del diálogo, comenta Coto Adánez, traductor del texto. La palabra como arma, como elemento demoledor que puede acabar con todo. El propio Lagarce, autor de la pieza, decía "me fascina la forma que en la vida, en las conversaciones, la gente -y yo en particular- intenta precisar su pensamiento a través de mil titubeos… más allá de lo razonable". La palabra como eje, como elemento vertebrador del relato, retorcido y complejizado hasta llegar a destruir la conversación. No es de extrañar que el propio autor reconociese que "me dejo llevar mucho por el lenguaje. La palabra, pero la palabra dicha. Las palabras con sus sonidos, sus ritmos. Los novelistas que prefiero son los que se pueden leer en voz alta: Proust, el Thomas Bernhard novelista… En teatro lo que me importa es cómo los actores van a decir… el sonido, el ritmo".




El texto de Jean-Luc Lagarce fue escrito poco después de saber que había contraído el VIH, allá por 1990. En aquellos años, ese diagnóstico era no solo una enfermedad con unos índices de mortalidad muy elevados sino también un estigma que te dejaba marcado. Es lógico relacionar ese duro golpe con la escritura de esta pieza, muy vinculada con la muerte, la redención, la resolución de cuentas pendientes, el regreso al hogar. El enfrentamiento con la idea de la cercanía de la muerte y el aislamiento y la incomprensión de la sociedad sobrevuelan toda la pieza. Se puede afirmar que el elemento autoficcional es uno de los elementos que aparecen en el texto. Pero, pese a las similitudes con la vida del autor, no estamos ante una obra biográfica, ni si quiera sobre la muerte. La pieza angular de la obra es la familia, ese ámbito que nos vertebra o por confirmación o por rechazo.



El actor Israel Elejalde vuelve a la dirección, ya lejos del Pavón Teatro Kamikaze, donde nos dejó interesantes montajes como "Idiota", "Traición" o "La voz humana". Su propuesta transita entre lo real y lo onírico, en un delicioso juego de densos textos entrelazados con prodigiosas coreografías. Explica Elejalde que "Lagarce se mueve a un nivel simbólico tan alto como puede moverse Lorca. Juega con toda la tradición francesa de teatro con unidad de espacio y tiempo para, a su vez, transformarla a un nivel poético absolutamente arrebatador", por ello resulta tan interesante la introducción de piezas de danza como un lenguaje más de expresión, un giro dentro de la complejidad de un texto que por momentos nos aturde y que con estas coreografías consigue llevarlo a un lugar más poético. "Para mí, explica el director, era fundamental contar qué le ocurre por dentro al personaje de Louis, traducir lo mental a lo físico. La danza y el cuerpo son dos buenos vehículos para mostrar todo lo que se intuye en su interior".


Pero esta pieza es mucho más que un viaje de vuelta al hogar como quien regresa al lugar donde empezó todo para cerrar el círculo justo al final del trayecto. El protagonista parece acceder a una suerte de apaleamiento colectivo por parte de la familia, a modo de penitencia por el daño causado y los errores cometidos. Como si entregándose a los reproches familiares consiguiese purificar su alma y llegar "puro" al último viaje, a modo de confesión para subsanar los pecados veniales que haya cometido. Elejalde cuenta que "por momentos la obra se mira a si misma, se hace autoconsciente de que hay público y de que se está representando. Los tiempos presente y pasado a veces se confunden".

Pero si algo caracteriza a esta pieza es el lenguaje que utiliza Lagarce. "La manera de hablar de los personajes es un tema en si mismo. Hay una reflexión sobre el lenguaje, sobre la incapacidad de poder alcanzar con el lenguaje el alma humana. Sobre su fracaso como acto de comunicación de la vida interior, pero al mismo tiempo como nuestra única herramienta para poder alcanzarla conformando así una terrible paradoja. Sus personajes se esfuerzan por ser precisos, por utilizar las palabras exactas, por hablar para intentar acallar el dolor de la incertidumbre y de la soledad. El lenguaje que excede el acto de comunicación y se encamina hacia el placer de la creación de la belleza y la aceptación de su derrota". Una construcción en torno al lenguaje, que lo retuerce, que lo moldea, que lo ensalza hasta convertirlo en la base de todo, en un elemento de reflexión y de distinción, de lucha y de defensa, de definición y de creación de los propios personajes.





La historia, como ya hemos dicho, nos muestra la vuelta de Louis (fabuloso Eneko Sagardoy en su papel de melancólico y atormentado) a su casa familiar tras años de ausencia. La vuelta a ese lugar donde creció y donde se va a encontrar con una familia que se ha sentido abandonada. Él se fue de allí para construir una nueva vida a espaldas de los suyos. Ahora, tras conocer la noticia de su inminente muerte, decide volver para comunicárselo a su familia. Allí se reencontrará con su madre (resignada y atormentada María Pujalte), con sus hermanos Suzanne (enérgica y pasional Yune Nogueiras) y Antoine (efervescente Raúl Prieto), y con su cuñada Catherine (delicada y vulnerable Irene Arcos). Pero lejos de encontrar un ambiente de comprensión y cariño, su llegada desencadena el resurgir de todos los conflictos del pasado y de todas las heridas que llevaban años supurando.



Uno de los puntos fuertes del montaje es la impecable selección del elenco. Todos los intérpretes están fabulosos en una obra en la que la presencia escénica y la forma de transmitir lo que exige el texto resultan fundamentales. Eneko Sagardoy está fantástico en su papel de Louis, comedido y asumiendo los reproches, casi a modo de penitente. En el lado contrario, en lo que a energía y movimiento se refiere, está Gilbert Jackson interpretando ese mismo personaje pero desde otro lugar (podríamos decir que interpreta el alma de Louis). Las coreografías y bailes que interpreta son prodigiosos. Sin duda, uno de los mayores aciertos de la pieza. 

Junto a ellos, tenemos a la familia. María Pujalte está convincente en su papel de madre dolida por la ausencia del hijo, pero que intenta apaciguar las aguas tras su regreso. Comedida pero con una sombra de rencor en la mirada, Pujalte resulta siempre poderosa. En los papeles de los hermanos tenemos a dos enérgicos Yune Nogueiras y Raúl Prieto, aunque desde lugares muy distintos. Mientras Yune es todo felicidad y tiene esa ebullición propia de la juventud, Raúl es un personaje dolido, lleno de rencor, un volcán que ha estado esperando este momento para explotar. Por último, Irene Arcos es la paz y la tranquilidad en este escenario casi bélico de enfrentamientos familiares. Maravillosa en su dulce y mesurada Catherine.



Y todo esto transcurre en un impecable espacio escénico diseñado por Mónica Boromello, que nos propone una casa familiar dividida en tres espacios claramente definidos, que como ocurre con el texto, poco a poco se va derrumbando. Fantástica propuesta escénica con la pantalla presidiendo el espacio central, elemento sobre el que parece pivotar toda la vida de esta familia. Sobre esa pantalla veremos los vídeos creados por Pedro Chamizo. Todo ello con una impecable iluminación, diseñada por Paloma Parra, que consigue dar a cada escena la textura y la calidez (o frialdad) necesaria para enfatizar la atmósfera. Por último hay que destacar el poderoso espacio sonoro creado por Sandra Vicente y la demoledora composición musical de Alberto Torres


En definitiva, estamos ante una hipnótica y demoledora, que nos muestra todas las heridas de una familia que podría ser la nuestra. Pero también nos hace reflexionar sobre la importancia del lenguaje, de su uso y de su manipulación, y también de la escucha, de la imperiosa necesidad que tenemos de escucharnos a nosotros mismos y lo poco que prestamos atención para escuchar al otro. Una pieza de contundente ejecución, de majestuosa puesta en escena, de descomunales interpretaciones, que por momentos se enreda demasiado en los vericuetos de un texto muy retorcido. Una historia sobre la familia, las penitencias y los rencores, pero también de la búsqueda de la redención.

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Teatro: Naves del Español. Sala Fernando Arrabal.
Dirección: Paseo de la Chopera 14.
Fechas: Del 29 de Noviembre al 7 de Enero. De Martes a Domingos a las 19:00. Horario especial Navidad, desde el 21 de Diciembre a las 20:00
Duración: 1 hora 35 minutos.
Entradas: Desde 15€ en Naves del Español. Programa de mano.


FICHA ARTÍSTICA

De Jean-Luc Lagarce

Dirección Israel Elejalde

Traducción Coto Adánez

Con Irene Arcos, Yune Nogueiras, Raúl Prieto, María Pujalte, Eneko Sagardoy y Gilbert Jackson

Diseño espacio escénico Monica Boromello

Diseño de iluminación Paloma Parra

Diseño de sonido Sandra Vicente

Diseño de vestuario Sandra Espinosa

Composición musical Alberto Torres

Diseño de videoescena Pedro Chamizo

Producción ejecutiva (Teatro Kamikaze) Pablo Ramos Escola

Dirección de producción (Teatro Kamikaze)  Aitor Tejada y Jordi Buxó

Ayudante de dirección Toni García

Una coproducción de Teatro Español y Teatro Kamikaze

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