Todas las familias tienen secretos que prefieren ocultar, pero algunos deben salir a la luz para que la vida pueda seguir su curso. Esta prodigiosa obra nos lleva a esos lugares oscuros a los que nadie quiere mirar. Una familia resquebrajada que se cimienta en la mentira, en el dolor, en los traumas de unos niños que callaron porque no tenían otra opción. Ese castillo familiar, aparentemente robusto y fascinante (pero que está construido sobre arenas movedizas), debe ser derribado. La verdad tiene que abrirse paso, el silencio debe dar paso a los gritos, las mentiras sustituirse por la dolorosa verdad. Da igual las consecuencias, el teatrillo ha durado demasiado y las consecuencias ya son irreparables.
Una vez más María Goiricelaya nos sorprende con un crudo relato, una historia con mil aristas, que esconde un doloroso y traumático secreto. En el año de su consagración definitiva como una de las artistas más interesantes de su generación, la dramaturga y directora bilbaína ha traído a diferentes teatros de la ciudad "Altsasu" (Teatro Abadía), "Yerma" (Teatro Fernán-Gómez) y "Play!" (Teatro María Guerrero), para culminar la temporada con este "Festen" en las Naves de Matadero, de la que lo único malo que podemos decir es que sólo está cuatro días en cartel y no podrá llegar a mucha gente. Y para los que nos hemos quedado con ganas de seguir descubriendo los universos que nos propone María Goiricelaya, en el mes de Septiembre abrirá la temporada del Pavón con "El nadador de aguas abiertas". Y aún estamos pendientes de a qué teatro traerá su montaje "Nevenka". Una artista en ebullición que nos habla de forma directa de temáticas de lo más variadas, pero todas ellas con una profunda crítica social.
Estacoproducción del Teatro Arriaga y el Teatro Españoles una bomba de relojería en manos de un equipo que mantiene la tensión en todo lo alto en la hora y poco que dura la función. Una olla a presión en la que todos los personajes se increpan y se protegen, se defienden y contraatacan, en un ambiente festivo que acaba por convertirse en algo grotesco, que condena a los presentes a redimirse de todo aquello que han ocultado durante años. Una fiesta convertida en funeral. La celebración que lleva a dinamitar los cimientos mismos de la familia. Una demoledora crítica social que nos muestra a un grupo de personas cargadas con traumas que les han marcado la vida y de los que deben desprenderse para poder continuar libres y tranquilos consigo mismos.
El texto, escrito por Thomas Vinterberg, Mogens Rukov, Bo hr. Hansen y David Eldridge a finales de los años noventa del pasado siglo, es un funesto tratado sobre la hipocresía imperante en las relaciones sociales de la clase alta y en las familias; un mazazo a nuestra conciencia. Vinterberg hizo tambalear los cimientos del cine, como se concebía en aquella época, con el estreno en 1998 de su película "Festen (Celebración)". Todo el mundo quedó en shock, espectadores y críticos no daban crédito ante esta nueva mirada a la hora de contar historias. Había nacido un nuevo movimiento artístico que fue bautizado como Dogma 95. Ahora Lucía Astigarraga y María Goiricelaya han realizado una adaptación de esta inquietante, salvaje y brutal historia familiar plagada de hipocresía, incesto y abusos sexuales.
Voy a comenzar estas líneas confesándome fan incondicional de los montajes de María Goiricelaya y de su concepción del teatro, por su valentía a la hora de elegir las temáticas que trata en ellos y por la forma valiente y contundente con la que nos sorprende en cada montaje. Todos sus montajes destilan crítica social, nos duelen y nos golpean con fuerza, porque María nos muestra lo duro de la realidad sin medias tintas, de forma directa y contundente, para conseguir estremecer al espectador, que se emociona y vibra con el ritmo vertiginoso que impone a sus historias. Esta pieza tiene todo ampliado. La puesta en escena resulta impecable, todo parece preparado para la gran celebración, pero desde el primer momento notamos la tensión en el ambiente, intuimos que esta pose inicial solo puede lugar a un terremoto en el seno de esta peculiar familia.
Goiricelaya aborda en esta nueva pieza el tema del incesto y los abusos sexuales. Como no podía ser de otro modo, lo hace sin pelos en la lengua, sin dejar nada en el tintero, arrasando las Naves del Español con un montaje enérgico y demoledor, apabullante y desgarrador, que lleva al límite a los actores y a los espectadores, que nos quedamos aturdidos ante el torbellino que vemos ante nuestros ojos. En esta descomunal obra veremos derrumbarse ante nuestros ojos todo lo que llevaba perfectamente construido durante años. El trabajo de dirección con los actores es de una precisión impecable, logrando de cada uno de ellos lo máximo. Pero aún más importante es la certeza que elige para conseguir mantener el nivel máximo de energía durante toda la obra, con una historia que no deja de crecer conforme vamos conociendo los secretos ocultos de la familia.
En escena, veremos los preparativos de una gran fiesta, la del sesenta cumpleaños de un padre familia, al que acuden sus hijos y algunos amigos íntimos. Jon es el último en llegar y lejos de venir con ánimo festivo, su cara está desencajada y su mirada llena de dolor y rencor. La relación del padre con los hijos descubriremos muy pronto que nunca ha sido la mejor, lo que hace que la tensión se palpe en cada frase que intercambia con ellos. Las miradas, los gestos, los reproches velados (y no tanto) hacen que la situación comience a ser insostenible. El detonante para que todo estalle es el momento en que Jon denuncia que su padre abusó de él y de su hermana gemela Lucía (la cual se ha suicidado) cuando eran unos niños. Ese momento lo congela todo (la tensión de esos largos silencios es devastadora). La incredulidad de los asistentes va dando paso a los gritos y los insultos. Es hora decir las cosas claras, todo eso guardado durante tanto tiempo y que tanto dolor causa. La hecatombe para una familia que llevaba resquebrajada mucho tiempo y a la que habían impuesto el silencio. La familia tratará entonces de cerrar esta herida que sangra a borbotones con este texto intenso y descarnado que propone un análisis de la crueldad latente en esta, nuestra sociedad clasista y patriarcal.
El elenco es uno de los mayores aciertos de la obra. Un grupo de intérpretes que trabajan con una impecable armonía, sin bajar la guardia ni un segundo en toda la función. Todo un tour de force del que salen airosos, dejando al público impactado. Ellos son Aitor Borobia, Alfonso Torregrosa,Lander Otaola,Sandra Ferrús, Ione Irazabal,Ane Pikaza, Olatz Ganboa, Egoitz Sánchez, Mikel Martínez, Loli Astoreka y Aiala Mariño. Un elenco que se deja el alma, con una fuerza abrumadora, con un dolor que sobrevuela cada gesto, con un trabajo coral impecable. Cada uno de ellos trabaja en pro del grupo, apoyando en todo momento lo colectivo, manteniendo la energía en lo más alto durante todo el montaje, incluso en los momentos que la escena transcurre detrás del escenario.
Aitor Borobianos regala un trabajazo dando vida a Jon, el hijo que hace saltar todo por los aires. Un trabajo que nace de lo introspectivo, de la contención, pero mostrando en todo momento el dolor en su rosto. Fantástica interpretación, como lo son también las de los otros dos hermanos, Lander Otaola (el hermano pequeño, agresivo, egocéntrico, excesivo en todo, machista y maltratador de su pareja Olatz Ganboa) ySandra Ferrús (la hermana que intenta que la familia permanezca unida, aunque todos no dejen de reprocharle cosas, todo energía y felicidad hasta que no puede con la presión y se derrumba). El duelo de Jon con su padre es bestial. Alfonso Torregrosa es el gran patriarca, por encima del bien y del mal, hecho a si mismo y al que solo le importa su propia felicidad, aunque esto implique destrozar la vida de los que le rodean. Le acompañan en este teatrillo en el que han convertido sus vidas Ione Irazabal (esposa y cómplice desde su silencio), Mikel Martínez (gerente de la empresa y amigo íntimo de la familia), Egoitz Sánchez (asesor personal del padre) y Loli Astoreka (hermana del patriarca). Ane Pikaza (delicada, frágil, una chica embarazada atrapada en un lugar en el que no quiere estar)vive entre dos aguas, por un lado es la secretaria del padre pero está enamorada de Jon. Completa el elenco la niña Aiala Mariño, interpretando a Lucía, la hija muerta. A todos ellos les acompaña Rut Briones (del Estudio Gheada) cámara en mano, filmando todo y convirtiéndose en un personaje más de la obra.
Todo esto sucede en un espacio escénico elegante, diseñado por José Luis Raymond, que representa la casa familiar. Una gran pared con una única apertura (de la que nace una escalera roja sin final visible) preside la escena. En ella será donde se proyectarán las escenas que va grabando Rut Briones (poderosa la idea, impactantes algunas las secuencias, desgarradores muchos de los primeros planos). Dos grandes mesas alargadas nos muestran la pomposidad de la fiesta que vamos a presenciar. Muy interesante también el cuidado diseño de iluminación de David Alcorta, esencial en una obra con tantos focos dramáticos y de un ritmo tan frenético. Esto se ve potenciado con el espacio sonoro creado por Ibon Agirre y la composición musical de Ibon Belandia. Por último, el diseño de vestuario de Azegiñe Urigoitia deja a las claras desde el primer momento el estatus de la reunión. En este apartado hay que destacar la caracterización creada por Ana Vega, Patricia Aydillo y Araitz Pildain, y el impecable trabajo de Alberto Ferrero como responsable del movimiento escénico.
En definitiva, estamos ante un montaje descomunal, lleno de energía, de tensión, de dolor, de amargura, de fuerza. El trabajo de María Goiricelaya vuelve a sorprendernos, con una obra frenética que se va calentando hasta saltar por los aires. Una historia de abusos, de silencios, de miedos, de vidas destrozadas, de personas que viven en la mentira por no querer asumir la realidad, prefiriendo seguir manteniendo las apariencias. La pieza nos deja un poso de amargura, de dolor, pero también de alivio al ver como todos los personajes se han quitado las caretas, han soltado sus mochilas llenas de rencor, y podrán continuar sus vidas sin el dolor de las heridas abiertas que era necesario cerrar. Todo esto con un elenco prodigioso, que nos sorprende en cada escena y hace un trabajo coral impresionante. Solo pondremos un pero, que esté solo cuatro días en cartel. Si se dan prisa aún están a tiempo de disfrutarla.
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