Un título
que, por sí solo, nos invita a reflexionar sobre la diferencia entre lo que
está vivo y lo que no, entre lo que es real y lo que sólo parece serlo. Esta
obra, que podemos disfrutar en el Teatro María Guerrero, es una
producción conjunta del Centro Dramático Nacional y Tanttaka Teatroa,
escrita y dirigida por la polifacética Mireia Gabilondo. Sin duda,
Gabilondo ha conseguido crear una pieza que equilibra a la perfección el drama
existencial con toques de comedia que alivian la dureza de los temas tratados,
sin caer en el sentimentalismo fácil.
Desde el primer momento, el espectador se encuentra con un montaje que plantea preguntas esenciales: ¿Cómo se sobrevive a la soledad, a la discapacidad, a la enfermedad mental? Pero lo que realmente destaca es que estas preguntas no se presentan como dilemas filosóficos abstractos, sino encarnados en personajes tan humanos y complejos como cualquier persona que pudiéramos conocer en nuestra vida cotidiana.
La pieza está protagonizada por Karmele
Aranburu, Aitziber Garmendia y Telmo Irureta, un trío de
actores que se adentra en las profundidades de sus respectivos personajes con
una entrega total. Telmo Irureta, que encarna a José Manuel, un
psicoterapeuta con parálisis cerebral, se aleja de la representación
estereotípica de la discapacidad. José Manuel no es presentado como un héroe
que supera adversidades o como una figura trágica; es un profesional exitoso
que, como cualquier otra persona, lucha con sus propias sombras internas, entre
ellas, la soledad y el peculiar vínculo emocional que establece con Alexa,
una inteligencia artificial. Este personaje, lejos de ser una simple asistente
virtual, se convierte en una figura clave en el relato, planteando una
interrogante que resuena a lo largo de toda la obra: ¿qué significa realmente
"conectar" con otro ser, sea humano o no?
Por otro lado, Lucía, interpretada
magistralmente por Aitziber Garmendia, se encuentra sumergida en una
depresión severa, un estado que Garmendia retrata con una sutileza inquietante.
Lucía está atrapada en un ciclo de desesperanza del que no parece haber salida,
un ciclo que se refleja en su relación con Yoldi, una joven con
discapacidad intelectual cuya alegría y vitalidad chocan contra la oscuridad de
Lucía. La actuación de Garmendia es, sin lugar a duda, uno de los puntos más
altos de la obra: es capaz de pasar del desánimo absoluto a momentos de lucidez
y emoción con una facilidad que mantiene al espectador al borde del asiento. Es
imposible no sentir empatía por Lucía, una mujer que, en su lucha contra sus
demonios internos, también se enfrenta a la desconexión con su madre y consigo
misma.
Hablando de la madre, Karmele Aranburu, en
el papel de Martina, ofrece una interpretación cargada de matices.
Martina es psiquiatra, una profesional dedicada a ayudar a los demás, pero
incapaz de prestar esa misma atención y cuidado a su hija o a sí misma. Este
conflicto interno, que se va revelando poco a poco, añade una dimensión
emocional y psicológica a la narrativa. Martina se enfrenta a lo que podríamos
llamar una "parálisis emocional", un bloqueo que la ha llevado a una
crisis personal de la que parece no encontrar salida. Este detalle, aunque sutil,
es crucial para entender la complejidad de los personajes en la obra: todos
están rotos de alguna manera, pero también todos buscan —de formas a veces
ineficaces o dolorosas— cómo sanar.
A lo largo de la obra, el tema de la soledad
se convierte en un hilo conductor que une a los personajes, más allá de sus
diferencias. La soledad no se presenta como una situación meramente física,
sino como un estado emocional profundamente arraigado en sus vidas. Tanto José
Manuel, como Lucía y Martina, enfrentan sus propios abismos, sus propias
barreras internas. La conexión humana parece, al principio, casi inalcanzable
para ellos, pero Gabilondo nos muestra, con sensibilidad y precisión, cómo
incluso en los momentos más oscuros, el apoyo de quienes nos rodean puede ser
la clave para salir adelante. En este sentido, la obra nos invita a reflexionar
sobre nuestras propias relaciones: ¿cuántas veces hemos sentido que nadie nos
comprende, que estamos solos incluso en compañía de otros? Pero también sugiere
que es precisamente en esa vulnerabilidad donde se encuentran las semillas del
cambio y la sanación.
La puesta en escena, diseñada por Fernando
Bernués, es minimalista pero cargada de simbolismo. Un simple diván móvil
se convierte en un elemento central que divide los espacios y las escenas,
representando no sólo la división física entre los personajes, sino también las
barreras emocionales que los separan. Este diseño sobrio permite que la
atención del espectador se centre en lo que realmente importa: las emociones, los
gestos y los silencios que hablan tanto o más que los diálogos. Además, la iluminación
y las video proyecciones, a cargo de David Bernués, crean una
atmósfera envolvente que refuerza el tono emocional de cada escena. Las
proyecciones, lejos de ser meros adornos visuales, aportan una dimensión casi
metafórica a la narrativa, permitiéndonos vislumbrar el mundo interior de los
personajes, sus miedos, deseos y esperanzas.
En cuanto al vestuario, diseñado por Ana
Turrillas, cada prenda parece contar una historia propia. Los colores
apagados y las líneas sencillas que visten a Lucía reflejan su estado
emocional: una mujer atrapada en su propio vacío. Por el contrario, Yoldi,
con sus colores vibrantes, encarna la espontaneidad y el optimismo, lo que crea
un contraste visual y emocional que es central en la dinámica entre los
personajes.
Además, cabe destacar que la obra no se limita a
plantear preguntas difíciles o a exponer el dolor de sus personajes; también
nos ofrece momentos de humor, de esos que alivian la tensión y nos recuerdan
que incluso en los peores momentos, siempre hay espacio para la risa. Este es
uno de los grandes logros de Mireia Gabilondo como directora: consigue
equilibrar lo trágico y lo cómico de una manera que se siente orgánica, sin
forzar ningún momento. Cada risa surge de manera natural, lo que hace que el
impacto emocional sea aún mayor cuando la obra vuelve a sus tonos más oscuros.
No es casualidad que Telmo Irureta y Aitziber
Garmendia trabajen nuevamente bajo la dirección de Gabilondo, tras haber
colaborado en producciones anteriores como Sexpiertos. Esta familiaridad
entre los actores y la directora se traduce en una compenetración en escena que
se siente genuina y fluida. Irureta, en particular, ha demostrado ser un actor
comprometido con la visibilización de la discapacidad en las artes escénicas, y
su interpretación en esta obra es un testimonio de su talento y de la capacidad
de la obra para romper con estereotipos.
Es difícil no sentirse conmovido por el viaje
emocional que propone "Sabes que las flores de plástico nunca han
vivido, ¿verdad?". La obra nos invita no sólo a reflexionar sobre
nuestras propias vidas, sino también a considerar la importancia de las
conexiones humanas en un mundo cada vez más aislado. Al final, lo que queda es
una sensación de esperanza, de que, a pesar de las dificultades, siempre hay
una oportunidad para el cambio, para la redención, para encontrar consuelo en
los demás.
Si tienes la oportunidad de verla, no te lo pienses dos veces. Esta es una de esas obras que no sólo se ven, sino que se sienten, que te acompañan mucho después de haber salido del teatro. Mireia Gabilondo ha creado una pieza que resuena profundamente con el público, y el elenco de actores se encarga de dar vida a sus personajes de manera inolvidable. "Sabes que las flores de plástico nunca han vivido, ¿verdad?" es una celebración de lo que significa ser humano, con todas sus contradicciones, tristezas y momentos de luz.
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EQUIPO
Texto y DirecciónMireia Gabilondo
Reparto
Karmele Aranburu (Martina), Aitziber Garmendia (Lucía/Yoldi), Telmo Irureta (José Manuel) y Candela Solé*
*Interpretará a (Lucía/Yoldi) del 21 al 31 de octubre y del 4 al 7 y 15 de noviembre.
Escenografía
Fernando Bernués
Iluminación y vídeo
David Bernués
Vestuario
Ana Turrillas
Ayudante de dirección
Laia Bernués
Técnica
Acrónica Producciones
Diseño del cartel
Emilio Lorente
Fotografía y tráiler
Bárbara Sánchez Palomero
Producción
Centro Dramático Nacional y Tanttaka Teatroa
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