Llega al Teatro Bellas Artes esta interesante propuesta inspirada en la historia real de la escultora y artista sudafricana Helen Martins, conocida por transformar su hogar en un espacio lleno de esculturas y que respiraba arte en cada esquina. Una mujer llena de vida, de energía, con unos principios y convicciones sólidos, que sirvieron al autor Athol Fugard para hacer una inteligente crítica sobre la sociedad de su época, pero que nos deja temas de lo más universales, como son la dependencia, los cuidados o la soledad. Una pieza que invita a reflexionar sobre el valor de ser uno mismo en un mundo que exige conformidad.
El solo hecho de ver entrar a la gran Lola Herrera en escena ya merece la pena la entrada. Su elegancia, su presencia, su mirada, todo lo que hace sobre el escenario es digno de elogio. A todo esto hay que sumar que la historia que veremos en escena la protagoniza una mujer con fuertes principios y grandes ideales, algo que le viene como anillo al dedo a la actriz (elevada en los últimos tiempos a figura referente de la izquierda por sus sabias declaraciones contra los fascismos y la extrema derecha). La obra se inspira en Helen Martins, una mujer real que se rebeló contra todos los estamentos de su época. Un ser que persigue el deseo, la luz de la inspiración que no corresponde a ninguna edad ni a ninguna generación. Alguien que prefiere las preguntas a las certezas, que valora su libertad y su autonomía enfrentando a su tiempo y al mundo que la rodea.
Esta producción de Pentación Espectáculos se cimenta en un poderoso texto en el que se utiliza la figura de la artista sudafricana para hablar sobre los desafíos del arte, la libertad individual y el choque entre las expectativas sociales y la autorrealización. Una reflexión profunda sobre el aislamiento, la lucha interna y el conflicto entre conformarse a las expectativas de la sociedad o seguir los propios sueños y deseos. Además, pone de relieve las dificultades que enfrentaban las mujeres mayores y las personas que se atrevían a ser diferentes en un entorno conservador. Una obra emocionante y conmovedora, en la que la fragilidad inicial de la protagonista se va recomponiendo hasta convertirse en una gran figura, que se hace fuerte apoyándose en sus principios, para dejar atrás sus miedos y sus inseguridades. Un precioso ejercicio de lucha por la supervivencia, por la independencia, por la necesidad de poder decidir sobre la propia vida.
El dramaturgo sudafricano Athol Fugard escribió esta pieza en 1984 y en ella nos muestra de manera sutil la problemática que existía en la sociedad de su país en el contexto del apartheid. El autor se basa en la vida de Helen para reflejar problemáticas que sufría la sociedad de su época, alguien que perseguía el deseo y que reivindicaba el placer del arte y de la innovación, de la improvisación y de inspiración, sin tener en cuenta la edad. Una mujer que se rebeló contra su tiempo, contra los clichés que la encasillaban (por edad y por sexo) y que consiguió vivir libre y del modo que quiso, pese a las reticencias de su entorno. Un texto que enarbola la libertad individual frente a la imposición de la sociedad, que nos habla de la valentía de quien persigue la verdad sin escuchar al resto. Una pieza que nos habla de la creatividad, de los miedos, de la soledad, de la vejez, de la amistad, temas universales que siguen vigentes a día de hoy.
El polifacético Claudio Tolcachir ("La omisión de la familia Coleman", "Próximo", "La guerra de nuestros antepasados", "Tercer cuerpo") se ha convertido en uno de los nombres propios de la temporada. Terminó el pasado año con el regreso de "Rabia", un interesante monólogo del que era protagonista, al Teatro Bellas Artes al que vuelve estos días. Para empezar el año, estrenó en el Teatro María Guerrero "Los de ahí". Y como no hay dos sin tres, ahora estrena esta pieza en la que se ha encargado de la dramaturgia y de la dirección. Para este montaje, que desde el principio se planteó con Lola Herrera, "se trataba de encontrar un material que estuviera a la altura de semejante mujer, que representara de alguna manera todo aquello de lo que ella deseaba hablar. Y yo con ella".
Para el dramaturgo, la obra le encajaba en lo que buscaba, ya que "plantea un personaje que está en crisis creativa, quiere seguir haciendo sus esculturas y vivir la vida como ella quiere. Y, sobre todo, es una mujer que sigue luchando por buscar la inspiración, el sentido de su propia vida y la creación. Es algo muy conmovedor. Como dice uno de los personajes, el personaje de Helen que interpreta Lola es desafiante, porque cuando una persona es libre y valiente también desafía a los demás. Y esas son actitudes que molestan a cierta parte de la sociedad, entonces esa libertad que anhela el personaje provoca resquemores también en su entorno".
La obra nos lleva al pequeño pueblo de Nieu-Bethesda (en Sudáfrica), a la casa de Miss Helen, una mujer que vive sola rodeada de un extraordinario jardín lleno de esculturas creadas por ella. La historia nos sitúa unos meses de la muerte de su esposo, cuando ella se ha podido empoderar y crear ese oasis de libertad y creación en el que se siente feliz. Esta alegría de vivir al enviudar no se ve con buenos ojos en la comunidad, donde empiezan los rumores, los cotilleos y el malestar ante esta mujer que se sale de las reglas establecidas por la comunidad. Ella quiere vivir a su manera, sin molestar a nadie, centrada en sus esculturas y en su tranquilidad espiritual. Pero el simple hecho de que una mujer mayor viva sola en el pueblo, inquieta a la comunidad. Helen debe enfrentarse a la incomprensión de sus vecinos conservadores, incapaces de entender su estilo de vida y su arte.
La llegada de su amiga Elsa (alarmada por una misteriosa carta recibida), una joven maestra progresista, le servirá de apoyo para hacer frente a una tesitura que le está planteando el pastor religioso del pueblo, Marius. Elsa ha llegado desde Ciudad del Cabo para apoyar a su amiga, para intentar comprender su situación y ayudarle a tomar decisiones que pueden ser trascendentales en su vida. El conflicto aparece cuando llega a la casa Marius. Sorprendido por la presencia de Elsa, intenta conseguir su propósito bajo la excusa de hacerlo por el bien de Helen. Este encuentro desencadena los acontecimientos, con diálogos que nos hablan de la moral, el compromiso, la soledad, la pérdida, el derecho a decidir, la vulnerabilidad, la vejez y la necesidad de poder vivir esa etapa de la vida desde un lugar propio, desde una autonomía personal y no guiada por nadie.
Y ahí, en ese lugar de compromiso por la vida, encontramos a Lola Herrera, que simboliza todo lo que quiere transmitir esta obra desde un lugar de empatía, cariño, lealtad y amor por la vida y por la profesión. Es un placer verla en escena, interpretando a esta luchadora, que se debate entre el miedo por la presión social y sus propios ideales. No ser fiel a ellos sería devastador (tanto para Helen como para Lola). Lola es una mujer vital, que se mueve por el escenario como si fuese su propia casa (sobre esas mismas tablas la vimos hace unos años con su inolvidable "Cinco horas con Mario"), comprometida con su época y con su edad. Por eso se interesó desde el principio por este personaje, que quiere vivir la tercera edad en libertad, tomando sus propias decisiones.
En escena la acompañan su hija en la vida real, Natalia Dicenta, en el papel de Elsa, y Carlos Olalla, dando vida al pastor religioso Marius. La complicidad entre las dos actrices nos regala una relación muy tierna en escena, que nos deja momentos inolvidables. La interpretación de Dicenta dando vida a esta luchadora y comprometida maestra, es demoledora. Nos regala una actuación portentosa, que compite de igual a igual con Lola. La fortaleza del personaje de Natalia se complementa a la perfección con la vulnerabilidad y el miedo que desprende el personaje de Helen. A ellas las acompaña en escena un Carlos Olalla que cumple en su papel de pastor que quiere proteger a una (para esta conservadora comunidad) indefensa y no muy cuerda anciana.
Y todo esto sucede en la fabulosa escenografía diseñada por el gran Alessio Meloni, que recrea de forma impecable la casa de Helen, con sus toques coloristas africanos, con su aire bohemio, con su ambiente de hogar acogedor. A crear este ambiente ayuda mucho la iluminación diseñada por Juan Gómez-Cornejo, dando una tonalidad azulada (más fría) al exterior y unos colores más cálidos al interior de la casa. El juego de las velas que las intérpretes van encendiendo y apagando es una delicia. Por último, no podemos dejar de nombrar el cuidado vestuario, creado por Pablo Menor, con Gema Moreno como responsable de sastrería y peluquería.
No creo que haya que decir mucho más. La sola presencia de Lola Herrera sobre las tablas de un teatro debería ser motivo más que suficiente para no perderse esta obra. Pero a esto hay que sumar la belleza de un texto que nos habla sobre la vejez desde un lugar diferente, mostrándonos las ganas de esta mujer por vivir a su modo, en libertad, tomando sus propias decisiones. Un texto delicioso, conmovedor, pero que a la vez nos deja una velada crítica a muchos temas de gran actualidad, sobre los que podremos hablar al salir del teatro. Solo si el camino a casa no lo acapara Lola y Natalia, esta madre e hija que nos regalan unas interpretaciones descomunales, que darán para hablar mucho.
Autor: Athol Fugard Versión: Claudio Tolcachir Escenografía: Alessio Meloni Vestuario: Pablo Menor Iluminación: Juan Gómez-Cornejo Ayudante de dirección: María García de Oteyza Gerente/Regidor: Leo Granulles Técnico de sonido: Félix Botana Técnico de iluminación: Javier Gómiz Maquinista: Alfonso Peña Peluquería y sastrería: Gema Moreno Diseño de cartel: David Sueiro Fotografía de cartel: Daniel Dicenta Jefe de producción: Juan Pedro Campoy Ayudante de produccion: Estela Ferrándiz Jefe técnico: Ignacio Huerta Dirección: Claudio Tolcachir Productor: Jesús Cimarro