El regreso a casa, la vuelta a nuestros orígenes para cerrar todas las heridas que dejamos abiertas con nuestra marcha, o que se abrieron por ese motivo. La vida nos va dejando marcas, rencores, deudas pendientes, que llegadas el momento resultan difíciles de resolver. La familia como germen del amor y de la vida, pero también de los más oscuros traumas, del comienzo de todo pero también como lugar al que regresar, principio y fin, epicentro de todo, la solución a nada.
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Yo estaba en casa y esperaba que llegara la lluvia
Entrábamos en la sala con un tarareo, recordábamos aquella canción de Pablo
Guerrero que ansiaba libertad y aires nuevos “Hay que doler de la vida, hasta
creer, que tiene que llover, a cántaros”.