Los límites de la realidad nos llevan a desconfiar de cada una de las escenas de esta sorprendente historia, que comienza de una forma sosegada para acabar en un torbellino lleno de emociones en el que todo aparece fuera de tono, en una realidad distorsionada en el que todos quedan descolocados, en una situación de desasosiego, de indefensión, que les obliga a plantearse su propia existencia. Personajes que se ven acorralados por una realidad que se antoja cuanto menos asombrosa, en un mundo tan separado del suyo que parece del todo irreal.
La productora teatral Barco Pirata vuelve a sorprendernos con un montaje preciso, en el que cada escena que pasa nos vemos sorprendidos por continuos giros inesperados. Responsables de éxitos como "Lehman Trilogy", "La cocina", "Lluvia constante", "Tempestad" o "La puerta de al lado", en esta ocasión nos presentan una obra nada convencional, con constantes giros, que pasa de la comedia a la tragedia, pasando por el suspense, con una historia que nos engancha desde el primer momento para llevarnos por una montaña rusa de sensaciones a lo largo de una historia que no deja de retorcerse sobre si misma. A los mandos del barco se encuentra, como es habitual, Sergio Peris-Mencheta, que sigue confirmándose como uno de los directores más interesantes de nuestro país. El golpe de timón que da con esta obra demuestra que domina todos los registros, incluso aquellos textos con un contenido ambiguo (como es el caso) que le lleva a hacer un minucioso trabajo para que todo encaje a la perfección, y no nos dispersemos ante una historia tan singular.
Peris-Mencheta se ha encargado también de versionar este complejo texto de Sébastien Thiéry, un peculiar y comprometido autor francés que salió desnudo a recoger el premio Moliere de Teatro para dar visibilidad a la precariedad que vive el mundo teatral. Un escritor tan singular sólo podía presentarnos una obra como esta, que recorre ingeniosamente diversos géneros para mantener al espectador siempre atónito ante lo que está viendo. Una historia que se sumerge en el surrealismo y en el teatro del absurdo, sin llegar a desconectar nunca de una realidad que se antoja verosímil, pese a lo extraño que es todo lo que ocurre en escena. Cargada de ironía, de humor, de tensión y hasta de tragedia, el relato nos lleva por un delgado hilo en el que se entremezcla la realidad y la ficción, lo absurdo con lo cotidiano, la risa con la sorpresa, la tranquilidad de un hogar con la vorágine de un caos inexplicable.
Pero sin duda estamos ante una obra poco común, que comienza con una tranquila escena familiar para acabar en un absurdo mundo en el que todo parece estar fuera de lugar, o quizás no del todo. Lo que parece una divertida comedia costumbrista se va contorsionando sobre si misma para dejarnos cada vez más aturdidos, ante la sucesión de eventos que se van sucediendo. La comedia se convierte en thriller cuando lo que parecía una tranquila velada familiar se convierte en un lugar desconocido para sus inquilinos, en el que nada encaja, al menos en la manera de ver las cosas del tranquilo matrimonio protagonista. Los personajes con los que van relacionándose, tanto física como telefónicamente les van descolocando cada vez más, convirtiendo su casa en un lugar extraño, un espacio que parece haber sido invadido por otras personas.
La historia nos lleva a la apacible vivienda del matrimonio Carnero, en el momento en que ambos se preparan para cenar. Un día más, una rutina que se repite dentro de la tranquilidad del hogar. Pero nada más lejos de la realidad. Un teléfono que comienza a sonar (y que en un principio nos hace pensar en lo descuidado que es siempre el público del teatro) incomoda al marido y lo saca de su estado de tranquilidad, que reinaba durante la cena. Todo comienza a acelerarse cuando descubren que el aparato que suena se encuentra en su salón, y ellos no tienen teléfono. Extrañado y aturdido contesta el teléfono, y ahí comienza su particular vía crucis. Al otro lado del teléfono preguntan por el Señor Schmitt, al que ellos no conocen... o eso piensan. La casa, a partir de ese momento, comienza a mutar, empiezan a ver que todo lo que les rodea no pertenece a su casa, la ropa, los libros, los cuadros, todo colocado en el mismo lugar de siempre pero todo diferente a como era unas horas antes, cuando llegaron del trabajo. El pánico se apodera de ambos cuando se dan cuenta de que no pueden salir de su propia casa, o quizás no lo es? Han entrado en casa del Señor y la Señora Schmitt? Alguien les está suplantando la identidad? se han vuelto locos? ¿Quién miente? ¿Quién dice la verdad? ¿Quién es el Señor Schmitt?
La historia pivota sobre este contrariado matrimonio Carnero, a los que interpretan de forma magistral Javier Gutiérrez y Cristina Castaño. A ellos les acompañan Xabi Murua, Quique Fernández y Armando Buika, que interpretan a los diferentes personajes que van convirtiendo la apacible vida de la pareja en una absurda encrucijada en la que todo parece ocurrir en contra de la lógica, en una serie de situaciones absurdas que nos van zarandeando cada vez más. Unos personajes que sirven de apoyo a este viaje hacia un lugar desconocido al que se ve sometida la pareja. Un elenco compacto que arropa perfectamente a los dos protagonistas, que sobresalen de forma primorosa con unas interpretaciones que llevan el montaje a límites mucho mayores.
Hablar en estos tiempos de Javier Gutiérrez son palabras mayores, ya que se trata de uno de los actores más reconocidos de nuestro país. Recordado por ser miembro de la legendaria compañía Animalario, protagonizó algunos de sus éxitos más sonados, como "Alejandro y Ana", "El fin de los sueños", "Hamelin", "Tito Andrónico" o "Tren de mercancías". Tras sus éxitos en televisión (en series como "Águila Roja", "Estoy vivo" o "Vergüenza") y cine (galardonado con dos Goyas por sus papeles en "La isla mínima" y "El autor"), sigue regalándonos grandes actuaciones sobre las tablas, como pudimos ver en "Los Macbetz", "Elling", "El traje" o "Ay Carmela", por nombrar los más recientes. El pasado año pudimos verle en "El Rey", el reencuentro con Alberto San Juan y Willy Toledo, sus antiguos compañeros de Animalario.
En esta ocasión, Gutiérrez vuelve a deleitarnos con una interpretación maravillosa, en la que lleva el peso de la obra y la solventa con maestría. El personaje al que da vida, es un hombre tranquilo, que poco a poco se va alterando, se va volviendo loco, ante el cúmulo de circunstancias absurdas que le van sucediendo. El actor va matizando cada nueva sorpresa de forma elegante, sin aspavientos, pero con la bis cómica que siempre suele caracterizar a sus personajes. Un hombre que va perdiendo el norte progresivamente, que con cada nueva situación absurda va sufriendo una nueva transformación, que poco a poco pero sin pausa le va empujando al abismo.
A su lado, Cristina Castaño solventa con gran solvencia el papel de la esposa, que permanece más pausada por momentos, aunque tiene momentos de locura más puntuales que el marido. La actriz domina los matices que debe darle al personaje en cada momento, dotándolo de una ambigüedad que poco a poco la convierte en un personaje misterioso, que dentro de esta locura ya no sabe lo que creer. Una interpretación muy inteligente de una actriz de vuelve a demostrar su saber hacer sobre las tablas.
Dentro de los tres actores secundarios hay que hablar de Quique Fernández, que está soberbio dando la réplica en los papeles que tienen más peso a la hora de hacer saltar toda la historia por los aires. Sus interpretaciones del policía y del médico hacen que todo explote, son puntos claves para el desarrollo de la obra y de la evolución de los miembros del matrimonio. Dos papeles muy diferentes que solventa con eficacia, dotando a cada uno de ellos de una personalidad muy diferente.
La bella escenografía creada por Curt Allen Wilmer (AAPPE) con Estudios Dedos (y con Eva Ramón como ayudante) es, como no podía ser de otro modo, un espacio cerrado, un cubículo perfectamente delimitado, claustrofóbico, que va ahogando cada vez más a los protagonistas. Un sobrio espacio que representa la vivienda del matrimonio, pero que se muestra como un lugar acogedor pero a la vez agresivo, por la imposibilidad de ser reconocible por ellos, con una puerta que va cambiando de lugar, cuadros que varían su contenido, o elementos que no reconocen dentro de su propia casa (la escena de Javier Gutiérrez con el teléfono es una delicia cargada de humor y surrealismo). Hay que destacar también el diseño de luces a cargo de Valentín Álvarez (AAI) que va convirtiendo el lugar en un espacio cada vez más estrangulado, con luces cada vez más tenues y puntuales, que nos adentran en el oscuro túnel al que se ven abocados los protagonistas. Por último debemos hablar del vestuario diseñado y realizado por Elda Noriega (AAPEE) que, como el resto de la obra, va cambiando para sorprendernos en cada momento. El abrigo de Gutiérrez se convertirá casi en un personaje más de la obra, que agudizará el cambio de actitud de la pareja.
Teatro: Teatro Español
Dirección: Plaza de Santa Ana
Fechas: De Martes a Sábados a las 20:00, Domingo a las 19:00.
Gracias Fernando por hacer visibles a los secundarios de esta bella obra, el camino del actor es duro, lo sabemos, y más cuando se pasa desapercibido, gracias de corazón
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