La radiografía de lo que ha sido nuestro país en las últimas décadas queda perfectamente reflejada en la figura del que fue buque insignia de la época más bollante del aznarismo, un ejemplo para muchos (así nos va) y todo un referente de la economía mundial. Pero como también ha pasado en nuestro país, todo era demasiado bonito para ser cierto, demasiado en manos de un capitalismo canibal que sólo quería su propio beneficio a costa de los más débiles. Pero cuando las cosas se hacen de manera tan desproporcionada sueles pasarte de frenada, y las consecuencias son las que todos conocemos.
Una época de sueños, de una España de bonanza, pero también de espejismos, porque como se dijo luego el país vivía "por encima de sus posibilidades" (como me jode esta frase que sólo se puede aplicar a unos pocos). Era el momento de los créditos por doquier, las hipotecas "regaladas", la fiesta de la economía al alcance de la clase media, para hichar las arcas de tal manera que la explosión resultó catastrófica. Una bacanal que nos ha dejado una larga resaca, un dolor de cabeza del que es difícil recuperarse, sobre todo cuando los políticos actuales quieren volver a poner la música a tope y que vuelva a empezar la juerga...
Hace dos años, Pablo Remón y Roberto Martín Maiztegui fueron galardonados con el Premio de Teatro Jardiel Poncela de la Sociedad General de Autores por su texto "El milagro español", que bailaba entre el teatro documental y la ficción. Tras este periodo han conseguido llevarlo a escena, en lo que es la delirante historia de nuestro país, centrada en la figura de Rodrigo Rato, el que fue referente de nuestra economía y artífice del milagro español, que ha terminado con sus huesos en la cárcel de Soto del Real por delito continuado de apropiación indebida por el caso de las famosas tarjetas black de Caja Madrid.
Pablo Remón se ha convertido en los últimos años en uno de los referentes de la nueva hornada de autores y directores de nuestro país. Desde su impactante "La abducción de Luis Guzman", ha ido ganando adeptos entre crítica y público, con montajes tan sonados como "40 años de paz", "Los mariachis" o "El tratamiento", todas ellas con su compañía La Abducción. Para él esta obra "es una especie de caleidoscopio, porque según la ápoca en la que le pillas es un personaje distinto, un personaje con contradicciones, en el que parece que hay muchos dentro, como un personaje de Shakespeare. Intentamos rellenar ese puzle, dejando esos puntos ciegos sin rellenar, pero no pretende ser un relato periodístico".
Bruxman producciones (colaboradores habituales de los proyectos del Pavón Teatro Kamikaze) ha sido la encargada de llevar adelante este proyecto, que ha dirigido Raquel Alarcón (con Carlos Pulpón como ayudante de dirección). Alarcón dirige esta radiografía de lo que ha sido nuestro país desde un punto de vista social y político, ya que a la vez que se cuenta las andanzas y peripecias de Rato, se va mostrando los baibenes que iban sacudiendo a España. Un análisis certero de lo que ha sido el milagro y la debacle de un personaje tan misterioso como sórdido. La directora consigue realizar un montaje compacto, enérgico, en el que desde la sencillez consigue involucrarnos desde el primer momento en una historia plagada de momentos cómicos, aunque con un trasfondo mucho más tenebroso.
Este divertido relato nos lleva, en un entramado de realidad y ficción, desde la infancia de Rato a su entrada en prisión. Tras un ingenioso prólogo de presentación, la historia comienza con el recuerdo de la detención del padre de Rato por evasión fiscal (de casta le viene al galgo), para ir desgranando poco a poco toda su meteórica carrera política y su descomunal caída en picado, salpicado por numerosos casos de corrupción que han acabado con este símbolo de toda una época, entre rejas. En esta historia podremos conocer etapas desconocidas, como su época hippie de estudiante, o algunos de los momentos álgidos de su carrera, con sus conversaciones con Aznar. Fraga, Rajoy o el propio Aznar son algunos de los personajes clave en la vida de Rato, y con ellos mantendrá conversaciones de lo más elocuentes, y en algún caso bastante surrealistas.
Hilarante es el encuentro con Fraga en el que, el por aquel entonces presidente de Alianza Popular, aconseja a Rodrigo sobre su carrera política. Esperpénticas son algunas de las escenas con Aznar, pero destaca sobre el resto una en el telesilla de Baqueira en el que hablan sobre la posibilidad de que Rato coja el testigo que va a dejar el entonces presidente del gobierno. Una escena de ficción pero que supuso un antes y un después en la vida real del político. Por último hay que destacar, en esta selección de escenas, la noche previa a la salida a banca de Bankia, y la surrealista conversación entre Rato y un personaje de lo más peculiar. Realidad y ficción se entrelazan para crear las piezas de un puzle que nos den una composición más o menos exacta de lo que ha sido este controvertido personaje, clave en la historia de nuestro país en las últimas décadas.
Hay que resaltar la manera en que la obra se va desarrollando, en un continuo ir y venir por la vida del político, mientras que los actores salen de la historia para hacer continuos apuntes y puntualizaciones (genial la idea de hablar de los puntos negros). La dinámica de la obra es frenética desde el comienzo, y los actores consiguen subirnos a ese taxi que sale del Tribunal Supremo y llevarnos por una montaña rusa de escenas milimétricamente estructuradas y unidas por esas intervenciones de los actores, que hacen de narradores, apuntadores e incluso periodistas, aportando datos para que las escenas nos lleguen en su totalidad y no perdamos comba.
Dos actores son los encargados de interpretar a Rodrigo Rato y todo el resto de personajes que se van cruzando por su vida, mientras hacen también las veces de narradores de la historia. Juan Ceacero y Javier Lara miden en todo momento el tono necesario para cada escena de la obra, dando el punto justo de drama dentro del tono general de comedia desenfrenada. Ambas interpretaciones están cargadas de intención, buscando la risa del espectador mientras nos avergonzamos de lo que vemos. La bis cómica de ambos es abrumadora y consiguen que el ritmo no decaiga en ningún momento, con un texto demoledor que hacen suyo y con una gestualidad que convierte cada personaje de los que van apareciendo en graciosas caricaturas a las que todos reconocemos y con las que es imposible no reirse.
Javier Lara es el encargado de dar vida a Rodrigo Rato, que paradójicamente es el personaje menos caricaturesco de todos los que aparecen en la obra, para que también gane en credibilidad el resultado final. El actor nos presenta un personaje cargado de matices, al que vemos evolucionar en su desmedida ambición por el poder. Pero lejos de hacer un personaje ridículo, Lara consigue contener la parte cómica para dar a cada escena la dosis necesaria de seriedad, para que nos demos cuenta que todo esto en el fondo es algo que ocurrió en realidad. La interpretación de Lara está plagada de matices, dando al personaje ese halo de misterio que siempre ha acompañado al expresidente del FMI.
Por su parte Juan Ceacero es el encargado de poner la pimienta, de rociar cada escena de gasolina, dando vida a todos esos peculiares personajes que van poblando la historia. Al contrario de su compañero (lo que da un mayor valor a ambas interpretaciones) sus personajes son desmedidos, esperpénticos, caricaturas de una España muy peculiar. Ceacero es pura adrenalina, no deja de mutar durante toda la función, interactuando con el público o creando un nuevo friki, todo puede esperarse de este torbellino que lleva la obra a puntos de gran comedia y ritmo vertiginoso.
Todo esto sucede en un espacio practicamente vacío, ocupado por unas sillas acumuladas en un lado y una pecera sobre una peana en el otro. Pero incluso sólo con esa escenografía todo se hace verosímil, el ingenio para crear cualquier lugar con la única ayuda de estos elementos es parte del atractivo del montaje, de esa continua sorpresa con la que nos van guiando los actores a lo largo del relato. Todo ello apoyado por la iluminación diseñada por Paloma Parra y Juanan Morales, que aportan en cada momento el justo punto de locura, o de aparente seriedad, para que todo encaje. Y dentro de toda esta vorágine no podemos dejar de hablar de la música. Desde el explosivo inicio al son de Novedades Carminha hasta la traca final con el ritmo discotequero de Chimo Bayo, la música sirve de elemento vertebrador de la obra, como nexo de unión de las escenas y para ambientar cada momento dentro de su contexto histórico.
Una obra divertida y ácida en su contenido, que nos dará a conocer detalles de la vida de Rato que desconocíamos, pero que sobre todo nos dará una visión más detallada de lo importante que ha sido esta persona en el devenir de nuestro país. Un texto brillante para dar cuenta de uno de los personajes más peculiares de los últimos años. A mitad de camino entre el teatro documental y las escenas ficcionadas, el montaje final es una auténtica bomba, por su intensidad, su ritmo y su frescura.
Teatro: El Pavón Teatro Kamikaze
Dirección: Calle Embajadores 9
Fechas: De Martes a Sábados a las 18:30, Domingos 21:30.
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