En estos tiempos de incertidumbre es necesario reír, olvidarnos por un momento de la realidad tan angustiosa que nos ha tocado vivir. La vuelta a los teatros es una de las opciones más inteligentes para volver a disfrutar, para volver a reír, con comedias tan ingeniosas como la que nos ocupa, marcado por la delirante manera de crear de Los Absurdos Teatro. La realidad tamizada para poder ridiculizarnos a nosotros mismos, para banalizar los temas más importantes, quitándoles la intensidad que recogeremos al salir del teatro. Es necesario dejar nuestros miedos atrás, disfrutar de las cosas como lo hacíamos antes, y pasar un buen rato viendo comedia de la buena.
Vivimos en una sociedad en la que todo es superfluo, en la que un día puedes tenerlo todo y por una mala gestión o un giro inesperado de la vida, al día siguiente puedes perderlo todo y encontrarte sin absolutamente nada. Esta manera de vivir en el alambre nos pone al borde del abismo, en una continua situación de debilidad, de fragilidad ante posibles planes o proyectos, moviéndonos en arenas movedizas mientras el mundo se tambalea a nuestro alrededor. Esa inestabilidad nos descompone, los trastoca, nos hace vulnerables y nos deja indefensos ante cualquier eventualidad.
Esta velocidad con la que transcurren los acontecimientos, casi sin que nos de tiempo a reaccionar, lo exponen de forma primorosa Los Absurdos Teatro, que ya nos sorprendieron con montajes como "A protestar a la Gran Vía" o "Manténgase a la espera", ambos de ritmo vertiginoso y gran trasfondo de crítica social. Unos montajes delirantes, que pese a la crudeza de los temas que tratan consiguen que los espectadores no paren de reír. Por un lenguaje vivaz, por momentos verborreico, consiguen dejar al público entusiasmado desde el principio por no saber muy bien lo que ocurre, por entrar de lleno en esa espiral de caos y desenfreno que son los montajes de esta singular compañía. Tras ver varios de sus montajes, podemos afirmar que han conseguido crear su propio estilo, una manera de crear que funciona, con unas bases sólidas que gustan al público y les permiten ser libres a la hora de hablar de cosas muy serias desde la perspectiva de la comedia.
Alfonso Mendiguchía, una de las almas de la compañía, es el autor de esta historia cotidiana cargada de singularidad, de momentos que rozan el absurdo entrelazados con otros de un realismo abrumador. La mezcla entre lo cotidiano y lo excepcional hace que nos sintamos cómodos con la historia, ya que nos sentimos identificados con ellos y con (casi) todo lo que les ocurre. Una realidad tamizada por la mente de Mendiguchía, que siempre le imprime a todo una marcha más, siempre transita los matices más singulares de lo cotidiano. Para conseguir que esta subversiva vorágine no se desmadre demasiado, el director César Maroto marca muy ingeniosamente las pausas entre las escenas, para que además de los actores, el público se pueda tomar un respiro y asimilar lo que está viendo, que por momentos se desboca y no da tiempo a analizar como deberíamos. Maroto marca muy bien los tiempos que debe imprimir a cada escena, incluso los más delirantes están coordinados al milímetro, en un ejercicio casi de ingeniería a la hora de sincronizar movimientos y texto.
La obra se cimienta sobre la desgracia humana, y como la mayoría de las comedias va creciendo según crece el infortunio. Una espiral de acontecimientos desafortunados, complementados por decisiones de lo más discutibles, colocan a los protagonismos, de la noche a la mañana, al borde del abismo de sus propias vidas. Este viaje les llevará durante tres días por un camino sin retorno hacia su propio infierno, ante un precipicio del que no tienen posibilidad de escapar. Una serie de circunstancias que los empujan a la más dura de las realidades, y que conllevará su exclusión social. Pese a todo, ellos prefieren mantener intactos sus principios, no rebajarse a lo que les dicta la sociedad, no traicionarse a si mismos (pese que las situaciones que viven les haga dudar en varios momentos). Un mundo despiadado que no respeta a la gente con principios, un mundo cruel que expulsa del sistema a aquellos que no intentan aprovecharse de él.
La historia nos habla de Ernesto y María, una pareja que, pasados los cuarenta, mantiene intacto su amor y sus principios, hasta que de un día para otro lo pierden todo. El banco pretende desahuciarlos, no tienen trabajo ni dinero para pagar las letras pendientes, y aunque reciben una prórroga para intentar hacer estos pagos pendientes, esos tres días se convertirán en los más duros de sus vidas. Tres días para mantener su piso, para no quedarse en la calle, setenta y dos horas en las que lo intentarán todo para que no se cumplan sus peores presagios. Cuando parece que todo está perdido, el destino parece darles una última oportunidad para resolver todos sus problemas. La disyuntiva entre ser fieles a si mismos o traicionarse para salvar su casa les hará comenzar una cuenta atrás de lo más imprevisible.
La pareja formada por Alfonso Mendiguchía y Patricia Estremera hace años que han conquistado los corazones de los madrileños. Se comprenetran a la perfección, saben lo que deben hacer en cada momento, lo que gusta al público, pero ante todo saben que pueden confiar plenamente en su compañero. En montajes con textos tan acelerados, la química entre los intérpretes es fundamental, ya que puede hacer que un espectáculo sea brillante o nefasto. En el caso de esta pareja hace años que han encontrado la fórmula, y en cada nuevo espectáculo van un poco más allá de sus propio lugar de confort, con lo que van aumentando un plus a cada nueva obra con la que nos deleitan.
Mendiguchía está desarbolado en esta pieza, sus gestos, muecas, movimientos, todo va acelerado, pero lejos de penalizar engrandece a un personaje angustiado por una situación límite. Por su parte Estremera tiene un tono más contenido, que se va acelerando por momentos según les van cayendo palos. Su interpretación es una auténtica montaña rusa, en la que pasa por todo tipo de estados de ánimo. La pareja consigue que ambos personajes sean adorables, a la vez que una esperpéntica caricatura de cada uno de nosotros. Dos actores que encajan, dos personajes que se completan, los cuatro para conseguir un gran resultado.
En este montaje tiene mucho peso la escenografía móvil diseñada por Víctor Mones, que se convierte casi en un personaje más de la obra. La iluminación, también diseñada por Mones, juega un papel interesante, con continuos juegos de luces y sombras, transparencias y reflejos que dotan a la escena de mucha polivalencia. También hay que reseñar las animaciones creadas por Eduardo Avanzini, el diseño gráfico/visual de Manuel Pavón y el vídeo creado por El Ojo Mecánico, todas ellas partes fundamentales para la concepción de la obra. Por último, destacaremos la música original de David Bueno, que da consistencia al montaje, y el vestuario diseñado por Remedios G. Insua, sencillo y efectivo.
Teatro: Príncipe Gran Vía
Dirección: Calle de las Tres Cruces 8.
Fechas: Del 11 de Septiembre al 2 de Octubre. Viernes a las 19:30.
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