La dura vida de los exiliados españoles a miles de kilómetros de sus casas. Los reproches de unos a otros, los recuerdos que no dejaban de rondarles por la cabeza. La pesada mochila de la que nunca consiguieron deshacerse. Uno de ellos fue el escritor Max Aub, que en estos años de exilio, mirando desde la distancia lo ocurrido y viendo con dolor en lo que se había convertido su país, escribió mucho sobre aquellos tiempos convulsos. Y uno de esos relatos fue este maravilloso cuento corto en el que fantasea con el asesinato del dictador.
Acudir al Teatro del Barrio siempre es un gusto, porque es sinónimo de compromiso social y político. En esta ocasión nos presentan esta maravillosa pieza sobre el exilio de los republicanos españoles, desde la particular óptica de un camarero mexicano. El montaje es impulsado y protagonizado por Alfonso Torregrosa, y tiene su germen durante la pandemia, cuando se pone en contacto con José Ramón Fernández y este acepta la propuesta de adaptar la obra de Max Aub. Y la apuesta, damos fe, les ha salido redonda, porque estamos ante una pieza impecable, en la que el intimismo de la confesión invade la escena, para que vayamos descubriendo, entre risas, cafés y los gritos de los republicanos, el secreto que tiene que contarnos su protagonista.
Este texto tiene todos los ingredientes propios de la obra de Max Aub. El escritor cimentó muchos de sus libros en el humor con obras como "Manuscrito cuervo" o "Crímenes ejemplares". En este cuento satírico se ríe de si mismo, de los republicanos españoles exiliados en México, para construir una historia distópica a mitad de camino entre la crítica ácida y la añoranza de lo que nunca ocurrió. Un retrato plagado de nostalgia sobre lo que pudo ser, un cruce de punzantes reproches que pudieron cambiar la historia, para desembocar en una fabulosa hazaña que describe a la perfección toda una época en la España de la posguerra.
En sus condensadas veinte páginas, la historia viaja de México a Madrid en la desesperación de un camarero que "no podía sufrir esos gritos. Entiéndame. No es que necesite el silencio. Es que necesito las conversaciones. Las conversaciones, no el alboroto, porque con el alboroto no puedo entender las cosas. Son muchos años, y me gusta saber. Y, si puedo, meter baza, pegar la hebra, sacar consecuencias. Este es mi gusto". Esa angustia vital le hace viajar a la España franquista con un solo objetivo, matar al dictador.
Laura Ortega ("Fandangos y tonadillas", "Intemperie", "No fucking way", "Vientos que nos barrerán") realiza un trabajo impecable en la dirección. El montaje transcurre en un ambiente de intimismo favorecido por la disposición de parte del público en torno a la mesa en la que se encuentra el protagonista, para llevarnos desde el primer instante al ambiente propio del café en el que transcurre la historia. La penumbra por la que se desliza la obra le da un halo de clandestinidad muy propio de los personajes sobre los que orbita el relato. Desde la sencillez de la mesa del bar, Ortega consigue que el protagonista nos hipnotice con su narración de esta fábula fantástica, de esta confesión desesperada, desde la complicidad de quien se encuentra en su espacio, haciendo partícipes a los presentes de la historia desde la naturalidad más mundana. Un impecable ejercicio de artesanía escénica, en el que todo está medido desde la sencillez de lo más cotidiano.
Y desde esa naturalidad vamos conociendo a Ignacio Jurado Martínez, un veterano camarero enamorado de su trabajo que ve como se resquebraja su idílico lugar de trabajo con la llegada de los exiliados españoles, que rompen la armonía del lugar sin dejar de hablar (o más bien gritar) todos los días de lo que pasó durante la guerra civil. Nuestro sosegado protagonista llega a reconocernos que no puede más, que él necesita una tranquilidad que ha saltado por los aires con la llegada de los españoles.
"Me ha costado mucho darme cuenta de que el mundo no está bien hecho. Los hombres, a lo más, se dividen en melolengos, nangos, guarines, guatos, guajes, guajolotes, mensos y babosos. Cuestión de matices, como el café con leche. ¿O cree que el café con leche ha vuelto idiota a la humanidad?". Con esa tranquilidad nos habla, nos increpa, nos involucra en el relato, haciéndonos partícipes de su malestar a la vez que nos reprocha todo lo que va molestándole de los recién llegados. Un monólogo que por momentos parece un fluido diálogo con los presentes en las mesas colindantes, esos secundarios que van apoyando el relato y que le sirven para reafirmarse en sus explicaciones. La complicidad con los espectadores se convierte en uno de los elementos mejor hilvanados de la obra.
El antiguo mesonero del Café Español de Ciudad de México nos cuenta con una deliciosa mesura su historia, que es un reflejo de la historia de nuestro país en los años de la posguerra, desde la lejanía del exilio. Desde la sencillez del que habla con la tranquilidad de haber hecho lo que tenía que hacer, Ignacio Jurado Martínez nos embauca con su simpatía, con su serenidad, con su franqueza al decir las cosas, con su pasión por su trabajo y su demoledora franqueza al contarnos su relato. Este personaje, que se define como "casi calvo, casi sordo, pero con las mismas ganas de meter cuchara en las conversaciones ajenas" nos ha robado el corazón desde su timorata entrada en escena, desde su timidez casi agobiante, desde su deliciosa sinceridad.
La historia nos lleva a ese Café Español en el que Ignacio Jurado Martínez trabaja como mesonero. Pero la historia comienza desde otro lugar, otro café, al que el protagonista acude años después para disfrutar de un buen café y de paso sincerarse con nosotros. Cuando viajamos con el a Ciudad de México descubrimos el amor por su trabajo, reflejado en la belleza de las palabras con la que describe aquellos años. Pero tras esta deliciosa introducción, nuestro personaje comienza a estar incómodo. Porque va a contar todo lo que en su día no se atrevió. Va a explicarnos su historia, su hazaña, ocultada durante años, esa proeza que no se atrevieron a ejecutar los que le empujaron a hacerla. Desde la nostalgia que transmite ese ambiente de los viejos cafés, degustamos el relato como una mesurada tertulia, de esas que hicieron célebres a estos locales.
El protagonista nos lleva de la mano por su historia, que es la posguerra española, la de los exiliados que llegaron a México al ser derrotados. Él nos habla de su vida, pero también de memoria. La realidad y la ficción se entrelazan para crear esta maravillosa fábula, en la que por momentos vemos a Max Aub hablando de las penurias de la derrota para acto seguido volver al personaje que increpa la actitud de los españoles. Una suerte de realismo mágico, de fantasía costumbrista, con un preciso (y precioso) modo de describir cada secuencia de la historia.
Alfonso Torregrosa ("Monsieur Goya, una indagación", "Último tren a Treblinka", "La vida de Galileo", "Comedias Bárbaras") da vida a este hipnótico personaje, convirtiendo a Ignacio Jurado Martínez en un cómplice desde el primer momento, desde la mesura, desde lo pequeño, desde la sencillez. El actor se apodera con naturalidad del escenario, creando un personaje que desde la timidez de quien sabe que lo que nos va a contar es una bomba de relojería va creciendo (y viniéndose arriba) hasta que estalla. Torregrosa realiza una interpretación prodigiosa desde la naturalidad. Cada mirada está cargada de melancolía, cada gesto transmite la firmeza de la tensión del momento, cada palabra está cargada con pólvora, cada movimiento es una invitación para que le sigamos. Un personaje con una meticulosa evolución, que nos estremece con su sinceridad, nos divierte por su sarcasmo y nos agita con sus decisiones.
Y todo ello transcurre en un espacio escénico sencillo pero a la vez lleno de matices. La valiente decisión de colocar a parte del público como "actores secundarios" de la obra, funciona a la perfección y da un plus de complicidad a todo lo que ocurre en escena. Para aumentar la apuesta, el día que acudimos a la obra una pareja entró tarde, con Torregrosa ya en escena, y lejos de romper la magia se apoyó en ellos para comenzar el monólogo. Brillante. Comentario a parte merece la prodigiosa iluminación de Javier Ulla, que crea con maestría ese ambiente tenebroso, lúgubre, misterioso, que le va tan bien a la obra y que ayuda a crear esa hermandad con el personaje, impregnándolo todo de clandestinidad y dando a la historia un tono de confesión.
Es un placer siempre acudir al Teatro del Barrio, siempre sales con la sensación de haber vivido algo especial. En esta ocasión podemos ir más allá, hemos asistido a una obra esencial. Un montaje que destila amor por el lenguaje, por la palabra, por la sencillez, por la franqueza, por la verdad, por el teatro. Esperemos que pronto podamos volver a compartir un café con Alfonso Torregrosa, para volver a degustar la fantástica historia de Ignacio Jurado Martínez. Una pieza fantástica, cargada de emoción, de memoria, de historia, de miradas cómplices, de sarcasmo. Impecable.
---------------------------------------------------------------------------------------------------
Teatro: Teatro del Barrio
Dirección: Calle Zurita 20.
Fechas: Del 27 al 29 de Abril. Sábados a las 19:30.
Entradas: Desde 16€ en TeatroDelBarrio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.