Teatro: Travy. Teatro de La Abadía

Todo lo que pueda explicar sobre lo que vimos el pasado domingo en la sala José Luis Alonso del Teatro de La Abadía se quedará corto. Un espectáculo cargado de emoción, de destreza escénica, de ingenio, de sabiduría por los entresijos de la profesión. Y también cargado de comedia, de enredo, de momentos de reflexión, de impecables números coreográficos, de excelsas actuaciones de clown. Todo lo que digamos aquí, créanme, no les hará imaginar el universo tan particular con el que se van a encontrar. Un montaje cargado de verdad, de teatro, de vida.

Hay veces en las que sales del teatro con la sensación de haber asistido a algo maravilloso, una sensación de felicidad que te hace recordar porque adoras las artes escénicas. El pasado domingo salimos del teatro de La Abadía con el corazón emocionado, con la sonrisa aún en los labios, con la cabeza aún terminando de procesar todo lo que habíamos visto. La generosidad de la propuesta acaba, como no podía ser de otro modo, con todo el público en pie, agradeciendo el regalo recibido, entusiasmados de haber visto una obra cargada de verdad, de amor por el teatro, una representación de una manera de vivir muy alejada de los focos del éxito.


Esta producción de Bitó y la Familia Pla (que gente, que arte, que amor por lo que hacen, que alegría de vivir, que bonita sus miradas y sus sonrisas al acabar la función) es un homenaje a si mismos, pero sobre todo es un juego en torno a la vida y al teatro. Tras una primera escena prodigiosa (solo por ella merece la pena la entrada) en la que Oriol Pla nos regala una actuación de clown maravillosa, nos metemos de lleno en ese mundo de fantasía que nos propone, nos atrevemos a jugar, nos dejamos llevar, y todo fluye con una precisión (aparentemente caótica, que enfatiza la diversión) impecable, los comediantes se desmelenan y comienza la fiesta.


El texto de Oriol Pla Solina (que se encarga también de la dirección) y Pau Matas Nogué es una deliciosa locura, una efervescente mezcla de teatro y vida, de realidad y ficción, de comedia y tragedia. Un precioso homenaje a su propia familia, los Pla-Solina, conocidos por el nombre artístico de "La familia Travy". Imagino que el proceso creativo habrá sido una gozada, una composición de elementos fantásticos para crear un espectáculo que llegase a la esencia de esta peculiar estirpe de comediantes, creadores de momentos inolvidables, como los que nos regalan con esta propuesta tan arriesgada en su forma como asombrosa en su resultado. Ese ingenioso viaje al centro del proceso creativo de estas dos generaciones nos lleva a lugares mágicos, escenas surrealistas, actores desbordados por sus personajes, pinceladas de realidad que se tiñen de la magia del universo más cómico del clown. Una experiencia vital que nos lleva por las entrañas de este grupo de artesanos de la escena, de estos genios del humor y la peripecia escénica.



La función es de una precisión impecable, un trabajo de dirección portentoso en el que todo parece estar arrasado por el caos, el desorden más anárquico trabajado desde la meticulosidad más milimétrica. Todo encaja a la perfección en el universo Travy. Más allá de la complejidad visual y de la frenética acción en la que nos embarcan, la historia nos habla del (des)encuentro entre dos corrientes teatrales; por un lado, el clown, el teatro folklórico y popular. Por el otro, las formas post-dramáticas y metateatrales. Entre risas y momentos hilarantes, entre repeticiones y cambios absurdos, vamos conociendo la verdadera intención del montaje. Un espectáculo que expone dos generaciones y dos momentos vitales; los que ya ven el final del camino sin miedo y los que ven el principio del mismo con pánico. Un juego entre la vida y el teatro; la mentira y la verdad. Todo se deja ver entre escenas fabulosas de hilarante comicidad, el surrealismo del clown mezclado con lo onírico del universo del comediante, los anhelos mezclados con los sueños, los miedos unidos a los complejos, la diversión y la risa como gasolina para avanzar en la vida y lograr que todo encaje.



La historia nos muestra el choque de estas dos generaciones. Los padres, dos payasos viejos con poca gracia. Los hijos, como cualquier joven, quieren comerse el mundo, hacer algo nuevo y diferente, pero no saben como hacerlo. Los jóvenes están perdidos entre la tradición familiar y sus ganas de transgresión. Una familia de juglares que se entienden más poniéndose máscaras que mirándose a los ojos. Con estos mimbres, el hijo les propone hacer un espectáculo que hable sobre ellos, sobre la vida y la esencia de los comediantes. El que puede ser el último espectáculo de la familia se va creando, entre discusiones y desavenencias, ante los ojos incrédulos del público. 

En este punto, en el que todos se encuentran perdidos, este nuevo proyecto les hará posicionarse sobre su visión del arte, del teatro y de la vida. Los padres están anclados en la comodidad de la experiencia, pero ya no tienen ideas para nuevos espectáculos. La hija, una bomba de relojería que ha permanecido a su lado pero que ahora necesita explorar nuevos lenguajes y escapar de todos los clichés impuestos por la familia. Por último, el hijo que regresa a casa busca su propia identidad, su propio discurso artístico, su idea del mundo y del arte.



Ellos son Quimet Pla, Núria Solina, Diana Pla y Oriol Pla, la familia Pla-Solina, la Familia Travy, unos seres maravillosos que hacen de su trabajo una forma de vida en la que nos hacen felices a todos los que nos acercamos a verles, a degustar sus creaciones, a dejarnos sorprender por su visión del mundo. La complicidad que transmiten, la sintonía en escena, la facilidad con la que ejecutan las acciones del montaje, todo fluye de una manera natural, sin artificios, como si nos hubiésemos colado en su casa, en su local de ensayo, y estuviésemos siendo testigos del juego de la familia Travy, de la creación, del disfrute, de la esencia misma de lo que es su vida. Todo en este montaje resulta real, emocional, sincero, nada parece forzado y mucho menos impostado. Un trabajo prodigioso de cuatro excelentes artistas que nos regalan su arte.


Oriol pasa por ser el más conocido para el gran público, por sus trabajos en series y películas. Su escena inicial es todo un homenaje al mundo del clown y una declaración de intenciones de lo que nos espera. Tu expresividad, su dominio del cuerpo, su facilidad para cambiar de registro, todo trabajado con maestría para convertirse en el hilo conductor de la propuesta, el nexo de unión de su familia con el gran teatro, pero para la familia no deja de ser el hijo rebelde que se marchó para triunfar lejos de ellos.

Para mi han sido un descubrimiento. La efervescencia de Diana, la generosidad de Núria, el pragmatismo de Quimet, todos en su papel, de manera impecable, deliciosa, tierna. Apoyándose unos a otros, creando desde el grupo para que todo encaje mejor. Cada uno de ellos conoce sus puntos fuertes y los saca a relucir con maestría. Diana nos ofrece unas coreografías imposibles que, por mucho que "le moleste", hacen que el público disfrute y se ría con su plasticidad. Núria, siempre parece estar en un segundo plano, pero siempre se hace notar su presencia, con su ingenio, su mordacidad, su mirada tierna y sincera. Y Quimet, con su sandía a cuestas, intentando ser el jefe pero buscando la forma de ser uno más. Cada frase, cada gesto, cada mirada, destilan grandeza. 



Este es un espectáculo diferente, ya desde la entrada en la sala. Accedemos por las bambalinas del teatro, viendo las entrañas del montaje, los objetos que luego estarán en escena. Esta original forma de llegar a las butacas nos mete de lleno en el juego que nos propone el montaje. Dentro de esta locura en la que nos sumerge la familia Travy, hay que destacar la escenografía y vestuario diseñado por Silvia Delagneau. Un diseño escénico aparentemente sencillo, que esconde un preciso juego con los diferentes elementos. El telón, la mesa y los bancos van conformando la escena, hasta convertirse en elementos fundamentales del desarrollo del espectáculo. La escena del "baile" de los personajes con la mesa y los bancos (trabajo impecable de Laia Duran en el diseño de movimiento), en el que Oriol intenta hablar con Núria es de una precisión y una belleza increíbles. La iluminación de Lluis Martí da en todo momento el tono y la calidez necesarios a cada instante de la historia, mientras que en diseño sonoro de Pau Matas Nogué enfatiza el ritmo y la acción.



Estamos ante uno de los montajes más ingeniosos, divertidos, originales, brillantes, de toda la temporada. Una pieza cargada de verdad, de pasión por el teatro, por la interpretación, por el circo, por una forma de vivir que toca de lleno en el corazón de los niños que todos llevamos dentro. Un espectáculo que nos divierte y nos hace pensar, que nos deja reflexiones vitales y nos invita a salir del teatro convertidos en otra cosa, capaces de saltarnos las normas y vivir de una manera nueva. Tengo que reconocer que todo el público que asistió a la función en mismo día que yo salió con esa sensación, con las ganas irrefrenables de soltar amarras, con el deseo de agradecer a la familia Pla todo lo que nos acababan de ofrecer. Una obra de arte que ningún amante del teatro debería perderse.

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Teatro: Teatro Abadía. Sala José Luis Alonso.
Dirección: Calle Fernández de los Ríos 42.
Fechas: Del 16 de Enero al 2 de Febrero. De Martes a Sábado a las 20:00. Domingos a las 19:30.
Encuentro con el público: Miércoles 22 de Enero
Duración: 85 minutos.
Entradas: Desde 18€ en TeatroAbadia.


Ficha artística

Texto: Pau Matas Nogué y Oriol Pla Solina
Dirección: Oriol Pla Solina
Reparto: Diana Pla, Oriol Pla Solina, Quimet Pla, Núria Solina
Escenografía y vestuario: Sílvia Delagneau
Diseño sonoro: Pau Matas Nogué
Diseño de movimiento: Laia Duran
Iluminación: Lluís Martí
Ayudante de dirección: Jordi Samper
Dirección de producción: Ana Guarnizo
Producción ejecutiva: Claùdia Flores
Producción: Bitò y la Familia Pla, a partir de la producción original del Teatre Lliure.


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