Nos adentramos en este baile para disfrutar y sufrir. Porque esta competición solo terminará cuando caigan todos menos uno, cuando el dolor y el cansancio hagan desfallecer al resto de los participantes. El ritmo vertiginoso se apodera de la sala, las coreografías lo invaden todo y el ritmo no deja de subir. Es agotador hasta para el espectador. Una abrumadora propuesta que nos lleva en volandas por esta majestuosa competición, en la que irán saliendo los tratos sucios de cada uno de los participantes y la parte más oscura del negocio del espectáculo.
Al entrar en la sala ya tenemos a los participantes calentando motores, metidos de lleno en la competición que van a disfrutar. En estos prolegómenos, ya podemos ver pinceladas de cada uno de los personajes. Alguno nos mira de forma altiva y soberbia, mientras otras saludan al público de forma afectuosa. Un tercer grupo está más abstraído o habla con otros concursantes sobre lo que les espera. Una calma tensa que se transmite al patio de butacas y nos mete de lleno en situación, incluso antes de que comience el baile.
Esta interesante y entretenida propuesta ha sido creada de forma colectiva a partir de la película de Sydney Pollack "Danzad, danzad Malditos", que ya fue llevada a escena de forma brillante en un montaje de Alberto Velasco y Félix Estaire (recuerdo verla en las Naves de Matadero y salir emocionado por la mezcla de angustia, vigor y emoción que desprendía). Todas estas propuestas tienen como germen la novela de Horace McCoy "¿Acaso no matan los caballos?" de 1935, sobre los maratones de baile en la Gran Depresión estadounidense en los que un público ávido de morbo y ebrio de superioridad disfrutaba saboreando el agotamiento y la penuria de parejas de baile. Pese al paso del tiempo, esta creación colectiva mantiene la esencia de la original, adentrándose en las personalidades de los participantes, más cercanos a nuestros días.
La dirección corre a cargo de Cristina Alcázar, que hace un minucioso trabajo con el elenco, con desgarradores momentos en la intimidad de los descansos que se entrelazan de forma inteligente con majestuosas coreografías. Un trabajo que destaca por su mano de hierro en los momentos de mayor dificultad grupal, contrarrestado por una exquisita delicadeza en el momento de adentrarse en las vidas de cada uno de los participantes. Una compleja dirección, ya que esta historia poliédrica, con infinidad de capas, necesita un tratamiento diferente en cada momento. Una disección de cada escena para conseguir sacarle todo el dramatismo, toda la emoción, toda la energía. Este impecable trabajo de dirección se apoya en el trabajo de John Cámara y Alejandro Balo, responsables del movimiento y elementos básicos para que todo este engranaje funcione con precisión.
Un complejo entramado de pequeñas historias que se van descubriendo a lo largo de la competición. Sobre la base de esta competición de bailes (a cada cual más fabuloso e hipnótico, pero a la vez primitivo y casi animal) vamos componiendo las personalidades de los esforzados concursantes, que se dejan la vida por un premio que piensan que les solucionará todos sus problemas. Este baile interminable es muy similar (e igualmente cruel) que el que podemos ver cada noche en prime time en las diferentes cadenas de nuestra televisión (incluida la televisión pública, que denigra a los participantes de forma salvaje entre fogones). Una lucha por conseguir la fama, el dinero, una huida hacia adelante para escapar de sus propias vidas, cargadas de problemas. Una salida que, muy a su pesar, no les llevará al lugar deseado, solo les hará una herida más en sus almas, una cicatriz más con la que tener que lidiar el resto de sus vidas, cuando la música termine.
La función nos traslada a la España de 2008, en plena crisis económica, con una sociedad en crisis que busca desesperadamente una salida por la que huir. Una vía de escape son los concursos que nos prometían la gloria, la fama y el dinero. Esta obra nos muestra la desgarradora competición que enfrenta a 33 participantes, que pronto se reducen a los 12 que protagonizan la obra (11 en la función que vimos nosotros, por la enfermedad de uno de los actores), que se inscriben en un concurso en el que no se viene a demostrar quien es el mejor bailarín, sino cual será la persona que más aguante el maratón de pruebas al que serán sometidos para poder llevarse el dinero. Todos ellos harán todo lo que haga falta para intentar avanzar en las diferentes pruebas, teniendo que enfrentarse también a duros desafíos emocionales que les harán tambalearse. Con el paso de los días, poco a poco irán sucumbiendo al agotamiento, otros abandonarán por decisiones personales, pero la mayoría parece querer seguir avanzando, cueste lo que cueste, superando pruebas y haciendo frente a sus propios miedos.
La competición consigue sacar lo mejor y lo peor de los concursantes, como suele ocurrir en cada competición. Pero el morbo parece apoderarse del concurso cuando comienzan a salir secretos de sus vidas privadas. La audiencia sube y los patrocinadores están encantados. Cuanto más sufren y más desfallecidos están, más disfruta la organización, el respetable y las audiencias, como si de un circo romano se tratase. Ellos continúan bailando, en una sinfonía interminable, mientras el morboso público disfruta con el dolor y las audiencias suben. Como todo reality show que se precie, el dolor ajeno es lo que hace que el programa tenga más éxito. Mientras sigamos devorando este tipo de "entretenimiento" la rueda seguirá girando, el tiovivo no parará, y los concursantes seguirán bailando.
El portentoso elenco lo forman Miguel Artero, Javier Golvano(sustituido por Iván Vigaraen la función a la que asistimos) como maestros de ceremonias, y Raquel Martín, Isa Moya, Egoitz Olasagasti, Alejandro Portela, Sara Ovejero, Elena Rossi, Laura Díaz, Cristina Abellán, Ananda Payán, Julio de la Rubiay Boris Maldonado como los aguerridos concursantes. Los conductores del espectáculo están impecables en su trabajo. Miguel Artero hace una composición de personaje desgarradora, con un odioso presentador que saca lo peor de cada concursante, llevándolos al límite. Una interpretación soberbia que se complementa a la perfección con la de su contrapunto, Iván Vigara, que es la parte más comedida, divertida y festiva de la "dirección de concurso".
El sufrido grupo de concursantes está descomunal. Es increíble su capacidad para mantenerse en personaje en todo momento, desde los bailes (en los que cada uno tiene su propia forma de ejecutarlos) hasta los momentos previos a la función, desde la intimidad a lo colectivo. En este apartado hay que destacar la timidez (o más bien el miedo) de Sara Ovejero, la inocencia de Elena Rossi, la soberbia de Egoitz Olasagasti, la fragilidad de Julio de la Rubiay Cristina Abellán o la chulería de Raquel Martín. Todos están soberbios en esta lucha sin cuartel por conseguir su sueño, capaces de todo por hundir a sus adversarios. Se vuelcan, se entregan, se dejan la piel, para luego bajar revoluciones y hacer que los momentos íntimos desprendan tanta energía y tensión como los bailes.
Todo esto sucede en un espacio vacío, delimitado en su perímetro por unas sillas que diferencian la pista de baile de las estancias privadas. Una ingeniosa composición del espacio, que nos recuerda a los grandes combates del circo romano. Todo ello viene tamizado por la impecable iluminación de Marina Ferro, que elige para cada escena la tonalidad para darle la carga dramática necesaria. Como no podía ser de otro modo, tratándose de una obra en torno al baile, la música se convierte en un protagonista más de la historia, ralentizando o acelerando las diferentes pruebas de los concursantes.
En definitiva, estamos ante una interesante propuesta, que disfrazada de reality nos muestra una cruda radiografía de nuestra sociedad y de lo que somos capaces de hacer por conseguir la fama, un premio, la gloria, cuando estamos al borde del abismo. Un montaje contundente, divertido, demoledor, angustioso, vertiginoso, emocionante, que nos tiene enganchados de principio a fin. Un descomunal elenco que funciona a la perfección, hace que todo crezca aún más. Entre el público, el que más y el que menos acabará teniendo su favorito para el triunfo final. Corren y vayan a verles. Aún les queda un último baile antes de acabar el año. Lo disfrutarán.
ELENCO Miguel Artero Javier Golvano Raquel Martín Isa Moya Egoitz Olasagasti Alejandro Portela Sara Ovejero Elena Rossi Laura Díaz Cristina Abellán Ananda Payán Julio de la Rubia Boris Maldonado Iván Vigara
PRODUCCIÓN Elena Rossi Javier Golvano
ILUMINACIÓN Marina Ferro
FOTOGRAFÍA Eugenia Cuaresma
MOVIMIENTO John Cámara Alejandro Balo
PREMIOS Y RECONOCIMIENTOS Segundos en el Premio GODOT del Público