Teatro: La voz dormida. Teatro Bellas Artes

Las Guerras siempre dejan víctimas en ambos lados, personas que pierden la vida o la libertad por defender sus ideales. Pero hay otra mucha gente sin una ideología clara que por determinadas circunstancias se ve abocada a sobrevivir de cualquier manera después de acabada la Guerra. Siempre hay alguien a quien llorar, alguien escondido del que sabemos menos de lo deseado, personas desaparecidas a las que no les puede rezar o llorar. Perder o ganar una batalla luchando por unos ideales deja secuelas, pero vivir una Guerra con la única intención de sobrevivir es aún más duro, y mucho más numerosos los que lo sufren.



Es la Guerra Civil una de las etapas más contadas de la Historia de nuestro país, tanto en cine, como en literatura o teatro. Este periodo, sin duda el más negro de nuestra Historia reciente, ha llegado a nosotros de forma directa, por gente que la vivió (nuestros abuelos) o los que sufrieron sus consecuencias (nuestros padres). Unos acontecimientos tan próximos hace que nos lleguen más, que lo sintamos como propio. Por todo esto nos sentimos parte implicada en el conflicto, ya sea por los relatos de nuestros familiares o por ideología propia. Hemos tomado conciencia de lo que sucedió y de una u otra manera, en mayor o menor medida, nos hemos posicionado.

Pero esta versión, a diferencia de la novela o la película, intenta mantenerse al margen de fanatismos e ideologías, no intenta ser una apología política ni la dramática historia de los perdedores (aunque en realidad ellos san los protagonistas). La obra habla de la injusticia que supuso la Guerra para mucha gente, porque acabó con sus vidas, o al menos con lo que habían sido hasta entonces. Familias, parejas, amigos que al final sufren las consecuencias de la contienda cuando no participaron de ella directamente.



La obra es una versión de la novela homónima de Dulce Chacón, que fue llevada a la gran pantalla por Benito Zambrano con gran éxito en 2011. La película fue un éxito rotundo, una desgarradora cinta que nos dejaba helados y que reflejaba perfectamente la esencia de la novela. Nominada a nueve premios Goya, consiguió los de mejor actriz de reparto (Ana Wagener), mejor actriz revelación (María León por el papel de Pepita, protagonista absoluta de la versión teatral) y mejor canción original. La novela no se centra tanto en las presas como la película, haciendo una radiografía más global de lo que era la vida de las mujeres en la posguerra española. Para escribir la novela, Dulce Chacón se entrevistó con mujeres que le contaron su experiencia real en aquella época, lo que le ayudó a construir esos personajes que destilan verdad y tienen alma propia.



La versión teatral que ha hecho Cayetana Cabezas se centra en el personaje de Pepita y sus vivencias durante los años posteriores al final de la Guerra, con su hermana encarcelada a punto de ser madre y su novio fugado a Francia. Esta versión se separa del drama carcelario para hablarnos desde el otro lado de los muros, desde la perspectiva de una muchacha que no se había comprometido con la causa republicana pero que por distintos motivos sufre como si fuera miembro del partido. Uno de los puntos más interesantes de esta versión es conocer la versión de Pepita sobre todo lo ocurrido, ya que en la novela y la película no se trataba en profundidad. Es muy interesante como la joven se mantiene al margen de ideales políticos, sólo se mantiene fiel a la gente que quiere, sin juzgarlos por lo que hacen.

La historia se centra en un personaje que no tiene ideales políticos, que sobrevive ante las injusticias que le rodean. Así conoceremos cuales son sus orígenes, su llegada a Madrid al acabar la Guerra, quien le acompaña y como se va torciendo su vida por las circunstancias que le rodean, acontecimientos que la tienen abrumada y desconcertada, ya que no entiende que la gente siga luchando una vez acabada la Guerra. Con la esencia de la novela intacta en el texto, la propuesta de Cabezas es más "objetivo" intentando dar el punto de vista de alguien que sufría de manera indirecta los desastres de la posguerra. En palabras de la autora, en esta versión "la columna vertebral es Pepita y las historias de los demás bailan a su alrededor".



Esta brillante versión, que nos separa tanto de versiones anteriores para intentar "coger distancia", ha sido producida por Salvador Collado, responsable de montajes como "Tebas Land" o "Faraday", e ingeniosamente dirigida por Julián Fuentes Reta, que sabe crear de la sencillez virtud, y dotar a esa máquina de coser de vida propia y elemento fundamental en la trama. La interesante propuesta de los hilos que salen de ella, simbolizando ese mundo en el que todo se entrelazaba, es maravilloso. Fuentes Reta es un director consagrado con títulos como "Cuando deje de llover" (por el que recibió el premio Max a mejor dirección de escena), "Los iluminados" o "Hard Candy". En esta ocasión destaca su capacidad para dotar al personaje de Pepita de una realidad abrumadora. Para el director "el lamento y la alegría de la protagonista, desde su apertura, su sencillez y su fuerza, hunden las raíces profundamente en un mar de sangre y vida".



La obra se convierte, como sus predecesoras, en un duro documento sobre la vida de las mujeres en el Madrid de la posguerra, desde las encarceladas de Ventas a las costureras que luchaban por sobrevivir haciendo todos los trabajos que les encargaban. El texto enarbola la bandera de la dignidad y de la lucha, del coraje como única arma para luchar contra la humillación, para sobrellevar las torturas y permanecer con cierta serenidad ante la muerte. Una historia que intenta hablar de la indefensión de las personas ante los horrores de una posguerra en la que todo era posible.

La protagonista intenta transmitir en todo momento que para ella todo lo que está sucediendo a su alrededor es un sinsentido. Son constantes los reclamos de Pepita en los que nos cuenta que ella no es de ningún bando, que no quiere responder ante nadie, que no quiere pertenecer a nada que tenga que ver con la Guerra, que lo único que anhela es vivir en paz. Pero ella, marcada por su origen (nacida en una familia comunista) y después del desenlace de la contienda, le resultará complicado mantenerse al margen y no hacer determinadas cosas para ayudar a la gente que quiere (todos republicanos convencidos que siguen luchando).



En un montaje como este, es fundamental la elección de la actriz que interprete a Pepita, alma de la obra y con la alargada sombra de la maravillosa interpretación de María León en la película. Con todo esto, la actriz Laura Toledo asume el reto y hace suyo el personaje. Pepita se moldea a su imagen, ella es capaz de llevarla por caminos muy distintos a los que le conocíamos, y desde el comienzo vemos a una sufrida mujer que nos hace olvidar cualquier imagen que trajésemos del exterior. Toledo se convierte en una Pepita mucho más compleja de lo que conocíamos, construye cada milímetro de su personalidad para crear una mujer luchadora, que vive en una continua angustia por su gente, a la que tiene lejos.

Laura Toledo se deja la voz y el cuerpo en esta soberbia interpretación. Esta consolidada actriz ha participado en series tan conocidas como "Águila roja" o "La que se avecina", en películas como "La herencia Valdemar" o "El amor y otras desgracias", y en teatro en montajes como "Ana el once de Marzo", "Mucho ruido y pocas nueces" y participa en la divertida "Polvorones" que podemos ver en el Teatro Lara actualmente. La actriz comparte escena con Ángel Gotor, que interpreta al novio ausente, de espaldas al público en todo momento y con la impertérrita rigidez de quien debe mantener la calma ante la adversidad.



Podemos disfrutar de una actuación impecable, cargada de sentimientos y en la que se ve a la protagonista convertirse en esa joven inocente que odia su vida por haberle alejado de la gente que quiere. Pepita, sola en la vida (como en escena), lucha contra todo y por todo lo que quiere, es capaz luchar por los suyos pero manteniendo siempre su postura de odio hacia los posicionamientos políticos. Toledo es capaz de llenarse de carga emocional para romper a llorar, hace que el espectador vislumbre en sus ojos la "llama de la esperanza" cuando se queda prendada por un proscrito, un hombre que lejos de normalizar su vida, la llevará hacia una vida de miedos y de escondites, de nervios y angustias por el amor que no se pude hacer público, con años de clandestinidad en los que tuvo que sufrir en la distancia sin saber donde estaba su Paulino. Mientras sufre por el amado ausente, Pepita mantiene al espectador durante toda la obra pendiente de cada movimiento, de cada gesto, enganchados a sus sentimientos y sus confesiones



Para el tono general de la obra, tanto la escenografía como la iluminación resultan fundamentales. El ambiente oscuro, degradado, desolado que presentaba la España de aquellos años, mucho más si hablamos del calvario vivido por gente como Pepita, que sin saber porque se encontraba metida en el medio de una maraña (fantástico el símil en escena) de sucesos que no comprendía. Esta lúgubre y sombría escenografía ha sido creada por el propio Julian Fuentes que lo centra todo en la máquina de coser, como elemento sobre el que gira la vida de la protagonista. La iluminación diseñada por Joseph Mercurio toma una importancia vital a la hora de diferenciar los distintos espacios en los que se desarrolla de la escena, dando más calidez al espacio de la máquina de coser, un ambiente más frío en la cárcel y más sombrío en los otros lugares (Iglesia, pensión, la calle...). Por último, el tercer elemento fundamental para que entremos de lleno en la historia es la música y, sobre todo, el espacio sonoro diseñado por Luis Paniagua.


 
La propuesta te hace retroceder unos años atrás para observar como una persona, por pertenecer a una determinada nación, en un momento y lugar fatídicos, puede ser despojada de su presente y de su futuro, tirando por tierra sus sueños y esperanzas. Una persona que por le entorno en el que vivía (ni siquiera por convicción propia, algo muy a tener en cuenta) queda condenada a una vida de miseria y de supervivencia, sin importar en ningún momento sus cualidades o méritos dentro de la sociedad en la que vive, sólo cuenta de donde viene para que ello condicione toda su vida.
Y es que habría que preguntarse que habría sido de Pepita si hubiese nacido en otro momento histórico, cómo habría sido su vida. Quizás habría llevado una vida tranquila en su pueblo natal de Córdoba, o podría haber sido una costurera de renombre gracias a su habilidad con la Singer. Es muy posible que también se hubiese podido enamorar, casarse y decidir ser madre (de sus propios hijos), que su novio pudiese rondarla y mantener la llama del juego de la seducción y del enamoramiento sin prisas, ni barreras, ni miedos, ni banderas.
Todo esto habría podido ocurrir en otro lugar, pero no en la España de la posguerra. Pero montajes como este deben servir para recordar todo lo que pasó, saber lo que sufrió un país destrozado por la barbarie de una Guerra. Y es necesario conocer nuestro pasado para no repetirlo, pero también para saldar todas las deudas que quedan por saldar, todas las heridas abiertas, recordar a todas las personas que dejaron su vida en la lucha por la libertad, o que simplemente dejaron su vida (o la que hubiesen podido disfrutar) por una Guerra que destrozó un país entero. Obras necesarias para que la Memoria permanezca, para encumbrar la lucha por la supervivencia de personas como Pepita.
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La voz dormida
Teatro: Bellas Artes
Dirección: Calle Marqués de Casa Riera 2.
Fechas: Martes a las 20:30.
Entradas: Desde 13,60€ en teatrobellasartes, atrapalo, ticketea. Hasta el 18 de Diciembre. 



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