Desequilibrado. Puto
loco. Loco de mierda.
Hace unos meses, de oca
en oca, caí en la casilla de Living with
the light’s on. Allí sentada me preguntaba entre
risas cómo se puede interpretar tu relación con el abismo noche tras noche.
Cómo se hace palabra la asfixia de tu realidad para integrarla en un texto
habitable con el que rodar de país en país. No lo sé, pero estoy profundamente
agradecida por verlo. La locura es un mito personal, cada individuo la
cataloga, ve, y utiliza a su manera, y rara vez rozamos siquiera su superficie.
Pero existe, y da igual si la etiquetamos como deshecho del poder o como desequilibrio
biológico o como mecanismo sacacuartos. De hecho, aunque la psicologización
infantilizada que recorre Occidente hoy es más profunda que la que el comunismo
trató de proyectar el siglo pasado, resulta dolorosamente evidente que ni aun
así conectamos con el otro. De este modo el imaginar rozar siquiera al que
lleva el estigma, a ese, al que habla solo, al que pierde el contacto con la
realidad, se convierte en quimera. Y es que la depresión, de lejos, nos
recuerda a la belleza; la bipolaridad posee el dramatismo poético de Mr. Jones;
y las adicciones copulan con la creatividad. Pero el dolor, que no nos
salpique.
Hoy hay quien define su ansiedad
como desequilibrio biológico para obviar el terror y el asco que aniquilan por
segundos sus pulsaciones. Otros ningunean su pasado reconvirtiéndolo en
narración del desencanto mientras tunean fotos con auto-engaños de belleza
comparable a la escasez de sus formas. Ellos, los otros, esos mismos otros, porque
siempre son los otros, etiquetan con locura a los caminantes de los márgenes.
Pero no os equivoquéis, los márgenes son tan variados como los grupos que los
esbozan. Los intelectuales lo hacen, los psicólogos lo hacen, los liberales
también, pero eso es vox populi y no
jode tanto. Y es obvio que lo hacen también los habitantes de las tablas porque
el humano necesita de la ilusión de la normalidad para vivir, vaya mierda. Y es
que dicen que la incertidumbre es una pesada carga porque la hostia de su vacío
hace efímeras las tonterías, y eso es un hecho.
Es evidente entonces que es
locura el cambio de humor, la negación, la manipulación. Lo es el pensamiento
pueblerino, el machismo, el gilipollismo,
erudicionismo y sus derivados. Y aunque todos seamos locos no todos recibimos
el insulto, ni el diagnóstico. Mark Lockyer lo oye de la boca del demonio, un yankee de camisa hawaiana, que le
predice una subida a los infiernos. El ascenso aniquila.
Así que gracias. Solo puedo dar
las gracias de nuevo. Horas antes del espectáculo, en noviembre, había
deconstruido mi autoestima en algo catalogable como suicidio reconstituyente, y
horas después recibí noticias de un buen amigo al que la muerte, en forma de
suicidio real, había acechado fuertemente. Y tras la obra eché un ojo a un
lugar entre los pliegues de mi corazón donde guardo con orgullo la mirada de quien encaró a su demonio con entereza y sabiduría y continuó avanzando con la
limpidez azul de su mirada dotada, he de añadir, de cada vez mayor profundidad y luz. Y
recordé mis lecturas del año saliente. En él conocí a Jamison -psicóloga pionera
en el estudio del trastorno y diagnosticada como bipolar tipo I-, a Lou Lubie -ilustradora
que expone su ciclotimia-, y a Ayelet -escritora con cierta disforia atajada
temporalmente con microdosis de LSD-. Todas aproximaciones que normalizan y
ayudan a minar al estigma…, ojalá no lo convirtamos en sello diferenciable de
la diversidad social que el capitalismo adora.
Lo cierto es que ha pasado
demasiado tiempo desde que vi la obra, pero no es menos cierto que volvería a
verla. Ya sea en España, en Inglaterra, o donde se cruzase en mi camino. Aunque creáis que
inglés es un problema, vedla. Su cuerpo narra lo que sus palabras olvidan.
Y por mi parte nada más, espero no
encontrar nunca a mi Belcebú particular, pero si aparece, lo reconoceré porque sé
que llevaría el chaleco amarillo reglamentario del crucero mastodóntico al que
me arrastraría. Un infierno, ya lo dijo Wallace.
Living with the lights on.
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