La corrupción, el poder, la ambición, todas las lacras que el ser humano lleva arrastrando desde hace siglos y que siguen de plena actualidad. Las traiciones y las envidias, las "falsas coaliciones" que acaban en puñaladas. Estamos ante uno de los personajes más significativos de la Historia del Teatro, uno de los villanos más sórdidos que se hayan subido a un escenario. Pero con esta nueva versión conoceremos nuevas aristas de este sórdido personaje que desconocíamos. Y podremos observar como nos seduce desde sus convicciones más ruines, más animales, más despiadadas.
Un sillón preside la escena, bien iluminado, focalizando nuestra atención. Todo parece estar bien, tranquilo. Pero pronto descubriremos que estamos ante la calma que precede a la tempestad. Sin la mayor dilación, la bomba estalla ante nosotros y nos sumergimos en un alucinante torbellino de imágenes, sonidos y frases que nos atraviesan como las balas que se disparan desde el escenario. La historia nos atrapa desde el primer momento para no dejar de zarandearnos durante toda la obra. ¿Por qué nos atraen tanto los malos y la maldad? se pregunta Miguel del Arco, para hacernos reflexionar sobre un personaje tan abominable que nos atrae, nos seduce y nos divierte. Todo un reflejo de lo que es nuestra sociedad, una lucha encarnizada por el poder, liderada por seres de lo más despreciables.
El Pavón Teatro Kamikaze vuelve a sorprendernos con un espectáculo que se nos agarra directamente a las entrañas. Cuando aún resuenan en nuestros oídos los acordes de "Las canciones" de Pablo Messiez, llega este torbellino sobre el despotismo del poder, en el que nos dan un auténtico repaso sobre todas las miserias que azotan a nuestra sociedad, exhumación de Franco incluida. Ya el día de la presentación de la obra, los responsables de esta descomunal e impactante versión del clásico de Shakespeare, decían que "Ricardo III es una función plagada de envidias, corrupción de uno y otro color, luchas de poder, codicia, injusticia, fake news, engaños políticos, intereses partidistas... Bueno, lo que viene siendo un día normal en la vida pública española del siglo XXI". Con esta demoledora frase explican perfectamente la esencia misma de este montaje, en la que se nos muestran las bajezas humanas, todo a lo que es capaz de llegar un hombre por conseguir sus objetivos. Todos los grandes temas que se plantean en la obra se adaptan perfectamente a lo que somos ahora mismo. Porque al fin y al cabo, el monstruoso engendro al que da vida Israel Elejalde no dista mucho de otros personajes que campan a sus anchas por nuestro mundo.
La obra original fue escrita a finales del siglo XVI (1592) y aterroriza ver lo poco que hemos cambiado como colectivo. La historia se encuadra dentro de la tetralogía que Shakespeare escribió sobre la historia de Inglaterra. Pues bien, olviden todo esto al ir a ver esta versión libre que han realizado Miguel del Arco y Antonio Rojano (que hace doblete en estos días con su "Hombres que escriben en habitaciones pequeñas" en el María Guerrero). Del Arco cuenta como "Antonio Rojano y yo hemos hecho una versión libre (o tal vez sería más exacto llamarlo reescritura) a partir del original. Hemos intentado dar más potencia a los personajes que rodean a Ricardo y potenciar algo que está muy presente en el original: la comedia. Este rey me arranca carcajadas, pero la risa tiene un regusto helado porque sé que el humor de Ricardo es el mismo que el de esa clase dirigente que mira sin empatía ninguna el mundo que pretende gobernar". El texto es absolutamente demoledor, no dejan títere con cabeza, con alusiones a diversos temas de actualidad como el caso máster, el ascenso de la ultraderecha o la corrupción, tanto entre políticos como dentro de la "Casa Real".
Dejen en la puerta todos sus prejuicios, borren de su cabeza cualquier versión de la obra que hayan visto previamente, y simplemente disfruten de la deliciosa diablura que nos propone Miguel del Arco (con Ana Noguera como ayudante de dirección), en lo que se su tercer contacto con textos de Shakespeare (tras "Hamlet" y "La violación de Lucrecia"), y probablemente el más transgresor. Estamos ante un montaje dinámico, ágil, en el que se utiliza el texto como boceto para crear su propia visión de lo que es la sociedad. Es una propuesta que mezcla con maestría la profundidad del autor inglés con la forma más actual, corrosiva y contemporánea de formalizar la propuesta. Para el director "Shakespeare introduce de una forma magistral en el original la importancia de la información que le llega al ciudadano como un elemento fundamental para conseguir el poder. Nosotros hemos querido ser consecuentes con el tiempo que vivimos, en el que ese extremo en concreto ha tocado cotas inimaginables".
Del Arco vuelve a sorprendernos con un espectáculo atrevido, gamberro, que juega con el espectador para hacerle disfrutar a la vez que va dejando demoledoras críticas por el camino. En un montaje tan irreverente como genial, lleno de humor negro, de crítica social, todo ello con un ritmo vertiginoso que nos mete de lleno en una vorágine de acontecimientos marcados por la desmesurada ambición de un Ricardo que en palabras del director "es un hombre al que le entretiene conseguir el poder y maquinar cómo acceder a lo aún no es suyo. Y lo consigue en connivencia, pero después no sabe qué hacer con él, le aburre ejercerlo". Pese a su apariencia física y su altiva forma de actuar, consigue tener unos seguidores que le admiran, igual que consigue que los espectadores nos quedemos abrumados ante él con su soliloquio inicial.
La obra es un soplo de aire fresco, una mirada ácida y provocadora a esos personajes que buscan el poder a toda costa. La obra es un cúmulo de aciertos en si misma, tiene fuerza, desfachatez, ritmo, firmeza, ácida crítica, provocación, mucho drama y mucho humor. Una pieza compleja y completa que nos lleva a los lugares más oscuros del ser humano, que transita por la mente de este engendro que es Ricardo, sólo preocupado de si mismo y de llegar a los éxitos que él considera que debe obtener, caiga quien caiga, sin dejar nada a su paso, sin hacer rehenes. Una descomunal historia que nos habla de las miserias del ser humano, de los males que arrastra la sociedad, de lo corrompido que está el mundo.
La obra es una bomba de relojería. Un cóctel explosivo en el que se mezclan las miserias de la monarquía con las cloacas del Estado, la exhumación de Franco con el Brexit, los populismos de los políticos con las fake news, los movimientos sociales con la corrupción, y todo eso aderezado con un poquito de Sálvame. Una explosión de verdad, de crítica a nuestra propia realidad, esa en la que los políticos no hacen nada por el pueblo, en el que una media mentira se convierte en verdad por el hecho de ser muchas veces repetida, o aquel en el que nos dejamos atraer por personajes como Trump o Bolsonaro (por no nombrar alguno más próximo e igualmente radical). Ricardo III nos pone en situaciones tan esperpénticas que no podemos evitar reírnos, hasta que nos damos cuenta de que lo que ocurre es muy parecido a la realidad, entonces el regusto amargo nos invade, pero tenemos la certeza de la verdad de todo lo que estamos viendo. La risa se solapa con muecas de estupor al ver la delgada línea que separa lo que nos cuentan de lo que vemos diariamente.
El elenco que asume todo esta bacanal de traiciones, deslealtades, individualismo extremo y alianzas tiznadas de mentira, es sencillamente espectacular. Con Israel Elejalde a la cabeza en el papel de Ricardo (luego hablaremos de él con más detenimiento), el resto de actores están también impecables en sus distintos personajes. Manuela Velasco, Cristóbal Suárez, Verónica Ronda, Alejandro Jato, Chema del Barco y Álvaro Báguena, completan un elenco cargado de fuerza, que se mueve con destreza por el escenario, el patio de butacas e incluso aparecen y desaparecen por los lugares más insospechados. Todo un examen, tanto físico como interpretativo, del que terminan con gran nota. Todas las interpretaciones son poderosas, con algunos de los actores desdoblándose en varios personajes, todos ellos con la misma intensidad.
La figura de Israel Elejalde deslumbra desde el primer momento, cuando ya sufre la primera transformación en escena, para convertirse en el sórdido personaje, a mitad de camino entre el Golum y el Jorobado de Notre Damme, pero con mucha más mala leche que cualquiera de los dos. Ya convertido en el pérfido engendro que hará saltar por los aires el mundo que le rodea, Elejalde comienza su espectáculo, porque su actuación no se puede denominar de otra manera. La transformación del actor en este monstruo es muy Shakespiriano, por lo abrupto, lo deforme, lo rastrero, lo repulsivo de su conducta, por su carácter corrupto y egocéntrico, en el que sólo hay sitio para él mismo. Por si quedaba alguna duda del carácter del personaje, ya en su soliloquio inicial (toda una declaración de intenciones) nos increpa con el demoledor "Mañana, en la batalla, pienso en mí". Poco más que decir de un personaje que Elejalde lleva al extremo, hasta convertirlo en una caricatura de si mismo. Sin lugar a dudas, y aunque sea decir mucho, es una de sus actuaciones más sobresalientes.
Del resto del elenco cabe destacar la capacidad camaleónica de Verónica Ronda, que interpreta varios personajes (en todos está soberbia) y no contesta con eso nos deja helados cuando se pone a cantar. Si hablamos de cambios de registro no podemos dejar de nombrar al gran Cristobal Suárez, que pasa de secuaz de Ricardo a Reina despechada, en uno de los personajes más cómicos (solo su presencia travestido desata las carcajadas) de la obra. Manuela Velasco está impecable y muy divertida en su papel de pija hermana del Rey (así como de pija de Sálvame), pero si algo hay que destacar son sus momentos dramáticos, en los que nos deja un nudo en la garganta. Las miradas de odio a Ricardo no se le veían desde sus famosas películas de terror. Alejandro Jato, Álvaro Báguena y Chema del Barco completan unas actuaciones muy convincentes, teniendo que dar vida a muchos personajes. El momento en el que Jato y Ronda hacen de hijos de Velasco es desternillante.
Si el elenco está prodigioso, la puesta en escena tampoco deja de sorprendernos en ningún momento. Cabe destacar, por encima de todo, la abrumadora potencia de los audiovisuales creados por Pedro Chamizo, que acompañan el sórdido tono de la historia, con imágenes realmente bellas (como se puede observar sobre estas líneas. Muy importante también el espacio sonoro y la música diseñados por Sandra Vicente y Arnau Vilá (colaboradores habituales de Miguel del Arco) y que consigue potenciar aún más la monumentalidad de las escenas y la gravedad de los discursos de Ricardo. Gran trabajo de David Picazo al frente de una difícil iluminación, cargada de matices y claroscuros. Todo ello nos lleva a un espacio escénico vacío en el que la escenógrafa Amaya Cortaire añade su pequeño toque en cada escena (sobre todo con el uso de unas camillas multiusos) para terminar de diseñar la escena. No podemos acabar sin nombrar el impecable trabajo de vestuario de Ana Garay, por la cantidad y la minuciosidad con la que ha realizado todos los trajes que aparecen a lo largo de la obra.
Teatro: El Pavón Teatro Kamikaze
Dirección: Calle Embajadores 9
Fechas: Martes a las 19:00, de Miércoles a Sábados a las 20:30, Domingo a las 19:00.
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