Imitaba Ramón Gómez de la
Serna la plasticidad del espectáculo, generando acrobacias con la palabra
cuando en 1917 escribía “El Circo”, homenajeando al arte que es capaz de
traspasar toda excusa racional para sumergirnos en una dimensión onírica, en la
que todo es posible.
Hoy, "Mil novecientos setenta sombreros" parece sin duda homenajerarle a él junto a tantos otros que amaron el circo, o más aún vivieron por y para el espectador como una suerte de responsabilidad asumida en la que no podían fallar al niño o al adulto que se acercaba a imaginar otras realidades, a buscar sueños presentes o futuros, risas que han salvado vidas. Porque el circo lo ha visto y vivido todo. El hambre, la guerra, tiempos sombrios en los que gente valiente decidió no rendirse y seguir apostando por poner un poco de luz entre las tinieblas de una España que en tiempos tornó en negritud.
Para nosotros el valor del que pendía de un trapecio era su fortaleza para estar suspendido en el aire, pero nadie nos enseñó a reconocer que su valor mas plausible estaba en mantener en nosotros la ilusión ante cualquier circunstancia. Si alguien podía echar fuego por la boca, nosotros seriamos capaces al menos de afrontar el siguiente reto. Viendo de lo que era capaz Daja Tarto nosotros seríamos capaces de terminarnos el tedioso plato de lentejas y a tomarnos la vida con humor con Grock, Charlie Rivel, Raluy o Tortell Poltrona o con aquellas que llegaron un poco mas tarde como Pepa Plana, todos teníamos un Carablanca en nuestra vida y todos nos sentiamos el Augusto de la función.
Detrás de la carpa, mucho esfuerzo, horas de trabajo, caidas, lesiones, familias que transitaban su oficio generación trás generación, ya nos lo contó Amaro Junior en “El minuto del payaso” y una preparación no escrita para no transmitir ni un solo ápice de tristeza al espectador, solo el alborozo llegaría a nosotros.
El día del circo era una verdadera liturgia, en casa todo el mundo estaba contento, te ponían un vestido divertido, no como el día de misa, que ese picaba, y antes de salir olía a pintalabios rojo y llegaba la hora, durante un rato la gran familia del circo también era la tuya.
Y nos hicimos adultos, y entendimos que el clown, es ese espacio en el que eres tu sin encorsetamientos, ni convenciones sociales, sin la carga que la sociedad impone, buscar la esencia y volver a oler a pintalabios rojo, como la nariz que no te transforma, sino que mas bien te deja ser. He visto a artistas caerse del trapecio en los ensayos y en menos de una semana volver a escena, artistas a los que han robado los aparejos de la furgoneta, con lo que esto supone y con todo contínúan, no se rinden, una vocación convertida en lucha, para que es atisbo de luz no se apague. Y me parece necesario contarlo, reconocer que indudablemente no todo son sonrisas, que son profesionales a los que debemos el mayor de los respetos.
Se lo contamos:
Esta historia empieza en un año muy complicado. En 2020, sí, pero también en 1970. Aquella temporada tuvo lugar la destrucción del antiguo Circo Price. Estrellas bajo la arena: grandes leyendas de circo que pasaron de recuerdo en recuerdo y dejaron su legado en el presente del circo. Y precisamente hoy, esta noche, cruce de tiempos, un payaso ha decidido que ya no puede más. Que lo deja. Pero la pista del Price pide otra oportunidad. Mil Novecientos Setenta Sombreros es una producción del Teatro Circo Price que recuerda la desaparición del antiguo Price, importante espacio para el circo y la música durante casi cien años, pero también la vida y la resistencia de un género escénico que se reinventa cada siglo. Idea original de Aránzazu Riosalido, coescrita con Pepe Viyuela y dirigida por Hernán Gené, esta creación reúne a artistas de circo,
teatro, magia y música en directo, desde las greguerías de Ramón Gómez de la Serna al aullido de Charlie Rivel, de los vuelos de las grandes
trapecistas a la invención de un chiste:
“¿Qué le dijo...?”
Aránzazu Riosalido nos presenta junto a Pepe Viyuela, una propuesta que auna teatro y circo de manera respetuosa, como aquel que conoce el genero y establece una simbiosis perfecta entre la memoria, la nostalgia y la mirada al futuro, como hilo conductor un payaso en el tono mas intimista que ha decidido dejarlo todo al que conoceremos de la mano de Pepe Viyuela, pero se reencontrará con su esencia entre historias y sensaciones que en definitiva son su vida. Un espectáculo en el que no pararemos de reir, porque todo esto que les contamos en pasadas líneas, no es mas que entender que la mayor revolución es la alegría.
Hernan Gené dirige de manera cálida una fábula, una ensoñación como lo
es el propio circo, como lo entendían Arturo Castilla y aquellos que lo dieron
todo para mantener el género vivo.
Actuaciones que nos hacen recordar a Pinito del Oro, a Blondin , que nos permiten disfrutar del presente con artistas maravillosos, que siguen deleitando al público, con el poso que genera el recuerdo,el conocimiento que da el saber todo el trabajo que hay detrás y todo esto entre la música de Raúl Márquez, David Sancho y Alberto Brenes. Si se preguntan como se ilumina el recuerdo, vayan a ver el trabajo de iluminación de Pedro Yagüe.
Pepe Uría en el trabajo de vestuario junto a Mauro Gastón en el trabajo de maquillaje completan una propuesta que no se deben perder. Permitanse volver al origen.
No lo olviden…La cultura es segura
….acróbatas, contorsionistas, equilibristas, escapistas, forzudos, hombres bala, magos, malabaristas, mimos, monociclistas, payasos, titiriteros, tragafuegos, tragasables, trapecistas, ventrílocuos y zanqueros en definitiva valientes que se han dejado la piel para que tu y yo hoy seamos mas ingenuos, mas tolerantes, mas libres.
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