Un juego a modo de ruleta rusa, en el que con cada eliminatoria los jugadores ponen en juego todo lo que tienen para salir victoriosos. Una única opción, ganar. El premio lo merece, pero el riesgo por momentos parece demasiado. Conseguir discernir lo real de lo imaginario, la verdad de la mentira, la vida real del juego. Todos ellos lo necesitan, pero solo uno puede lograrlo.
Cuatro almas abocadas a la competición por la pura necesidad de sus vidas. Cada uno de ellos tiene una oscura razón para luchar por llegar al final y alzarse con el preciado premio. Un trepidante montaje, angustioso, feroz, en el que vemos a cuatro fieras desbocadas, capaces de cualquier cosa con tal de devorar a su presa. El cruel juego al que son sometidos los pone al borde del precipicio en todo momento, teniendo que decidir si saltan o empujan a uno de sus compañeros.
Verónica Espiga, autora y directora de la pieza, nos sorprende con una historia inquietante, que nos mantiene en alerta durante toda la función, sin llegar a saber cual será el siguiente giro que dará la historia. Una insólita mezcla de secuencia de improvisaciones y de duelos fratricidas, una misteriosa y despiadada lucha que involucra al público incluso antes de comenzar. Una historia que juega con la vida real desde un lugar insólito, más propio de las historias de ciencia de ficción. Todo encaja a la perfección en este singular montaje, que Espiga sabe cincelar en todo momento para que no falte de nada. La tensión se palpa en todo momento, la angustia destila en cada uno de los personajes, la desesperación sobrevuela toda la pieza, pero sobre todo la autora consigue que el espectador se meta de lleno en lo que les ocurre a los personajes (en la función a la que asistí hubo ovación en el momento en el que el público participa), que sufra con ellos, que tomemos partido, que decidamos quien debe quedarse fuera de la gran final.
La historia nos presenta a cuatro personas desconocidas, que comienzan por responder una serie de preguntas que sirven de presentación de cara al juego (más bien se podría hablar de competición) en la que van a participar). Todos ellos tienen la necesidad imperiosa de conseguir el premio, ya que sus vidas se encuentran en la cuerda floja. Pero el juego les enfrenta a sus peores miedos, a sus secretos mejor guardados. Tendrán que exponerse y pelear al máximo para conseguir el ansiado trofeo. El público, al igual que los propios participantes, no conocemos las reglas y el contenido de la partida. Jugadores y espectadores vamos descubriendo los entresijos de la partida a lo largo de la misma, siendo el nivel de exigencia y exposición cada vez mayor. Todo es un misterio, el juego, las vidas de los participantes, el premio, las razones por las que cada uno de ellos se ve obligado a participar...
Este halo de incertidumbre que recorre toda la historia le da un punto más de emoción a todo lo que vemos. Cada nueva escena, cada nuevo duelo entre los jugadores, nos va mostrando más de ellos y a la vez nos abre nuevas incógnitas. Pero la gran pregunta que sobrevuela todo el montaje sigue ahí: ¿Qué es lo que está en juego? Como nos cuentan en la sinopsis de la obra "Quizás, como en la vida real y como en el teatro, lo que todos perseguimos es precisamente eso. Seguir jugando".
Los cuatro jugadores que luchan por llevarse la partida son, la propia Verónica Espiga ("P.A.N. y los niños perdidos", "Presas", "Alumbra Sevilla"), Arantxa Sanchís ("Our town", "Alegrías y dolorcitos", "Moradas"), Francisco Dávila ("El enfermo imaginario", "La Hostería de la Posta", "Los figurantes"), Víctor Nacarino ("La boda de tus muertos", "La necesidad del náufrago", "La dolorosa"). Los cuatro forman un elenco de lo más variado, que nos muestra cuatro personajes antagónicos, que buscan de maneras muy diversas la victoria. Verónica Espiga nos muestra a la concursante más calmada, controla a la perfección sus sentimientos y oculta todos sus secretos, que sabe que pueden ser utilizados contra ella. El personaje de Arantxa Sanchís parece ser una gran estratega, intentando lidiar siempre con todos y no exponerse. Ellos son más directos y emocionales. Francisco Dávila se ve sobrepasado por la situación en varios momentos, es el más impulsivo y cree que hay límites que no se deben traspasar. Por último Víctor Dávila es como una fiera acorralada, está todo el tiempo a la defensiva, esperando siempre el momento para atacar.
Dentro del montaje tenemos un quinto personaje que no aparece en escena. Son los responsables del juego, de los que solo escucharemos la voz. Para crear este ambiente misterioso, casi de ciencia ficción, es fundamental el vídeo creado por Javier Cano, que va separando las distintas pruebas que deben superar los concursantes. Fundamental también para mantener toda la ambigüedad en el montaje son las lúgubres luces diseñadas por Antonio Villar. Todo ello se acompaña por la música creada por Flor Baillo. El resultado es una puesta escena que nos ayuda a meternos de lleno en el juego.
En definitiva, estamos ante una angustiosa e hipnótica obra, que nos mete de lleno en una espiral de situaciones en las que vemos hasta donde puede llegar el ser humano para lograr sus objetivos. Misteriosa y escurridiza, nos va mostrando cosas al mismo ritmo que nos oculta otras. Nosotros también acabamos metidos de lleno en ese juego de medias verdades y puñales por la espalda. Una competición fraticida en la que todo vale. ¿Te atreves a entrar en el juego? Todo puede pasar...
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