Teatro: CLITEMNESTRA. Teatro Bellas Artes.


De etimología dudosa, tal vez signifique famosa, gloriosa, pretendiente. Clitemnestra, cuesta pronunciarlo, cuesta. Y es que el Teatro Bellas Artes nos recibe a ritmo de zapateao, rojo, fuego, flamenco en el antiguo Micenas, con el aroma del mar de fondo. Y el coro griego nos da la bienvenida. El glorioso coro. Puro, blanco, armonioso. Todo muy poético, sin una sola palabra, conjugando varios lenguajes. Y el coro habla, sentencia. “Soledad y un alma sola, Soledad de gritar callando”. 


Y nos empiezan a contar la historia, la historia de hombres y mujeres. Nuestra historia. “Ay los hombres, ay las mujeres“. Y entre esa poesía teñida de grana, con cuerdas que nos elevan hacia arriba, nos presentan a Clitemnestra, condenada siempre por los grandes eruditos de la historia. Esta es su historia. Revisada, huyendo la tradición machista. Una mujer víctima de una sociedad por y para hombres, una mujer rebelde, adelantada a su tiempo, y por tanto “cruel y perversa a ojos de los hombres”. 



Entre lamentos, traiciones y egos varios, se nos mostrará su mundo. Un recorrido a través de su vida. Agamenón, Ifigenia, Egisto, Electra, Troya sin caballos. Siempre esposa, madre, amante. Y no mujer. Siempre en relación a los demás. Y entretanto nos preguntamos si la sociedad ha cambiado y en qué lugar nos posiciona la forma de vida de esta mujer, irreverente, condescendiente en ocasiones, incoherente en otras, pero viva, vivida y frágil. Sufrida y serena. Mujer, siempre mujer. “Yo, Clitemnestra, reina de Micenas me presento ante vosotros para ser juzgada”. 





Esta oda feminista necesaria siempre porque, seamos serios, la sociedad necesita seguir cambiando en este terreno nos llega al Teatro Bellas Artes desde Mérida y hacia Mérida, viajando en un barco de sedas blancas donde una mujer no entiende porqué tiene que callar. Su reivindicación es patente, latente y repetitiva en ocasiones. Quizá en este caso el fin sí que justifica los medios. 


Y aparece Cristina, Clitemnestra, y su presencia, y sus silencios, y su elegancia, y su lamento. Y se establece el diálogo con ese coro versátil, juicioso, docto, crítico. Y se establece la dialéctica, el diálogo entre ellos (a mi juicio lo mejor del montaje). Clitemnestra reivindica su derecho a decidir, a ser escuchada en un mundo machista, en una sociedad de héroes y dioses, de excesos y traiciones, de poder.


¿Ven como no ha cambiado tanto la película? Y aparecen Ifigenia, la hija como moneda de cambio, Aquiles y su talón, Orestes y el malvado Agamenón, modelo de la época, no lo olviden. Egisto, Electra. Y vuelve el coro a sentenciar. Con el trono vacío, ese trono que tarda en ocupar Cristina Castaño, que lo mira y no lo toca, que lo siente como propio pero donde no se sienta. Trono vacío. 



Soy muchas versiones de mí, y ni en una sola se me pregunta que siente Clitemnestra”. Y aparecen las canciones una y otra vez, ese flamenco que a mí personalmente me saca un poco de la obra, que me lleva a otros sitios lejos de Micenas, lejos de Clitemnestra, pero donde vuelvo cuando la escucho, cuando suelta sentencias como la que nos cuenta cuando pierde a Ifigenia, vil traición paterna. “Volví a perderte el día que supe tu muerte”. 

Si bien eché de menos algún instrumento musical en escena, eché de más las canciones. Cuestión de gustos, de acentos. Aparece Troya, Elena, la guerra, el poder. Clitemnestra con sus lamentos, pero con su personalidad, su gran presencia Y ya sí se sienta. Vienen las contradicciones del personaje, su sentir, su decir y su querer. Sus ganas de disfrutar del sexo, como mujer, como parte activa del mismo, tan mal visto. 


Y aparece también un tonillo en Cristina Castaño que a veces también nos saca de allí, nos lleva a un paisaje lorquiano. Pero aparece el coro y nos vuelve a recuperar con humor, con cambios de registro, con un toque a lo Martes y Trece en alguna ocasión. Y ya vuelve Agamenón, y en fin, que pase lo que tenga que pasar. 



Me quedo con el coro, ese coro formado por Camino Miñana, Daniel Moreno, Benjamín Leiva, Ángeles Rusó y Sonia Franco, que nos llevan en ocasiones al clasicismo que a veces nos empeñamos en ocultar, en desgranar con otras disciplinas que en ocasiones no suman. Que vuelva el coro clásico, que ese sí nos emociona, con su registro, su poder, su fuenteovejunismo griego, donde todos a una nos sentencian, nos juzgan, nos llevan a Micenas, a Troya, al mismísimo Olimpo, pero sin florituras, y sí con necesarias revisiones. 


Y Cristina Castaño engrandece el escenario solo con estar, solo con salir, con caminar, con esa elegancia construida con altivez y serenidad. Sus monólogos engrandecen (si bien en ocasiones me parecieron algo planos) nos da la magnitud que la obra en sí misma abarca, con un texto revisado y dirigido por José María del Castillo, que abusa en ocasiones de consignas libertarias. Aunque insisto, quizá necesarias. Todo esto engalanado de rojos, blancos y azules, con danzas de humo en barcos de ilusión. Clitemnestra ha hablado, y sobre todo, por parte de los presentes, Clitemnestra ha sido escuchada.



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Teatro: Teatro Bellas Artes
Dirección: Calle del Marqués de Casa Riera 2, 28014 Madrid
Fechas: 21 al 25 de Junio. Miércoles a Viernes a las 20:00. Sábados 19:00 y 21:30. Domingos 19:00. 
Duración: 85 minutos.
Entradas: Desde 22€ en TeatroBellasArtes.


Reparto

Cristina Castaño
Camino Miñana
Daniel Moreno
Benjamín Leiva
Ángeles Rusó
Sonia Franco
Alejandro Molina
Gonzalo Calleja

Ficha artística

Dirección: José María del Castillo
Texto original: José María del Castillo

Una producción de Coribante Producciones


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