Una habitación en penumbra y un reloj de arena. Este escenario propio de un thriller policíaco es lo que nos espera en la sala Lola Membrives del Lara. Pero no os dejéis llevar por las apariencias. Esta obra esconde mucho más. Humor negro, situaciones surrealistas, dos personajes en el filo de la navaja, un buen puñado de giros inesperados, momentos para la reflexión y unos impagables silencios que van estructurando la trama como pausas en un duelo a muerte. Una fina comedia, un inquietante thriller, un oscuro drama, todo esto cabe dentro de un reloj de arena que nos empuja hacia el abismo.
Comienza la obra y desde el primer instante nos sumergimos en una historia muy particular, llena de misterio y humor negro. Un inicio demoledor que nos muestra a las claras la esencia de la pieza, con tintes de drama, con una atmósfera de thriller, pero todo salpicado de humor inteligente, lo que hace de la obra una historia fresca y muy entretenida. Toda la pieza está repleta de giros insospechados, de escenas surrealistas, de diálogos desmesurados, que van construyendo una comedia ingeniosa, mordaz, ácida, redonda. Una historia a mitad de camino entre el esperpento y el suspense, que mezcla la comedia más absurda con la crítica social, el humor negro con pinceladas que nos tensan por su crudeza. Como suele ser habitual en los textos de Zamarriego, todo fluye con facilidad, el ritmo nos embauca desde el inicio, la risa se equilibra con la crudeza de algunos de los temas que trata, para dejarnos muchas cosas que comentar al salir de la sala.
Esta producción de LaZeta teatro y Boston producciones es una intimista propuesta en la que nos sumergimos en un universo oscuro, cercano al cine negro, pero con un halo de humor que le quita intensidad al conjunto, lo que agradece el espectador desde la butaca. En poco más de una hora, Zamarriego consigue un texto redondo, lleno de escenas de alta comedia que se intercalan con otras de gran crudeza, pero que componen una pieza muy interesante, con tintes de Tarantino y de Berlanga, con escenas que habría firmado el mismísimo John Huston, con otras cercanas a los diálogos y temáticas en las que suele incidir Woody Allen. La facilidad con la que el director sabe entrelazar el humor más absurdo con la crítica más contundente da como resultado una pieza divertida, combativa, entretenida y muy crítica con determinados temas. El humor utilizado para hacernos reflexionar. Toda gran comedia siempre tiene detrás una punzante crítica.
El dramaturgo y director madrileño, afincado en Málaga, Carlos Zamarriego vuelve a sorprendernos con su particular forma de escribir, sumergiéndonos en su particular universo, en el que mezcla como pocos el surrealismo, el esperpento y la crítica social, en este caso mucho más velada que en otras propuestas anteriores. Desde que vi "Anoche soñé que me soñabas" he seguido con atención cada nuevo estreno de Zamarriego, viendo como ha creado un estilo muy reconocible, en el que se mezcla lo poético con lo cotidiano. Tras disfrutar de "Mantequilla", "Inestables" y "La herencia de los Miller", llego a este nuevo montaje con la incertidumbre de que será lo nuevo que nos propone. Me perdí su estreno hace unos meses en mi añorada Nueve Norte, pero ahora acudo a la salaLola Membrives del Lara con la emoción de seguir navegando en esta visión del mundo tan particular con la que siempre nos sorprende Zamarriego.
Zamarriego debutó en la dramaturgia con "Historias con H", y desde entonces no ha dejado de sorprendernos con textos muy sugerentes, intimistas, que van mucho más allá de la estructura teatral típica, ahondando en la mente humana, proyectando las historias desde las entrañas del ser humano. Obras como "El escritor" o "Cuida de la familia", dejaron huella en el mundillo del teatro off madrileño. En esta ocasión, el autor vuelve a indagar en la naturaleza humana con una historia aparentemente sencilla, que esconde un sin fin de matices. Personajes que de entrada se nos presentan como oscuros, van mostrándonos sus debilidades, sus miedos, su verdadera personalidad.
En esta ocasión se encarga de la dirección Edgar Costas (como ya ocurrió en "Mantequilla"), colaborador habitual en las obras de Zamarriego. Costas nos regala un montaje lleno de giros, con un ritmo pausado pero apoyado en la incertidumbre, en la tensión ambiental, que nos atrapa a pesar del tono de comedia que lo envuelve todo. Una dirección perfectamente medida, en el que moldea a estos dos personajes de manera formidable, mostrando poco a poco las distintas capas que envuelven sus poliédricas personalidades. Un montaje lleno de referencias cinematográficas en las que el director se apoya para crear algunas de las escenas más divertidas de la obra. Pero si algo destaca de la dirección de Costas es la sublime utilización de los silencios, que sumerge al espectador en una mezcla de incomodidad, estupefacción y tensión que potencia mucho el desarrollo de la trama.
Costas comenzó su carrera en su Galicia natal, donde trabajó en múltiples proyectos y creó el grupo Skené Teatro. Desde su llegada a Madrid, ha trabajado en series como "Apaches", "Centro médico" o "Acacias 38". Como director teatral, debutó en La Nao 8 con una adaptación del texto de Erasmo de Rotterdam "Elogio de la locura", mientras que como actor ha participado en la mayoría de los montajes anteriores de Zamarriego (salvo en su debut y en la ya citada "Mantequilla"). En esta ocasión es la primera vez en la que dirige y forma parte del elenco.
La historia que veremos en escena es, aparentemente, sencilla. Un hombre aparece en escena con otro al hombro. El primero, el secuestrador. El segundo, obviamente, el secuestrado. Una llamada de teléfono es lo único que puede salvarle la vida, si antes de una hora alguien llama al móvil y dice "al final no voy a cenar". Con esta presentación (lejos de ser spoiler, es solo una introducción) todo parece abocado a un thriller en el que vayamos descubriendo los motivos del secuestro. Pero esta pieza ahonda mucho más en la personalidad de los dos hombres que en propio hecho que los ha unido. Mientras que uno intenta averiguar qué le ha llevado hasta aquí, el otro se centra en hacer lo más amena posible la espera. Dos mundos antagónicos que se van acercando conforme avanza la historia. Una obra que se mueve de la intriga al surrealismo con destreza, del humor al drama con sencillez, del esperpento a la tragedia con elegancia.
Una historia de personajes, en la que el secuestrador parece el bueno de la peli mientras el secuestrado se va desquiciando a cada segundo que pasa, no sin razón... El primero es sereno, tierno, incluso bonachón, y acaba por conmover tanto al público como a su futura víctima. Por su parte, el condenado va perdiendo la paciencia conforme cae la arena a la parte baja del reloj. Un giro más y la vida de este incrédulo se escapará poco a poco, si no llaman para evitarlo. Si a toda esta tensión le sumamos la maravillosa dirección de Costas y el brillante texto de Zamarriego, tenemos una obra exquisita, sencilla, entretenida, ingeniosa, mordaz, brillante. Dos personajes que intentan llevar como pueden esta extraña situación, en la que casi cualquier cosa que se diga puede resultar incómoda y fuera de lugar, dadas las circunstancias.
Dicho todo lo anterior, la obra funciona por la impecable interpretación de Edgar Costas (el secuestrador) y Daniel Rimón (el secuestrado). Los dos actores demuestran su química en un interesante duelo dialéctico en el que Costas lleva la batuta pero Rimón contraataca con destreza. Un cara a cara de dos personajes antagónicos que saben acercarse al otro desde diversas posturas, un pulso de locuacidad, de temple, de ingenio, en el que crean momentos hilarantes entremezclado con intensos silencios que se palpan con emoción desde la platea. Un poderoso duelo de posturas, en el que vamos descubriendo lo absurdo que puede llegar a ser el mundo en situaciones límite.
Edgar Costas nos vuelve a demostrar su versatilidad como actor, dando vida a este secuestrador torpe y bonachón, con cosas de Colombo y del inspector Clouseau, con la inocencia del inspector Gadget y el humor sarcástico y ácido del gran Bruce Willis de "Luz de Luna" (lo se, todo referencias muy ochenteras). Costas lleva el peso de la obra y su personaje va creciendo conforme la arena se desliza por el reloj, consiguiendo manejar el ritmo de la historia en todo momento y dejándonos una interpretación impecable, llena de humor, vehemencia y sencillez. Por su parte Daniel Rimón, en un papel mucho menos agradecido, le da la réplica con destreza, manteniendo la intensidad en todo momento y no dejándose "avasallar" desde su taburete por el circense secuestrador. Su papel es el de un hombre incrédulo, desconcertado, que no termina de entender cuales son los motivos que le han llevado a estar en esta difícil situación.
Todo ello transcurre en un escenario casi vacío, presidido por la sombra de un ventilador en la pared. Un taburete, una mesa, el reloj de arena, unas balas y una mochila (con las famosas oreo dentro) son los elementos sobre los que se desarrollará la historia. Y no se necesita más. El texto y la destreza de los actores se llevan todo el foco. Un par de temas musicales con referencias cinematográficas y una cuidada y tenue iluminación (que nos mete de lleno en la atmósfera de penumbra y misterio que demanda la historia) es lo que termina de componer esta sencilla pero efectiva puesta en escena.
Una vez más, Zamarriego nos abre una ventana a su particular universo para que descubramos su ácida y mordaz visión del mundo. Una pieza deliciosa, divertida, extravagante, emocionante, que tanto nos hace reír como recapacitar sobre determinados temas. Porque en ocasiones no es necesario mucho para conseguir un montaje redondo. En este caso tenemos una historia sin dobleces, aparentemente sencilla, que el autor ha sabido cincelar para sacarle infinidad de aristas en las que mostrar determinados aspectos de nuestra sociedad, esta en la que el individualismo impera por encima de todo, la misma en la que un simple peón no cuenta lo más mínimo para el correcto engranaje del mundo. Poco podemos decir más, solo queda recomendaros que no os perdáis esta comedia negra, que sorprenderá a todo el que se acerque a verla. Una de las propuestas más interesantes para este verano caluroso.
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