La poesía invade la sala José Luis Alonso del Teatro de La Abadía. Las palabras vuelan las imágenes se proyectan, la luz tenue nos abraza. Todo encaja en este precioso collage de escenas, en el que vamos encajando las piezas de esa vida plagada de emociones y de dolor, de amor y de lucha. Un onírico montaje en el que las frases se deslizan por la escena al son marcado por Manuela Velasco, mientras desde la platea observamos emocionados cada uno de los movimientos de Estela Merlos. Todo poesía, todo magia. Puro Teatro.
Este precioso montaje rinde homenaje a Carmen Conde, una de las figuras clave de la Generación del 27, y a la escritora neozelandesa Katherine Mansfield. Con una precisa y delicada sucesión de escenas, se irán entablando puentes para establecer un diálogo entre las figuras de estas dos creadoras. La realidad se entremezcla con la ficción, los discursos con los sueños, las cartas con las reflexiones. Todo ello en un ambiente misterioso, que se mueve entre la vida y la muerte, entre lo real y lo onírico, entre el texto y el movimiento. El perfecto ensamblaje de todos estos retales de la vida de Carmen y su admirada Katherine nos llevan a viajar por su historia como si de una perfecta coreografía se tratase, como un baile en el que nos deslizásemos aturdidos, de la mano de las palabras de la escritora.
Esta producción de Okapi Producciones y Paula Paz se vertebra en torno a las cartas que Carmen escribió a Katherine. La escritora comenzó en 1935 una "relación epistolar unidireccional" con Mansfield, fallecida doce años antes. Estas cartas destilan admiración, devoción, fascinación, pero también una complicidad de quien conoce a la perfección a la persona a la que le escribe, una relación que parece transcurrir al margen del tiempo, de la realidad, de la distancia, del lenguaje, de la propia vida. Unas cartas llenas de realismo mágico, de una belleza que impregna las palabras para difuminar lo real de la ficción, para trascender la vida y colarse en la oscuridad de la muerte.
Paula Paz (dramaturga y directora de la obra) vuelve al Teatro de La Abadía tras su éxito hace un par de temporadas con "Cartas vivas", con este montaje que también tiene como punto de partida y eje vertebrador una correspondencia entre escritoras. La autora reconoce que "cuando me topé, en una librería, con las Cartas a Katherine Mansfield de Carmen Conde, me quedé hechizada, de pie, ante el libro, hojeando e imaginando ya esta obra de teatro. No podía quitarme de la cabeza a estas dos autoras, unidas por unas cartas unidireccionales. Ambas, mujeres superlativas, de extraordinario talento, que abrieron camino a pesar de las dificultades y que se entregaron en cuerpo y alma a la poesía". De este modo, nace esta pieza en la que la directora regresa a sus orígenes, a la danza, para dar forma a estas cartas unidireccionales y llevarlas a un plano superior, casi metafísico, en el que la vida y la muerte se dan la mano, se entrelazan para enseñarnos una preciosa danza, en la que las dos autoras se relacionan con las palabras y con algunos de los temas más universales.
La autora vuelve a poner sobre la mesa la correspondencia entre dos magníficas escritoras, tras las cartas entre Carmen Laforet y Elena Fortún de su montaje anterior. En esta ocasión la directora ha recurrido a la danza para salvar la dificultad del idioma y de la unidireccionalidad de las cartas de una viva a una muerta. Con ello consigue darle un empaque mayor, otra dimensión que va más allá de las cartas en sí mismas, que trasciende las palabras para hablarnos de vínculos, de sensaciones, de emociones. La directora ha buscado "darle vida no solo a través de la palabra, sino servirnos del cuerpo, el movimiento, la danza para acariciar el ritmo, las imágenes, la literalidad y la abstracción, las historias que subyacen en los poemas, la vida y la obra. He concebido El Sillón K como un monólogo epistolar o un “diálogo con una muerta”, es un poema a dos voces, en dos idiomas y con dos lenguajes. El teatro y la danza. El cuerpo y la palabra".
La obra tiene, desde su premisa inicial, un halo de misterio y fantasía. Las cartas de Carmen Conde dirigidas a Katherine Mansfield, fallecida hace más de una década, coloca la historia en un lugar difuso, que juega entre la vida y la muerte para mostrarnos la relación que Carmen crea con su admirada escritora neozelandesa. Unos escritos marcados por la emoción, por la admiración, pero que se convierten en cantos al vacío, en un monólogo de una viva ante una muerta.
Pero este complicado punto de partida se resuelve con maestría por parte de la directora, que nos propone un juego de realidad y ficción, con la impecable mezcla del texto con la música, de la palabra con la danza, de las imágenes con las penumbras, de las miradas con los gestos. De este modo tan sublime conoceremos a la primera mujer con silla propia en la RAE, la letra K. Y con su discurso de acceso comenzaremos este viaje que nos llevará a conocer su obra y a descubrir la correspondencia que mantuvo con Mansfield. Un precioso recorrido por sus miedos y sus dudas existenciales, con la idea de la muerte sobrevolando en todo momento la pieza.
Este hipnótico y delicioso monólogo lo vemos escenificado por dos fantásticas intérpretes, la actriz Manuela Velasco, dando vida a Carmen Conde, y la bailarina Estela Merlos, que nos sacude con sus delicados movimientos. Además del protagonismo de estas dos mujeres, cada una con estilo y una forma de afrontar su presencia escénica muy definida, tenemos la delicada voz en off deElena Sanz, presente a lo largo de toda función, como si de un personaje más se tratase. En el escenario veremos por un lado a una Manuela Velasco firme, empoderada ante los logros obtenidos con su sillón K, emocionada al recitar las cartas, pero siempre con una presencia imponente, arrolladora, vital. Su personaje contrasta con la fragilidad y la liviandad de Estela Merlos, con una fuerza imponente en sus coreografías, pero con una languidez mística en sus movimientos.
Uno de los elementos más bellos y representativos de este montaje con las coreografías creadas por Paula Paz en colaboración con Estela Merlos. Tengo que reconocer que no soy un experto en danza, pero las coreografías de este montaje me dejaron hipnotizado. Desde la entrada de Estela en escena, con una languidez extrema (representando al espíritu de Mansfield) hasta las escenas que interactúan las dos intérpretes me parecen de una belleza extrema, impregnadas de fuerza y de vitalidad, de emoción y de sentimiento. Sin lugar a dudas, esta mezcla de teatro y danza es uno de los mayores aciertos de este emocionante montaje.
Pero si la idea de unir estas dos disciplinas nos pareció un acierto, las elecciones en la parte técnica nos parecieron de un virtuosismo y una elegancia admirables. El diseño de iluminación de Lucía Sánchez es, sin lugar a dudas, el alma del montaje. Consigue transmitir en todo momento la esencia de la escena y darle la tonalidad precisa para que la historia se deslice entre lo real y lo fantástico. Muy interesante la elección de la escenografía, a cargo de Alejandro Andújar (responsable también del vestuario), con un espacio semicircular que "arropa" a las intérpretes y hace diseccionar el espacio en dos ámbitos muy diferenciados y separados también por unas telas traslúcidas, que sirven también para proyectar las imágenes y los textos. Estas proyecciones (tanto imágenes como textos) fue lo que nos pareció menos cuidado, ya que no se veían con nitidez y en ocasiones costaba leerlo (recordemos que algunos textos eran la traducción de lo que se estaba diciendo en inglés). Por último, la música y el sonido, a cargo de Yaiza Varona, nos llevan en volandas por la historia, nos hacen levitar y nos golpea, contundencia y delicadeza al servicio de la historia.
En definitiva, estamos ante una propuesta escénica en la que cada una de las piezas encaja con maestría para crear una obra en la que todo suma y engrandece el resultado final. Un collage de pequeñas secuencias (las cartas) que nos llevan a componer una precisa y preciosa imagen de lo que fue esta gran escritora y sus inquietudes vitales. Una apuesta arriesgada por parte de la directora, ya que mezcla dos idiomas (inglés y español) y eso podría hacer desconectar al público, pero lo juega de una manera inteligente y consigue que sea uno de los ingredientes que aportan originalidad al resultado final. Una obra que une el teatro con la danza, el cuerpo y la palabra. Todo ello tratado con una delicadeza extrema, con dos intérpretes brillantes. No dejen de ir a verla, les sorprenderá.
Teatro: Teatro Abadía. Sala José Luis Alonso. Dirección: Calle Fernández de los Ríos 42. Fechas: Del 14 de Febrero al 2 de Marzo. De Martes a Sábado a las 20:00. Domingos a las 19:30. Encuentro con el público: Miércoles 26 de Febrero Duración: 85 minutos. Entradas: Desde 18€ en TeatroAbadia.
Ficha artística
Dramaturgia y dirección: Paula Paz Reparto: Manuela Velasco y Estela Merlos Voz en off: Elena Sanz Escenografía y vestuario: Alejandro Andújar Música y diseño de sonido: Yaiza Varona Diseño de iluminación: Lucía Sánchez Coreografía: Paula Paz en colaboración con Estela Merlos Diseño audiovisual: Enrique Muñoz Ayudante de dirección y regidora: Leanne Maksin Jefe técnico: José Gallego Técnico de sonido y vídeo: Enrique Rincón Fotógrafo: Sergio Parra Producción: Paula Paz y Okapi Producciones Colabora: Patronato Carmen Conde-Antonio Oliver Agradecimientos: Nuria Capdevila-Argüelles, Israel Elejalde, Lara Grube, David Luque, Eva Rufo, Jorge Lucas y Jaime Menéndez