Dicen que el Romanticismo no está de moda. Si es así todo lo que lean a partir de aquí es falso.
Me ha pasado esta noche algo poco frecuente, aparte de que no me he adormecido ni un instante y ya quiero volver a verla de nuevo. Estaba tenso en mi butaca temiendo que se terminase, sin querer perderme nada, ni siquiera el tic tac de los metrónomos que marcaban el compás de la existencia. Pero tendré que justificarles todo esto que les cuento y no sé cómo sin desmerecer a sus protagonistas.
¿Qué puedo decir de la interpretación de Marta Etura como Aurora?
Luminosa en todos sus registros a los que iba y venía viajando por el tiempo, en un momento, de la risa al llanto, del dolor a la pasión, con una frescura tan viva, tan cierta, que nos iba despojando a todos, igual que a ella misma, de las enaguas de nuestro personaje. “Me visto como un hombre…Ese privilegio de los hombres de no tener que actuar” nos dice muy pronto. No sólo era verdad toda ella, sino lo que salía de cada uno de sus gestos, abrazando a las palabras como al mismo Chopin, con todo lo que es. George Sand no quería actuar, quería vivir. Y Marta Etura, actuando, le ha permitido vivir de nuevo a Aurora. Y cómo lo ha hecho…Me quito el sombrero y le hago una sentida reverencia en nombre del público al que maravilló tanto como a mí. Yo ya sabía que Marta era muy buena pero hoy lo he visto a pocos metros, con mis propios ojos.
Jorge Bedoya es Frédéric Chopin. Estuve un momento preocupado en discernir si era más actor que pianista o más pianista que actor. Pero no fue necesario, porque era las dos cosas, y las dos con mucho arte. Convirtió la escena en un recorrido por alguna de las piezas más hermosas del genio polaco, enfermizo y caprichoso, como si estuviéramos en un concierto y, también, en un viaje al fondo de su alma, su alma universal, a su deseo, a su timidez contradictoria y a todo lo que en brazos de Aurora y un piano llegó a sentir, como si sólo estuviéramos en un teatro. Pero todo al mismo tiempo: un teatro y un concierto. La música también actúa y esta noche Aurora y Frédéric han danzado con ella y su piano. Algunas de las piezas son del mismo Jorge. Maravilloso.
Magüi Mira habla de la nocturnidad infinita “Es en la noche cuando pasa todo” nos dice Frédéric: el amor, la poesía, la inspiración. Jorge Bedoya completa la coreografía con su amante en un todo armonioso y hermoso, y no por eso menos trágico, como si el tiempo no pasara, como si ya hubiera pasado desde siempre… En él también ha sido todo verdad. Hemos tenido la oportunidad de darle emocionados las gracias por la calle y me ha sorprendido su humildad.
Brillan los dos, los dos y su piano, en un espacio que nos envuelve, donde casi la distancia les acerca, porque todo está vacío. La puesta en escena (Estudio dedos: Curt Allen Wilmer y Leticia Gañán) es una pieza de música de cámara, un dialogo constante de un lado a otro, una danza, un pozo de luz y oscuridad, la quietud y el movimiento, que se asoman entre el vestido encantado de Aurora y el elegante sombrero de copa de Frédéric. Magnifico diseño de vestuario de Helena Sanchis. Cuando los amantes no están juntos y su ausencia les reclama ellos le hablan a la nada como si fuéramos nosotros. Pero nadie se queda fuera, aunque esté lejos, con el tiempo y la tierra de por medio, aunque el centro esté vacío y oscuro. La distancia nos empuja y parece que todo sucediera al mismo tiempo.
De la mano de Magüi Mira, la directora, Irma Correa, la autora, les sirve a los actores y al público un texto lúcido e intenso, que no huye de nada ni se esconde, capaz de estar a la altura de las notas de Chopin: ¿Qué sabéis vosotros del dolor?, nos dice. La obra da saltos en el tiempo igual que nuestra memoria, pero no importa, no nos hace falta el hilo de la cronología, sabemos el final. Dios, la muerte, la belleza, la risa, el sexo desatado fluyen como invitados a estos preludios de la noche… Esto es “ Los Nocturnos”: un dialogo entre la música y la poesía, entre el alma y el cuerpo, entre la vida y la muerte. Este es el romanticismo al que nadie puede resistirse, el que no pasa de moda. Si Dios es la belleza, Chopin tenía a Dios entre sus dedos y Aurora vino a acariciarle.
Pero la obra se ubica en una época y lugar muy concretos, en pleno romanticismo del siglo XIX. Una Polonia levantada en 1830 contra los dictámenes de El Congreso de Viena, que le ha usurpado territorios ahora controlados por Rusia. Lo de siempre. Chopin tiene que huir a París por seguridad, pero su corazón sigue en su tierra, igual que hoy. Ahora está metido en un frasco de Coñac en la Iglesia de la Santa Cruz de Varsovia. Podrán verlo. Entendemos mejor el nacionalismo polaco cuando escuchamos al Chopin desgarrado de su patria invadida por los rusos, casualmente. ¿No les suena?: “Compongo para mataros" nos dice Frédéric... Y en París Chopin conoce a la baronesa de Dudevant, George Sand seudónimo varonil de Aurora, que le sirve como acicate para buscar su libertad. Y la consigue, casi siempre la consigue. Vemos en las pioneras y valientes reivindicaciones de George Sand, vistiendo pantalones, buscando ella al hombre y no al revés, el preludio de lo que vendrá después, pero era entonces cuando las mujeres estuvieron más solas. De Paris acabará surgiendo una tormentosa y profunda relación de aproximadamente ocho años cuya versión nos ofrece Irma Correa. No sé hasta qué punto es cierta la fidelidad a los hechos y sus interpretaciones, seguramente no poca, pero, sea como fuere, no adultera en nada la exquisita sensibilidad y la credibilidad absoluta de los personajes.... El amor y el deseo pertenecen a todos los tiempos. El amor entre Chopin y Aurora está por encima de guerras o banderas, de eslóganes y prejuicios, con todas sus cumbres y montañas, nunca vencidos por la llanura y la distancia, aunque no pudieran despedirse.
Y a Magüi Mira le toca dirigir. Que bien se lo tiene que haber pasado, que gozada. No digo que no haya tenido trabajo o dificultades, pero visto el resultado me imagino la recompensa a su saber hacer. Enhorabuena una y otra vez. Su dirección ha sabido ver y entender y hoy, en el estreno, la he visto viendo la obra otra vez como si la viera por primera vez. ¿Qué puede ser más hermoso para una directora que disfrutar de un estreno como el mismo público y asombrarse como una recién llegada con todo por descubrir de nuevo...o casi?. Efectivamente Magüi, la belleza es una emoción.
Me quedo con un momento de la obra aunque entera la hubiera seleccionado, ese en que Aurora y Frédéric, hablan e intercambian sus miradas y sus vidas en un juego vertiginoso de palabras. Divertido, dulce…apasionado…eterno.
No les aburro más, no quiero distraerles, ni tengo derecho. Sólo decirles una cosa: “ Los Nocturnos” es imprescindible.
Apaguen bien sus móviles, vayan a verla y guarden silencio.
De: Irma Correa
Dirección: Magüi Mira
Con: Marta Etura y Jorge Bedoya
Diseño de iluminación: José Manuel Guerra
Diseño de espacio escénico: Estudiodedos: Curt Allen Wilmer y Leticia Gañán (AAPEE)
Diseño de vestuario: Helena Sanchis
Diseño de sonido: Jorge Muñoz
Movimiento: Mónica Runde
Ayudante de dirección: Jorge Muñoz
Una producción de Bitò y Teatro Español.
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