El
último montaje de Lucía Carballal llega al Centro Dramático Nacional, se trata
de Los nuestros, una historia que se centra en una ancestral tradición judía y
que es la excusa perfecta para hablar sobre una serie de temas y plantearnos
algo tan esencial en nuestras vidas como son las relaciones personales.
Los nuestros es una historia de ayer y de hoy,
de aquí y de allí, de unos y de otros, de los que se fueron y de los que se
quedaron. Una historia de siempre, una historia de los nuestros.
La tradición judía establece que cuando alguien
fallece los familiares encienden una lámpara en memoria de la persona fallecida
y durante siete días realizan los rezos correspondientes tanto matinales como
nocturnos. Durante esa semana se suspende "la vida cotidiana" y no
salen de casa, salvo en sábado o días de fiesta para asistir a los oficios del
templo. Esta costumbre de velar a los muertos se prolonga hasta nuestros días
es el Avelut.
Los nuestros es la historia de una familia
sefardí natural de Tánger que viven en Madrid. Son descendientes los judíos que
fueron expulsados por los Reyes Católicos en 1492. Volvieron a España en la
década de los años sesenta, y tuvieron que adaptarse a un país bajo una
dictadura y con una fuerte influencia de la iglesia católica.
Con motivo de la muerte de Dinorah -la cabeza
de familia – el resto de su estirpe participan en una antigua tradición que
tiene su punto de partida en Abraham el primer patriarca quien instituyó la
práctica de tributar a los muertos el respeto que merecían.
Reina y Esther son las hijas de Dinorah y se
encierran con sus respectivas familias durante siete días para pasar el duelo
por su madre muerta. Pablo es el hijo de Reina y viene a Madrid a pasar el
Avelut con su novia. Junto a ellos está Esther que se está separando, con sus
dos hijos y su actual pareja.
Durante esa semana no paran de surgir
recuerdos, tanto buenos como malos, secretos, confidencias, sueños, proyectos...
Pero siete días encerrados en una casa son
muchos días y poco a poco van surgiendo reproches, dolor, rencillas, miedos,
frustraciones, resentimiento y reproches.
Pablo y Marina están asustados tanto por la convivencia
en un nuevo pueblo al que se van a mudar al acabar el avelut como por los planes
en torno a la maternidad. El resto de las familia intenta buscar ese puente que
sea lo bastante resistente para mantener el vínculo familiar y a la vez lo suficientemente
amplio para poder tener su propio espacio y su propia vida.
Sólo con leer un poco respecto al avelut se
presume que la obra es intensa y así es, pero creo que aquí se encuentra el
principal logro de la misma. Por un lado se centra en los integrantes de una
cultura olvidada y silenciada durante todos los años transcurridos desde su
expulsión. Un hecho poco estudiado y mucho menos representado.
Muy acertada la decisión de acercarnos a los
sefardíes y enlazarlos con una tradición ancestral. Pero sin duda lo que más me
gustó fue la alternancia de ese encierro con todo lo que se deriva del mismo
con momentos de mucho humor.
Impecable esa mezcla que hace más llevadera la
historia, tanta tensión e intensidad sólo puede seguirse salpicada de
fragmentos cargados de ironía. Un humor que va girando a lo largo de la obra,
pasando desde momentos muy surrealistas como las intervenciones de Mauro, la
nueva pareja de Esther, a otros más distendidos como son el baile que se marcan
los dos hijos de ésta.
Otro de los giros dramáticos es la aparición de
Tamar, una prima de la familia que emigró a Israel y en la actualidad, después
de vivir durante muchos años allí vuelve a España asqueada por lo que se ha
convertido aquello; encontrándose con un doble problema la marcha del país
donde ha vivido la mayor parte de su vida y el hecho de no encontrar su sitio
entre su familia en España.
La historia de esa familia judía y sus atávicas
tradiciones es sólo una excusa para tratar temas universales que afectan a todo
el mundo con independencia de su origen, cultura o religión. Cuestiones como la identidad como pueblo, el
desarraigo, el pasado, la herencia recibida durante generaciones o las
relaciones familiares son el eje sobre el que gira y se desarrolla la obra.
Si hay una obra en la que la escenografía
destaque es ésta sin duda, una gran torre perfecta con todas las pertenencias y
objetos de la familia. Una mezcla de bazar donde se han ido reuniendo los
objetos que han ido acumulando a lo largo de los años. El simbolismo con la
diáspora y el destierro es impecable. Pablo Chaves es el responsable de
esta obra de arte, que ya trabajó con Carballal en la maravillosa LaFortaleza.
Destaca una vez más la distribución del
escenario y el patio de butacas, similar al realizado en la reciente 1936. Con
un patio de butacas más recogido de lo normal y con asientos en ambos laterales,
lo que provoca una sensación de intimidad que ayuda y mucho a meterse de lleno
en la obra.
PilarValdelvira es la encargada
de la cuidada iluminación, Benigno Moreno del sonido y SandraEspinosa
del vestuario; por su parte Belén Martí Lluch es la
responsable de una impecable coreografía y expresión corporal.
En cuanto a la dramaturgia y dirección
corresponde a Lucía Carballal, sin lugar a dudas en la vanguardia del teatro
contemporáneo actual. Tras las maravillosas Los pálidos y La fortaleza ahora
nos presenta Los nuestros.
Cada vez más cómoda como directora, destaca el
trabajo en Los nuestros con una obra a la que ha dado un ritmo perfecto. Con
unos cuidados diálogos muy bien trabajados y enlazados con los actores.
En cuanto a la obra señala que "esta
familia sefardí es una especie de catalizador necesario para que los hombres y
mujeres de nuestros días, y en especial las jóvenes generaciones, puedan volver
a pensar qué significa pertenecer, qué significa emprender un camino propio”.
Notable también la
elección del elenco, formado por Miki Esparbé, Marina Fantini, Mona Martínez,
Manuela Paso, Ana Polvorosa, Gon Ramos, Alba Fernández Vargas/Vera Fernández
Vargas y Asier Heras Toledano/Sergio Marañón Raigal.
Sobresaliente
el trabajo de todos ellos con personajes llenos de matices. Pero no me gustaría
acabar sin destacar el magnífico regalo que nos hace Mona Martínez con su
actuación, simplemente maravilloso. Junto a ella me encantó también Manuela
Paso muy versátil en el papel de Esther que nos brinda los momentos más
divertidos y a la vez los más intensos. Finalmente me gustó mucho Gon Ramos
quien a pesar de tener un papel a priori no tan protagonista está genial como
Mauro la nueva pareja de Esther que pasa casi toda la obra sentada en un taburete
junto a la torre leyendo un libro y poniendo la nota en cada uno de los
comentarios desde su perspectiva filosófica, simplemente increíble.
Cada
vez que veo una creación de Lucía Carballal salgo del teatro pensando que es muy
difícil por no decir imposible que haga algo mejor de lo que acabo de ver. Así
me pasó con los Pálidos y después nos regaló la joya de La fortaleza. De igual
modo esperaba con muchas ganas Los nuestros y no me ha defraudado, así que ya
estoy con muchísimas ganas de que llegue su próximo trabajo.
Recomiendo que no
dejéis de verla tanto por que cada nueva creación supera a la anterior, como
por que estamos ante una de las principales figuras del panorama teatral español.
Sin duda está llamada a liderar la dramaturgia y la dirección teatral en los próximos
años.