La sala Karpas Teatro y su alma máter Manuel Carcedo Sama llevan lustros acercándonos a un teatro sin estridencias, lejos del ruido y la tiranía de los grandes teatros, de los ostentosos musicales, de las grandes producciones, ajenos a esa obsesión por la mal llamada originalidad y el rupturismo, que en vez de renovar las obras suele deteriorarlas y devaluarlas.
Un teatro de toda la vida, en el sentido más artesanal de la palabra. Una manera de entender la profesión como algo familiar, de alcoba, de bodega vieja (que no muerta), como la sala donde han visto la luz montajes excelentes y conmovedores, de grandes clásicos de nuestra literatura, como "La celestina", "El perro del hortelano", "Tres sombreros de copa" o "Bodas de sangre", y clásicos universales como "El avaro", "Fedra" o "Casa de muñecas", por nombrar sólo las que hemos reseñado en el blog. Un teatro humilde pero digno, que trabaja con las dos cosas imprescindibles para que el teatro sea realmente teatro: la palabra y la interpretación.
Karpas cuenta con una interesante mezcla de actores jóvenes y veteranos, que bregan cada día por mantener un cierto purismo en el oficio. Y justo en ese regreso a la esencia del teatro, al purismo de la profesión, reside su encanto. Sus montajes, manteniendo siempre una estructura "clásica" no están faltos de imaginación y creatividad. Los docentes le deben mucho a las sesiones matutinas para estudiantes y a los sugerentes diálogos que los alumnos intercambian con los actores después de cada función. Nada de eso ha cambiado en la Karpas, siguen fieles a su guion, a esa manera de hacer teatro que les ha convertido en referentes del teatro independiente madrileño. Justo es reconocérselo, porque no hay mucho teatro de este tipo hoy en día, y el que hay sobrevive a duras penas. Por lo que el mérito de estos artesanos de la escena es mucho mayor, un ejemplo para todos los que quieren dedicarse a esta profesión.
Como en otras ocasiones, acudimos entregados a la nueva propuesta de esta longeva sala. "La última función", título agorero donde los haya, nos tenía preparadas sorpresas y una visión introspectiva de lo que es el mundo del teatro. La obra es una adaptación de Manuel Carcedo Sama construida sobre textos de Antón Chéjov. Era mi primera incursión en la obra del maestro ruso, lo que me resulta un poco vergonzante confesarles. Todo encaja, la sala acoge con familiaridad, abrimos la puerta a uno de los grandes de la dramaturgia universal, la idea de la obra invitaba a lanzarse al vacío.
En esta "Última función" descubriremos el lado oculto del teatro, ese en el que se ven los entresijos de la obra, lo que ocurre entre bambalinas, todo eso que no vemos cada vez que acudimos a una sala. Pero también conoceremos el lado más amargo de la profesión, la montaña rusa en la que puede convertirse el devenir de una compañía. El paso del éxito al fracaso, de la ovación a la invisibilidad y al olvido. Lo que se nos muestra al principio como una celebración, el momento cumbre de un artista, acaba derivando en los momentos más duros, aquellos en que caen en el lado oscuro de la profesión, el abismo del que no se puede salir, el olvido del público.
La obra nos traslada a la celebración de la función en la que se homenajea a un actor que se jubila (aunque en la realidad pocos lo hagan, el gusanillo siempre les vuelve). Muy común en otros tiempos, la llamada "función a beneficio" era, además del merecido homenaje, una recompensa por toda una trayectoria. En esta función, además de reconocer los méritos del homenajeado, se le daba el dinero recaudado en la taquilla. Tradiciones de otras épocas, que nos hacen ver lo duro que ha sido el mundo del teatro. Ahora que se acaba de reponer la fabulosa "Viaje a ninguna parte", somos aún más conscientes de la importancia de este tipo de montajes, en los que se ensalza el lado más duro de una profesión acostumbrada a vivir en el alambre de la incertidumbre.
En la pieza que nos ocupa, el protagonista no se encuentra con ánimos para asistir a esta última función, y se dedica a beber para intentar no ser consciente de que el camino ha llegado a su fin. Tras la función y con el teatro ya vacío, le asaltan los recuerdos de toda una vida dedicada a la interpretación, una forma de afrontar la realidad que ahora debe cambiar, debe bajar el telón por última vez y asomarse al abismo de la realidad. El actor, en la más profunda intimidad, se despide de la profesión notando en vacío que esto le deja en el alma. Él sabe que al abandonar ese escenario dejará atrás su profesión, pero también su modo de vida. Un difícil paso al que no sabe como hacer frente.
Una suerte de obra de metateatro en la que conoceremos las dos caras de una misma moneda. El brillante mundo de los focos y los aplausos, pero también la triste realidad del teatro vacío, de la soledad y el silencio. Este montaje nos habla de "las luces y las sombras, la risa y el llanto, las dos caras de la vida, las dos caras del Teatro". Todo parece idílico cuando los actores salen a escena. Todo es grandilocuente y maravilloso. Pero la realidad cuando se baja el telón es muy diferente. "Cuando la función acaba se apagan las luces, los actores, frente al espejo, borran de sus rostros las huellas de sus personajes. Más tarde quedarán colgados en las perchas hasta la próxima función". Porque esta obra nos habla precisamente de esa dualidad, de ese mundo marcado por los extremos, de esa divinidad que al momento se vuelve olvido. Uno de los personajes nos reconoce que "No hay nada tan vacío como un escenario vacío". Por eso el miedo al final, a bajar el telón por última vez, el vértigo a que las luces se apaguen para no encenderse más, "el hueco inmenso que en el alma del actor provoca la última función".
Otro de los puntos fuertes que tienen los montajes de Karpas es la versatilidad de los actores que salen en las diferentes obras. En este aspecto, el elenco roza la locura, lo histriónico, lo caricaturesco, en este doble juego entre el actor y el personaje al que interpreta el actor (que a su vez es interpretado por otro actor). Las distintas capas en las que tienen que diferenciar su interpretación nos muestra unos personajes excesivos por momentos, para compensar los momentos dramáticos de la segunda parte de la obra, en la que han dejado el personaje atrás y son los actores los que toman la palabra. Este mutable elenco, capaz de mostrarnos las distintas caras de una misma moneda, está formado porAlberto Romo (interpretando a Svetlovidov, el veterano actor que se despide de las tablas), Pilar Cervantes (en el papel de Petruschka), Patricia Delgado (como Natalya), Chema Moro (interpretando a Chubukov) y Luis Burgaz y Javier del Arco que se alternan en el papel de Lomov según la función.
Me sorprendió por encima de sus compañeros la fabulosa Patricia Delgado en su papel de Natalia Stefanova. Una interpretación cuidada, mesurada, que sabe cambiar el tono según las necesidades de la función. La actriz es pura energía y sabe transmitirla a la perfección en escena. Una actriz cargada de verdad, que absorbe lo que ocurre a su alrededor para llevarlo a su terreno y amplificar la magnitud de la escena. Impecable, atronadora, consigue convertirse en el foco de atención de la acción.
El comienzo de la obra es apabullante, con la marcha fúnebre de Chopin, lo que auguraba una función de gran intensidad. Con este potente comienzo, nos encontramos con un escenario desdoblado y los actores haciendo de sí mismos, a fuego lento, convirtiendo al público en un personaje más de la obra. La función cumple en todo momento con lo que esperábamos. Un montaje minimalista que potencia a los actores (al igual que la puesta y el maquillaje). Una obra que nos habla de actores, por lo que centra toda la función en torno a ellos, a sus movimientos y la palabra, sin necesidad de nada más.
Hay que destacar las dos partes muy diferenciadas de la obra, una inicial mucho más festiva, de gran toque cómico, para pasar a una segunda mucho más dramática, lúgubre, en la despedida del actor del teatro. El texto de esta última parte, con el viejo actor abandonado y olvidado el día de su homenaje nos habla desgarrado, soltando verdades como templos sobre la decadencia de su oficio y de la vida. Un episodio hermoso, que nos pone la piel gallina porque destila sinceridad, amor por la profesión y por la vida, verdad. Nos invita a recorrer su sufrimiento, su vacío interior, el drama de cerrar una puerta que sabe que nunca volverá a abrirse. Para finalizar, siempre debemos tener presente lo que nos dice uno de los personajes: "En el teatro parece que va a pasar cualquier cosa y nunca pasa nada". Eso dicen de las obras de Chéjov, que para mucho cuando no pasa nada. Pero ese instante en el que pasa todo y a la vez no pasa nada, es pura belleza, teatro de verdad.
Tras todo lo dicho solo nos queda animarles a volver a llenar los teatro, para que nunca llegue esa última función. Con salas como el Karpas Teatro, en el que se vive la profesión de una manera tan singular, el calor de los focos nos seguirá calentando y los aplausos no dejarán de escucharse, por mucho que haya bajado el telón. Subirse a un escenario es una manera de exponerse al Universo, "al mozo de las cabezas" como decía Chéjov, y eso merece todo el respeto del mundo y el aplauso infinito por la valentía y el esfuerzo a exponerse noche tras noche sin la seguridad de lo que pasará al día siguiente. Volvamos al teatro a aplaudir y a disfrutar de las historias, esas que suceden cuando se alza el telón, pero también de aquellas que transcurren cuando se apagan los focos. Conozcamos más los entresijos de este mundillo. Y donde mejor que en una de las salas en las que el teatro se disfruta como se ha hecho toda la vida. Larga vida al Teatro, que se vuelva a alzar el telón y resuenen los aplausos. VOLVAMOS A LOS TEATROS. LA CULTURA ES SEGURA.
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